Por Hugo Alconada Mon
La Casa Rosada considera que la gestión de Alberto Fernández “demolió” toda el área de inteligencia y dejó inerme a la Argentina
Alfiles de Antonio “Jaime” Stiuso, de Enrique “Coti” Nosiglia, de Fernando Pocino… Durante los últimos meses, el gobierno de Javier Milei encaró lo que define como la “reconstrucción” de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Y para eso abrevó en la vieja guardia: veteranos que encaraban sus últimos pasos en el espionaje o que, incluso, se habían retirado hace años, confirmaron a La Nación fuentes con conocimiento directo.
El objetivo de las nuevas autoridades es que los agentes más experimentados -provenientes de distintas camadas y que pudieron responder a distintos referentes- transmitan sus conocimientos y la “cultura” del espionaje y la inteligencia a las nuevas camadas de espías, tras lo que consideran la “demolición” del área durante la presidencia de Alberto Fernández y, en particular, por la intervención que lideró Cristina Caamaño.
La reincorporación de agentes con treinta o más años de servicio afronta, sin embargo, varios desafíos. Entre ellos, que el titular de la SIDE, Sergio Neiffert, carece de conocimientos sobre el área, ni tampoco sabe quién es quién entre los espías o quién responde a quién, coincidieron las fuentes consultadas. Así, allegados a Stiuso, Pocino, Nosiglia, pero también de Francisco “Paco” Larcher y César Milani aprontan funciones.
“En privado, Neiffert admite que no conoce nada de inteligencia, ni a nadie, pero está buscando ‘perfiles’ para cubrir espacios”, precisó un experto que lleva más de cuatro décadas abocado al área de inteligencia y que ocupó cargos decisores en dos gobiernos. “No se trata de un ‘loteo’, sino de rellenar espacios por necesidad y con gran cuota de desconocimiento, lo cual lleva a una reconstrucción que por momentos es amateur”.
Algunos nombres son conocidos. El comisario general (RE) Alejandro Cecati quedó a cargo de la antigua área de “Reunión Interior” y actual Agencia de Seguridad Nacional (ASN). Antes se desempeñó junto al extitular de la SIDE, Miguel Ángel Toma, luego con el exministro del Interior menemista, Carlos Corach, y lideró toda la custodia del presidente Mauricio Macri.
Al frente del Servicio de Inteligencia Argentino (SIA), en tanto, quedó Alejandro Colombo, a cargo de aportar datos de inteligencia en el exterior. Delegado en España en los ‘90 y en Italia durante la presidencia de Macri, era allegado a Stiuso, aunque quienes lo tratan dicen que no responde a ningún “mentor”.
Otro alfil histórico de Stiuso, en tanto, quedó al frente de una de las áreas más sensibles: contrainteligencia. (LA NACION se reserva su identidad, que no trascendió en otros medios de comunicación y cuya difusión podría vulnerar la Ley de Inteligencia Nacional). En tanto, la otrora directora de Asuntos Jurídicos en tiempos de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, María Laura Gnas, asesora y orienta a Neiffert como la nueva “Señora 8″.
La decisión del actual “Señor 5″ de restablecer la impronta en la SIDE registra un antecedente inmediato. Su antecesor, Silvestre Sívori, y el entonces secretario de Estrategia Nacional, el brigadier (RE) Jorge Jesús Antelo, convocaron al coronel mayor (RE) Celestino Mosteirin como número dos de la SIDE o “Señor 8″, quien arribó a la sede de la calle 25 de Mayo junto a por lo menos cinco militares retirados de alta graduación.
Tanto Sívori como Antelo, Mosteirin y la célula militar no sobrevivieron, sin embargo, a la caída de Nicolás Posse como jefe de Gabinete. Y su reemplazo por Guillermo Francos llevó a la designación de José Luis Vila, muy cercano al “Coti” Nosiglia, como nuevo secretario de Estrategia Nacional, a mediados de junio.
Junto a la secretaria de Planeamiento Estratégico, María Irarzábal –otra funcionaria que responde a Santiago Caputo-, Vila tuvo injerencia directa en la redacción del decreto de necesidad y urgencia (DNU) 614/2024 que disolvió la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y alumbró a la nueva SIDE, con roles para la veteranía.
