Por Carlos Pagni
La convalidación de una estrategia electoral; receta para la concentración de poder; más distancia con Macri; Cristina en el espejo del presidente electo de Estados Unidos; derivaciones globales del proteccionismo comercial
El mundo sigue impactado. Todo el aparato de observación sobre la realidad, la política y la economía permanece enfocado en el arrasador triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos y en lo que traerá consigo. Las características y peculiaridades de este nuevo gobierno resultan, para muchos, desconcertantes. Da la impresión de que es una confirmación más de una crisis general que vive el liberalismo o, como algunos podrían decir, la socialdemocracia en el ámbito occidental.
En la Argentina, este triunfo tiene modulaciones especiales, debido al modo en que el gobierno de Javier Milei se refleja en el espejo de Trump. A tal punto que muchos voceros del gobierno argentino, quienes se expresan en canales de streaming y redes sociales, celebraron este triunfo como propio y dijeron “lo hicimos”, como si hubieran contribuido directamente. Y, en cierta medida, algo de eso hay, ya que la figura de Milei ha adquirido, con el tiempo, un impacto que va más allá de la Argentina y alcanza una dimensión internacional.
Esta euforia, proyectada desde el resultado de la elección estadounidense, coincide con la celebración del Gobierno respecto a algunos datos económicos prometedores. Especialmente en relación con el índice de inflación, que promete seguir bajando. Este martes se publicará dicho índice, que ya viene anticipado por el de la ciudad de Buenos Aires, que fue de 3,2%. Se espera que la inflación en bienes de consumo y bienes transables disminuya, pero se mantenga alta en servicios como salud, educación y servicios públicos -agua, luz, gas-, cuyos precios siguen ajustándose. La actividad industrial también parece reanimarse en algunos sectores, aunque no en todos. Mientras la construcción, un motor clave, continúa planchada, se observa un repunte en el área de alimentos.
El Gobierno festeja también la estabilidad del dólar y la reducción de la brecha cambiaria, que actualmente es del 14% entre el dólar oficial y el contado con liquidación (CCL). Otro dato paradójico que también es motivo de festejo para el gobierno, es la disminución de la pobreza, aun cuando sigue siendo alta. Según la consultora ex-Quanti, especializada en indicadores sociales basados en datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, se ha registrado una reducción en los grandes aglomerados urbanos. La pobreza pasó de 54,8% a 51%, y la indigencia, de 20,1% a 15,8%. Aunque el 51% sigue siendo un número alarmante, especialmente al observar la tendencia de largo plazo, es importante notar que también se ha registrado una baja en la pobreza entre los trabajadores ocupados, quienes, pese a tener empleo, no logran satisfacer sus necesidades básicas. Este indicador, que pasó de 44,6% a 41,3%, refleja la compleja situación socioeconómica del país.
Es particularmente llamativo que haya trabajadores formales en situación de pobreza, mientras que existen informales con ingresos elevados. Esto se debe a las paradojas del sistema laboral argentino, donde algunos ocupados formales no logran superar la línea de pobreza, mientras que algunos trabajadores informales alcanzan altos niveles de ingresos. Un caso emblemático es el de un importante operador de la industria frigorífica que posee dos planes sociales para justificar un ingreso mínimo en blanco, mientras que el resto de su economía es en negro.
Este fenómeno de “trabajadores pobres” está íntimamente ligado a la política y afecta el nivel de consenso de los gobiernos, dado el comportamiento de los salarios.
En un análisis realizado por Alfonso Prat-Gay, se observa la evolución del salario real -descontada la inflación- desde la reelección de Menem hasta septiembre de este año. La curva muestra, por ejemplo, la caída de los salarios tras la crisis de la convertibilidad y la gran devaluación de 2002, el auge durante el kirchnerismo, el estancamiento en la cúspide, la caída en el gobierno de Macri y, finalmente, el derrumbe salarial a partir de diciembre, seguido de una leve recuperación en los primeros meses del gobierno de Milei, hasta septiembre de 2024.
