Por Ricardo Auer
En medio del debate abierto por Y ahora qué sobre la actualidad del peronismo y la realidad nacional bajo Javier Milei, el experto en geopolítica Ricardo Auer escribe su particular opinión sobre el kirchnerismo, el macrismo y los libertarios.
El kirchnerismo adoptó su relato político, copiando del justicialismo sólo una parte de su concepción, claramente más integral: la de “cuidar” a los ciudadanos desde el Estado. El justicialismo nunca fue “estatista”, explicando reiteradamente su concepto de “organizaciones libres del pueblo”, aunque también utilizó al Estado como palanca del desarrollo integral tal como hacen muchos países del mundo. Algunos resultados sociales de los gobiernos kirchneristas fueron positivos durante ciertos períodos de tiempo, pero sus gobiernos cometieron errores conceptuales básicos importantes que impidieron su sostenibilidad. Por ende siguió aumentando la pobreza y con ello el rechazo de los sectores humildes más jóvenes, que vieron su futuro muy comprometido y decidieron cambiar, asumiendo riesgos, promesas por incertidumbre.
El macrismo adoptó un relato excesivamente económico y técnico, sin serias aspiraciones desarrollistas (sólo diletancias) y con límites conceptuales provenientes de un conformismo geopolítico de país periférico y dependiente, sin demasiada grandeza ni aspiraciones nacionales. Casi una política macro-municipalista. Una mediocridad prolija y formal, propia de figurar en toda revista de la alta sociedad. Su relato se basó en la gestión eficientista del Estado, pero no en los objetivos nacionales.
Milei, un extraño de pelo largo, adoptó un relato dogmático y extremista anti Estado, con el falaz argumento de que su presupuesto “es la peor forma de gastar dinero, porque es gastar el dinero de otros en otros”. Viendo el fracaso del macrismo en la “gestión eficiente del Estado” su relato adoptó el de “la destrucción lisa y llana del Estado”. Un disparate total, como se deduce fácilmente mirando al mundo, pero que, siguiendo los argumentos polarizadores de la guerra cognitiva, cuajó inicialmente en la sociedad argentina, que venía desde hace décadas, de fracaso en fracaso. Su relato se basa en la salvaje idea thatcheriana de que “no hay sociedades, sino individuos”, concepto fracasado hasta en Gran Bretaña.
Lo notable es que los tres relatos giran centralmente alrededor del papel del Estado, sin focalizarse en los objetivos de la sociedad ni de la Nación en su conjunto, en cuanto a su proyección y a sus intereses. Ninguno ha hecho foco integralmente en las personas, en las argentinas y argentinos, que son la mayor riqueza de una nación, porque con su trabajo y conocimiento pueden transformar los recursos de un país en bienestar y riqueza para la comunidad. El pueblo argentino es creativo, solidario, emprendedor, resiliente y trabajador, pero es abandonado sistemáticamente a su suerte. La dispersión de los esfuerzos individuales en distintas direcciones genera falsas dicotomías sobre el interés nacional e impiden desplegar el gran potencial colectivo que tenemos. En resumen, los tres relatos giran sobre diversas concepciones ideológicas sobre el Estado, sin estar centradas en los ciudadanos, en los hombres y mujeres, integrantes de una comunidad de intereses y de características culturales, diferentes a otros pueblos del mundo.
Los tres utilizan sus técnicas de polarización, buscando un bipolarismo que los beneficie, que terminan construyendo minorías relativas. Es decir, grupos minoritarios en un mar de ciudadanos desorganizados. No les interesa construir mayorías populares que conduzcan los destinos comunitarios, Prefieren el “divide y reinarás”, mediocre, sin destino nacional. Los intereses personales, grupales o sectoriales, muchas veces se enmascaran bajo un relato ideologizado, dejando de lado los intereses de la sociedad en su conjunto. Sin una mirada completa, poco puede esperarse que algo cambio el rumbo de decadencia actual.
En sus mejores momentos los tres creyeron o creen que “van ganando” por “tener la justa”. Soberbia que, a la larga, se les vuelve en contra, cuando comienzan los problemas y el pueblo finalmente descubre sus “humanas vacuidades”. Antes de descubrirse sus triquiñuelas de poder personal, todos manifiestan públicamente sus auto-percibidas “superioridades morales”, que le agregan una cuota, poco democrática, de violencia física, virtual, institucional o cibernética. No es casual que todo relato político se manifiesta dentro de un contenido o formato común, lo cual muestra claramente la importancia de las guerras simbólicas.
La reproducción al infinito de estas acciones políticas, variadas en sus ideologías, pero unidos por sus formatos y por sus resultados de fraccionamiento social, resultan en un grave desafío para el futuro nacional, frente a lo que debería ser la normalidad política e institucional, como es la posibilidad de lograr consensos con los políticamente distintos para mejorar las cosas en la Argentina. Es urgente construir mínimos consensos para lograr un proyecto que contenga un nuevo relato y una nueva épica convocante de las mayorías nacionales.
Fuente Yahoraque