Según reconstruyó La Nación, Vila abrevó en una ley de 1961 para definir cómo convocar a espías y agentes retirados que cobrarán un plus por sus funciones, sin que eso conlleve la pérdida de sus jubilaciones, pero que sí les permita transmitir sus conocimientos sobre el oficio a las nuevas generaciones.
En ese sentido, las críticas de los agentes más veteranos se concentran en la primera interventora de la AFI durante la presidencia de Alberto Fernández. “Caamaño nos dejó sin espías y, lo que es peor, sin fuentes. ¿Te doy un ejemplo? ‘Quemó’ a nuestro hombre en el Líbano. Llevaba 18 años allá, y había cultivado fuentes dentro de Hezbollah. ¿Cuánto tiempo nos llevará volver a tener algo así, si es que lo logramos?”.
Propios y ajenos señalan, por el contrario, que el otrora hombre clave de Cristina Fernández de Kirchner para el espionaje, el general César Milani, no tendría hoy injerencia dentro de la SIDE, pero sí cierta influencia en la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia del Congreso.
A mediados de agosto, cabe recordar, el senador radical Martín Lousteau se quedó con la presidencia de esa comisión, tras jugar en tándem con el kirchnerismo, que le aportó los votos necesarios para derrotar a los candidatos de Santiago Caputo -el peronista disidente Edgardo Kueider– y de Patricia Bullrich -el senador del PRO por Misiones, Martín Göerling Lara-. A cambio, los kirchneristas Leopoldo Moreau y Oscar Parrilli quedaron como vicepresidente primero y secretario de la comisión.
Las ramificaciones de la inteligencia y del espionaje, no obstante, se extienden por múltiples áreas del Estado. La designación de Andrés Vázquez como nuevo titular de la Dirección General Impositiva (DGI) despertó suspicacias. Baluarte del área de Inteligencia Fiscal durante años, Vázquez tejió desde allí vínculos sólidos con Stiuso y con el histórico número dos de la SIDE durante el kirchnerismo, “Paco” Larcher.
“Cuadro sepia”
El ascenso de Vázquez a la silla máxima de la DGI no habría respondido, sin embargo, a sus vínculos con Larcher o Stiuso, del que se habría distanciado hace unos años, al punto que le adjudican lazos con su histórico rival en los sótanos del Estado, Fernando Pocino, y uno de sus lugartenientes oficiosos, Leonardo Scatturice. Pero el nombre clave detrás de Vázquez sería, al igual que en los casos de Neiffert e Irarzábal, Santiago Caputo.
“Hablar hoy de Stiuso y Pocino, o de Milani es pintar un cuadro sepia”, afirmó un alto funcionario con injerencia directa en el área de inteligencia. “Ya están grandes y son nombres ‘analógicos’ en ‘tiempos digitales’”, graficó. “De hecho, ellos están felices de que los nombren en la prensa porque les suben el precio. Pero sería mirarlo a ellos, o al ‘Coti’ Nosiglia o al ‘Tata’ Yofre [hoy al frente de la Escuela Nacional de Inteligencia]. Hay que mirar a otro lado, a Caputo”, aseveró.
La fallida puja entre Caputo y Bullrich por apadrinar o bendecir al presidente de la Comisión Bicameral no resultó un hecho aislado. El proyecto de reforma de la Ley de Seguridad Interior refleja los esfuerzos de la actual ministra de Seguridad por “crear un organismo permanente o transitorio” que reúna información de inteligencia y contrainteligencia criminal en cualquier punto del país donde que así lo amerite. Pero la resistencia a ese “organismo” proviene de la SIDE o, incluso de la Casa Rosada. Es decir, de Caputo.
Pero las pujas por espacios de poder y cargos cruzan el Atlántico. En España afirman que Jorge Maximiliano Keczeli, el ingeniero industrial que fue “responsable interino” hasta abril del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y alfil de Sandra Pettovello en el Ministerio de Capital Humano, se habría reconvertido en delegado de la SIDE en Madrid. Incluso le asignan un rol junto a Fabiola Yáñez, según expuso la revista Crisis.
Keczeli es, cabe añadir, cuñado de Lucas Nejamkis, quien fuera secretario privado de Stiuso, aunque con comunicación directa y estrechísima, hoy, con Santiago Caputo. Y más allá de esas vinculaciones, otro nombre suena en Buenos Aires para la SIDE en España. ¿Cuál? El de Rodrigo Lugones.
Fuente La Nación