El último tramo de la curva transmite dos mensajes: por un lado, una recuperación, que da la percepción de alivio, ya que el salario deja de caer y la inflación disminuye; pero, por otro, un estancamiento que no permite una recuperación plena del poder adquisitivo. El salario deja de caer, pero en un nivel que aún no alcanza para recuperar el nivel de vida previo, un punto que será clave en los próximos meses, ya que influirá en el devenir político del país.
Es un fenómeno interesante. Lo explicó el año pasado Juan Carlos Torre, sociólogo e historiador, en relación con lo que registra en su libro Una temporada en el quinto piso, sobre la gestión de Juan Sourrouille. Torre plantea que los programas de estabilización suelen tener este efecto: la inflación se frena, pero al hacerlo genera una especie de shock de realismo, donde cada uno descubre en qué lugar de la pirámide social quedó. Esto puede una suerte de “objetivación frustrante” que produce desencanto.
Se percibe un alivio y un estancamiento que lleva a mucha gente a pensar: “Quedé muy atrasado respecto del poder de compra, y mi nivel de vida, siendo estable, es inferior al que tenía”. Habrá que ver cómo esto se traduce esto en la política, porque no hay ninguna variable en la vida pública que impacte tanto en ella como el comportamiento del salario real. Este factor casi determina el voto, que, aunque influido por múltiples variables, encuentra en el salario una de las más importantes.
El Gobierno, en este contexto que es promisorio en ciertos aspectos, recibe la victoria de Trump como un triunfo de múltiples dimensiones. Normalmente se interpreta que Milei y su equipo celebran este triunfo porque significa la llegada de un cheque, asociado a un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, esta interpretación es simplista. Para La Libertad Avanza, esta nueva victoria del líder republicano en Estados Unidos tiene significados más amplios.
Primero, representa el éxito de un método. Milei y su equipo, al igual que otros actores políticos en Occidente, ven en Trump la convalidación de una forma de hacer política basada en la radicalización y la confrontación, canalizadas a través de las redes sociales. Es un liderazgo que se planta contra el “establishment”, contra “la casta”. Para quienes se mueven en esta lógica, como Milei, este triunfo reafirma que ese método funciona, con consecuencias que habrá que analizar en términos prácticos.
Cuando Trump asuma la presidencia, después del 20 de enero, probablemente consolidará algunas de sus promesas. Entonces veremos si, además de validar una forma de acceder al poder, también representa una nueva forma de ejercerlo, basada en la concentración de poder. Este triunfo genera perplejidad, al igual que sucede en la Argentina con el comportamiento de Milei. ¿Es liberalismo clásico? No, no tiene nada que ver. Se trata de otra interpretación del ejercicio del poder, donde un líder como Trump promete establecer, aunque sea temporalmente, una “dictadura” basada en una gran concentración de poder. Son ideas que, dicho de manera simple, no estamos acostumbrados a escuchar en inglés. Están en conflicto con la tradición anglosajona de manejo del poder, que enfatiza la división y limitación del poder. Trump, en cambio, promete ir contra el Pentágono por disputas relacionadas con filtraciones de información, especialmente en relación con China. También promete enfrentarse a la CIA, que considera lo traicionó al filtrar información sobre sus negociaciones con Zelensky para dañar a Hunter Biden, el hijo de Joe Biden. Además, se muestra en contra del FBI, al que acusa de ser el instrumento del lawfare, es decir, de la persecución penal orquestada por los demócratas.
Trump también radicalizará su política migratoria, que ya es parte de su marca. En una reciente entrevista con Fareed Zakaria, Zanny Minton Beddoes, editora de The Economist, advirtió que la primera víctima de este enfoque será México, debido a la intensificación del conflicto migratorio, que podría repercutir incluso en las relaciones comerciales entre ambos países. Además, está el problema europeo, que no solo refleja una validación de formas de acceder al poder, sino también de ejercerlo.
