Por Eduardo Paladini
La discusión política hoy gira en torno a Milei. Y hasta los pronósticos electorales se explican por el apoyo o rechazo al Presidente.
No deben ser momentos fáciles para Cristina. La expresidenta, que da “clases magistrales” sobre economía y hasta desafió al Código Penal gritando que a ella “la historia” ya la “absolvió”, ahora protagoniza una de las peleas más barrosas de la política autóctona: la interna peronista.
O más bien, intenta protagonizar. Porque motorizó un “operativo clamor” para presidir el PJ que, al menos en público, por ahora no arranca. Ningún dirigente de peso salió a apoyarla, la CGT se despegó y Axel Kicillof le hizo saber que esta vez no habría sumisión.
En paralelo, tras un sugestivo silencio que abonó la teoría de un presunto acuerdo, Cristina se trenzó con Javier Milei sobre la actualidad (y la herencia). Sin decirlo, la expresidenta busca forzar una nueva grieta, como la que tuvo durante años a Mauricio Macri como su archirrival.
Pero el debate que divide hoy a la sociedad -tan partida como entonces-, se estructura de otra manera. La nueva polarización tiene un solo protagonista central: Milei. La discusión política y hasta los pronósticos electorales se ordenan en función a dos sentimientos: amor u odio hacia el Presidente.
A Cristina, en un punto, le pasa algo parecido a lo que le ocurrió a Macri antes de la última elección presidencial. Un amplísimo sector de la opinión pública manifestaba hartazgo con el kirchnerismo, previsible tras el pésimo gobierno de los Fernández, pero eso no se traducía en entusiasmo por la vuelta del fundador del PRO.
Sin añoranzas K
Ahora, también una porción importante de la sociedad se muestra (muy) refractaria al estilo libertario, pero eso no implica añoranzas del pasado K. Y esto, en un punto, cruza la interna peronista.
Los dirigentes del PJ que piensan en una vuelta al poder en 2027 dudan o directamente rechazan que este proceso lo conduzca la exmandataria. Creen que así irían a una nueva derrota.
Se dan expresiones curiosas: los líderes sindicales, atornillados hace décadas en el poder de sus gremios y quienes superaron largamente la edad legal para jubilarse, reclaman “renovación”.
Ahí es donde entra Kicillof. Más allá de las ponderaciones que puedan hacerse sobre su(s) gestión(es), se trata del principal gobernador del país y uno de los peronistas que revalidó títulos en un pésimo año electoral para el PJ como fue el 2023.
El economista, que hasta el año pasado confesaba como manso feligrés que él haría “lo que me diga Cristina”, cree que llegó su hora. No tiene reelección bonaerense y la única fuga hacia arriba es la pelea presidencial.
La tensión es total, con aroma a ruptura familiar. Dirigentes de La Cámpora que vieron nacer, hacer cumbre y descender al kirchnerismo, intuían que Cristina elegiría Axel (su hijo político) y no a Máximo (su hijo de sangre) para una eventual sucesión. Error.
Hoy, la exmandataria juega en tándem con su heredero real y está dispuesta a poner el cuerpo para sostenerlo a él y a los cientos de dirigentes de La Cámpora distribuidos en cargos por todo el país.
¿Esto podría incluir una candidatura a diputada nacional en la provincia de Buenos Aires? Podría. Con la posibilidad cierta de convertirse en un imán del anti-mileísmo y hacer una buena elección.
Pero está claro que el camino no se encuentra allanado como en otros tiempos. No deben ser momentos fáciles para Cristina.
Fuente Clarin