Trump planea llenar las áreas centrales de su administración con figuras leales capaces de ejecutar políticas de radicalización sin remordimientos de conciencia. Por ejemplo, Rick Grenell, su exembajador en Alemania, sonó estos días como posible Secretario de Estado. Aunque el nuevo presidente se inclinó por Marco Rubio, primer secretario de Estado latino de la historia. Rubio fue competidor de Trump como precandidato a presidente en la anterior competencia. Y fue determinante de todo el enfrentamiento de Trump con el chavismo. En América Latina, Carlos Trujillo, clave en la campaña de Trump frente al voto hispano y exembajador ante la OEA, podría asumir un rol estratégico en la región.
La tendencia a la concentración de poder genera conflicto con los legislativos. Estas figuras, como Trump, Bolsonaro o Milei, enfrentan problemas con el Congreso, espacio tradicional de deliberación y racionalidad. Este modelo es difícil de compatibilizar con una política basada en la movilización de emociones.
En la Argentina, esta discusión práctica y operativa es crucial, dado el nivel de debilidad institucional del gobierno de Milei: no cuenta con senadores, diputados, gobernadores ni intendentes. En este contexto, el debate sobre los DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia) se vuelve estratégico, de vida o muerte. Hay una discusión específica sobre el DNU que viene a establecer que se puede renegociar la deuda sin pasar por el Congreso. Hubo declaraciones de Martín Guzmán, que fue quien llevó la deuda al Parlamento, en las que considera que este movimiento atenta contra la institucionalidad económica. Le contestó el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Un segundo debate pasa por la regulación de los DNU: hacerle más difícil al Poder Ejecutivo la sanción de Decretos de Necesidad y Urgencia, exigiendo su aprobación por ambas cámaras. Sin embargo, desde el oficialismo argumentan que, para el próximo año, el recurso a los DNU ya no será tan necesario. Se mantendría entonces la misma tendencia de discusión con el Congreso, la misma tendencia, a la que vamos a ponerle este nombre; “cesarista”, de acumulación de poder en el Ejecutivo.
Esto lo vemos en relación con la discusión sobre la Corte, porque vuelve la idea de imponer la designación, aprovechando el receso del Congreso, de Ariel Lijo y de Manuel García Mansilla como ministros de la Corte por decreto, siguiendo la tesis de Pepín Rodríguez Simón, quien aconsejó a Macri adoptar esa vía para la designación de Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti. El Gobierno analiza esta idea y evalúa los pros y los contras, porque ve una contra importante: “Los ponemos por decreto y, después, justamente por hacerlo de esta manera, los senadores de Cristina, sobre todo los de Cristina, nos los pueden voltear”, explica un funcionario. “Pero tendríamos el argumento de decir que es necesario hacerlo por decreto porque el Congreso es el lugar de la obstrucción, el gran agente que impide esta ‘revolución’ que estamos haciendo en el bienestar de la Argentina”. Este es el eje central del discurso del gobierno. Por eso, desde el Poder Ejecutivo, casi desean que el Congreso no les apruebe el presupuesto, no solo para poder seguir con el presupuesto anterior, que les da mucha más libertad de maniobra, sino también para poder decir: “Ahí está el problema, en el Congreso, que es la sede de las ratas”, como le gusta llamarlo a Milei.
Todo esto está alineado con el clima internacional, que se refuerza y se vuelve más denso con el triunfo de Trump, y que hizo decir a Patricia Bullrich que era la encarnación del republicanismo como candidata del PRO: “Acá hay que apostar a los liderazgos fuertes y al nacionalismo”. Ella lo llamó “nacionalismo inteligente” -habrá que ver si existe algún nacionalismo inteligente-. Es interesante la peripecia de Bullrich, que vuelve a su origen, a cuando era peronista, de la JP, y admiraba a los Montoneros, que tenían una inclinación hacia los liderazgos fuertes, obviamente peronista, y al nacionalismo.
Santiago Caputo, el “Mago del Kremlin”, que es el principal asesor de Javier Milei y en quien éste delega prácticamente toda la política práctica, tiene una fantasía. Si uno mira las cuentas que se le atribuyen en X y que él jamás desmiente, tiene una especie de admiración o fetichismo por el Imperio Romano, bastante sofisticada y elaborada, como si ahí hubiera una forma de civilización que entró en decadencia en las últimas décadas en Occidente. Habría que volver a eso. Caputo ve una Argentina imperial, donde Milei sería una especie de emperador. No tiene nada que ver con el republicanismo pluralista clásico; es otra cosa: una “República Imperial” de concentración de poder, un “kirchnerismo de mercado”, un autoritarismo de mercado asumido no como error o incoherencia, sino como proyecto, como afirmación.
Todo esto tiene efecto sobre la oferta electoral y se vuelve práctico porque La Libertad Avanza, Milei y su grupo, Caputo, ven en el triunfo de Trump su propio triunfo y una especie de reafirmación identitaria. Como si dijeran: “Tenemos que ser esto; nos va a ir bien en la medida en que nos repleguemos sobre esto que somos, no nos abramos a otros”. Esto tiene que ver con el sistema de alianzas electorales. Probablemente ven con acierto que, en muchos países (no en todos), hay un movimiento de radicalización que hace que las expresiones más extremas de una sensibilidad política terminen absorbiendo a las más moderadas; lo más radical se queda con el centro. Un ejemplo clásico podría ser, por ejemplo, el de Brasil: la ultraderecha que encarna Bolsonaro termina quedándose con el voto çde la derecha moderada tecnocrática, que antes expresaba el Partido de la Social Democracia Brasileña liderado por Fernando Henrique Cardoso. Este movimiento, por el cual las expresiones más extremas se quedan con el centro, es la hipótesis a partir de la que, desde el corazón del Gobierno, ven la relación con el PRO. Y este es el conflicto con Macri. Para simplificar, podríamos decir que el triunfo de Trump en Estados Unidos convence más a Milei y a su grupo de que no deben pactar con Macri, sino avasallarlo, al igual que al PRO, porque ya tienen el voto de Macri, el voto del PRO.
Esto tiene una consecuencia inmediata en la organización de la oferta electoral, que ya está observándose. Macri está viendo esto, por eso se endurece frente al Gobierno. Lo ve en la plata, en los fondos. Supone que hay un proyecto anti-Pro, cuya primera manifestación es el financiamiento de la Ciudad de Buenos Aires, donde está radicada su principal experiencia de gobierno. Calcula que por eso no le cumplen a Jorge Macri con lo que le prometen de la coparticipación que la Nación le debe a la Ciudad. Por ahí empieza todo. Y, además, Macri piensa que si mira al bloque de legisladores porteños que se referencia en Karina Milei y que dirige la legisladora Pilar Ramírez (esposa del vicepresidente del Banco Nación), ve que ese bloque, en vez de ayudar a Jorge Macri y al gobierno porteño como el bloque del PRO ayuda a Milei en el Congreso Nacional, tiende a obstruir, a crear problemas, a cuestionar. Así que es verosímil que toda esta política financiera y parlamentaria en la Ciudad termine en que el Gobierno postule sus propios candidatos para la elección de senador y diputados del año que viene, con independencia del PRO, o contra el PRO.
Se combina con otro movimiento, que es el desprendimiento del radicalismo y de Horacio Rodríguez Larreta respecto del PRO y de lo que era el viejo Juntos por el Cambio. Jorge Macri y Mauricio Macri van a tener que hacer un gran esfuerzo de movilización del voto en la Ciudad de Buenos Aires si termina siendo esta la oferta electoral. Obviamente, el conflicto se proyecta sobre la Provincia. Porque si hay un enfrentamiento en la Capital, los Macri van a decir en la Provincia: “Nos separamos también”, y tienen, ¿cuánto?, ¿un 10%, 12% de los votos? ¿Puede tener el PRO en la Provincia suficientes votos para resistir sin que se los lleve Milei? Si fuera así, es una provincia complicada para Milei, porque en el conurbano sigue sin andar bien. Es un riesgo para el Gobierno, porque ahí el kirchnerismo sigue siendo competitivo, y más todavía si la situación social no mejora. Entonces, estamos hablando de una secuencia que va desde la euforia que produce el triunfo de Trump, una afirmación identitaria por parte de La Libertad Avanza y un conflicto con el PRO que puede tener consecuencias electorales que quizá hoy no prevemos.
Siempre hay -digámoslo cariñosamente- “ovejas negras”: Macri no controla todo. Así que tiene, por ejemplo, a Diego Santilli, que muere por estar en este oficialismo y ser candidato de Milei en la Provincia de Buenos Aires. Santilli tiene una vieja relación con el mundo de Santiago Caputo, porque históricamente el principal asesor de campaña de Santilli ha sido Rodrigo Lugones, quien preside la consultora a la que pertenece Santiago Caputo y que tiene una enorme influencia sobre Caputo. Entonces, hay un puente muy activo entre Santilli y el Gobierno, que Macri no termina de controlar. Habrá que ver si “Pucho” Ritondo va en la misma línea.
En estos días apareció una nota de Niall Ferguson, un gran historiador escocés y profesor en Harvard, quien ha publicado un artículo en The Free Press, muy interesante y desafiante, como todo lo que escribe Ferguson, sobre la victoria de Trump que él llama una “resurrección”. Dice que el regreso de Trump es el mayor retorno de la historia; le gusta provocar. Asegura que es más significativo que el regreso de Nixon, quien volvió al poder tras una importante derrota con Kennedy; más que el regreso de Churchill en el ‘40 y luego en el ‘51; más que el retorno de De Gaulle en el ‘58. Incluso menciona que es más grande que el regreso de Napoleón desde la isla de Elba. Ferguson afirma que el único regreso comparable a este, que estamos presenciando, es la resurrección de Jesucristo. Sostiene que Trump viene de un nivel de agresión pocas veces visto: cuatro causas penales, un procesamiento, dos juicios políticos en el Congreso y dos intentos de asesinato. Para él, esto no es simplemente un intento de “lawfare” sino “lawfare” puro, es decir, una persecución deliberada del Partido Demócrata. Un error, según él, de los demócratas al apostar a la estigmatización penal de su oponente.
Ferguson cita un concepto interesante del libro Antifragile de Nassim Taleb, quien describe a las personalidades “antifrágiles” como aquellas que no solo resisten el caos y el desorden, sino que se potencian con ellos. “Les va mejor”. “Tienen una capacidad de hacer cosas que no entienden que les salen mejor que las que entienden”, dice. Y Ferguson sostiene que Trump es uno de esos individuos: alguien que se fortalece en situaciones que otros consideran adversas. Al saludar el triunfo de Trump, Bolsonaro se identificó a sí mismo, afirmando que se trata de la victoria de un “guerrero” que lucha contra el “Deep State” y el establishment opaco, faccioso, oculto de la Justicia, de los servicio de Inteligencia y de Defensa, con los que Trump viene a enfrentarse. Y los que Bolsonaro dice que lo persiguen a él, que está excluido de la lucha electoral hasta 2030, por haber vendido joyas que le llegaron como regalos y podría enfrentar otras acusaciones por el ataque contra los tres poderes del estado del 8 de enero del año pasado.
Sobre este telón de fondo, se recorta la figura de Cristina Kirchner, quien está a la espera de una sentencia que, se anticipa extrañamente desde hace un mes, le será desfavorable. Hace un mes que la anticipan como si estuvieran esperando algún tipo de negociación. La Cámara de Casación parece dispuesta a ratificar la condena por las irregularidades en la obra pública de Santa Cruz, incluyendo la inhabilitación para ejercer cargos públicos, para ser candidata. Seguramente lo apele ante la Corte. Pero Cristina quedará a merced de la Corte Suprema, a la que ella, a traves de sus legisladores, le promovió juicio político. La Corte, encabezada por Horacio Rosatti, quien en las últimas horas se encontraba de visita con el Papa en Roma.
¿Se identificará Cristina con la victoria de Trump? Aunque puedan existir diferencias ideológicas, que tampoco sabemos si son tantas. Porque con su concentración de poder, su autoritarismo institucional y proteccionismo económico, Trump es un peronista que llega a la Casa Blanca. Podría gustarle a Cristina mucho más que a Milei, ya que en lo económico se parece mucho más a ella que al Presidente o a Federico Sturzenegger. Además, Cristina ya viene con un intento de asesinato en la mochila. Sería interesante saber qué ve Cristina en este triunfo de Trump. Lo que sabemos es que está hiperactiva: va tres veces por semana al conurbano y el próximo domingo hace un gran acto nacional en Santiago Del Estero, para festejar el día de la militancia. Rarezas argentinas, en una provincia que dirige un radical, un radical peronistoide como Gerardo Zamora. Son los movimientos de alguien que se prepara para encabezar la lista de diputados de la provincia de Buenos Aires, aunque todavía no lo haya decidido.
Por otra parte, el triunfo de Trump también tiene implicancias económicas que deben observarse y que no solo están relacionadas con el posible respaldo de Estados Unidos y el FMI a un nuevo programa con la Argentina. El jueves, Milei se reunirá con Trump, y es probable que no traten este tema. Sin embargo, es importante considerar qué implica el proteccionismo de Trump y qué amenazas trae consigo en términos de un posible rebrote inflacionario en Estados Unidos. Trump promete imponer aranceles elevados, especialmente a los bienes provenientes de China, con un 60%, y un 10% de arancel generalizado a los productos que ingresen a Estados Unidos. Además, planea un arancel muy alto para los productos importados desde México que contengan componentes chinos. Si implementa estas medidas tal como las prometió en campaña, esto podría provocar mayor inflación, lo cual generaría presión sobre la Reserva Federal, que probablemente detendría la baja de tasas de interés o incluso consideraría un aumento.
Como viene sucediendo, probablemente habrá un conflicto -ya lo hay- entre Trump y Powell, el titular de la Reserva Federal, quien declaró: “Yo no renuncio”. Algo habrá motivado esa afirmación. Todo esto se intensificó desde el viernes, cuando comenzó a trascender algo bastante verosímil: que Trump podría designar a Robert Lighthizer como titular del USTR, el organismo equivalente al Ministerio de Comercio encargado de las negociaciones comerciales de Estados Unidos.
Lighthizer es considerado un “talibán” del proteccionismo. Alguien cuya personalidad confirma que Trump busca un cerco arancelario más elevado, una guerra comercial más decidida y agresiva. Si esto sucede, muchos presumen que podría haber un aumento en las tasas de interés para moderar un posible rebrote inflacionario. Esto generaría una fuga de activos hacia el dólar y los bonos del Tesoro, lo que a su vez provocaría una depreciación de otras monedas frente al dólar.
No hay que dejar de observar el comportamiento reciente de cuatro monedas elegidas al azar en los últimos 30 días. El peso mexicano sufrió una depreciación del 5,1% frente al dólar. El real brasileño cayó 3% ante la moneda norteamericana. Lo mismo pasó con el peso chileno (6,4%) y el yuan chino (2,3%).¿Por qué esto es importante? Porque la Argentina no forma parte de este “club”. Muchos economistas se preguntan si la política proteccionista de Trump podría generar una depreciación generalizada de las monedas y una fuga hacia el dólar, lo que complicaría el frente externo argentino. Varios economistas, incluso quienes elogian la política de Milei y de Luis Caputo, advierten sobre una fragilidad en las reservas del Banco Central y en la cuenta corriente del balance de pagos. Si se produce una fuga generalizada hacia el dólar en mercados emergentes, los grandes operadores financieros -bancos y fondos de inversión, entre otros- pasarán a enfocarse en los países con mayor necesidad de dólares para salir rápidamente de allí. Esto ya ocurrió en 2018 con la Argentina y Turquía.
Algunos advierten que la política de Trump podría tener consecuencias no deseadas. Aunque sea amigo de Milei y podría ayudar a la Argentina en términos del Fondo Monetario Internacional, el país también recaería sobre la posibilidad de enfrentarse a imprevistos debido a los “vientos del mundo”. Es lo que dicen ciertos expertos que cantan lo que figura en el título de aquel poema de Rubén Darío: “Canción de otoño en primavera”. En medio de la euforia, una gota de sombra.
Fuente La Nación