Irán es el segundo país del mundo con más reservas de gas natural, 34 billones de metros cúbicos, y el tercero en petróleo, con 208.600 millones de barriles. No caben dudas: una potencia hidrocarburífera. Con mucha historia.
Los primeros yacimientos se descubrieron en 1908, y pronto los británicos se hicieron con el control de la producción a través de la Compañía Anglopersa del Petróleo. Durante décadas, la mayoría de los beneficios de esta creciente producción terminaron en manos británicas. Esto cambiaría con la llegada al poder del nacionalista Mohamed Mossadeq como Primer Ministro, en 1951.
La primera decisión de Mossadeq fue nacionalizar la producción de petróleo. Esta afrenta contra los intereses británicos, junto a su enemistad con la dinastía gobernante de los Pahlaví y las alianzas que trazó con el Partido Comunista, lo pusieron en la mira de las potencias occidentales que veían una afrenta severa a sus negocios globales.
En 1953, el MI6 y la CIA orquestaron un golpe de Estado que instauró la larga dictadura de Mohamed Reza Pahlaví, quien sería el último Sha de Persia. Un régimen autoritario, marcado por la represión, la falta de libertades y la voluntad inclaudicable del Sha de asemejarse a sus socios occidentales.
En los años setenta, los clérigos chiíes lograrían capitalizar el descontento de la población y, tras un 1978 plagado de protestas cada vez más masivas, la revolución capitaneada por el ayatolá Ruhollah Jomeini acabó con el régimen del Sha e instauró la actual República Islámica en 1979.
Después de un periodo de transición, hace tres décadas comenzó un proceso de crecimiento y desarrollo económico – se duplicó el poder adquisitivo de la población desde principios de los 1990′ hasta principios de la década de 2010′-, debido principalmente a reformas estructurales realizadas en la economía iraní: la continua industrialización, que incluyó inversión extranjera directa y transferencias de tecnología, condujo a un aumento constante de la productividad total de los factores y la rentabilidad empresaria.
La visión desarrollista de la República Islámica abarcaba e implicaba, por tanto, el desarrollo industrial, justificado como vía hacia una mayor soberanía económica, y como medio de distribuir las oportunidades más ampliamente que en una economía rentista basada en el petróleo.
Sin embargo, las determinantes sanciones financieras y energéticas impuestas por la administración de Obama en diciembre de 2011 frenaron bruscamente esa tendencia y atraparon a Irán en un periodo de dificultades diplomáticas y malestar económico. El estancamiento conllevó a una actualidad de resistencia: una economía regresiva que conlleva en sus entrañas un proceso de reprimarización. Pragmatismo puro para con el ‘viento de cola’, diría el lulismo que gobernó Brasil en la primera década de este siglo.
Los números no mienten: a pesar de las medidas adoptadas contra el país, durante el primer trimestre de 2024 las exportaciones de petróleo de Irán alcanzaron su nivel más alto en seis años, por un valor de US$35.800 millones. ¿Cómo logra Irán evadir las sanciones a sus exportaciones de petróleo?
La respuesta está en los métodos comerciales utilizados por su mayor comprador de petróleo: China. El gigante asiático es el destino del 80% de las exportaciones iraníes por aproximadamente 1,5 millones de barriles diarios. ¿Qué dicen los chinos? El petróleo iraní no solo es barato y de buena calidad., sino que, además, Irán es un aliado político de enorme contrapeso para con el balancear el poder de Occidente.
¿Cómo lo hace? Varias cuestiones. Por un lado, Irán y China utilizan una red de buques petroleros con estructuras de propiedad poco claras y tecnologías que no reportan sus ubicaciones precisas. También evitan utilizar servicios marítimos y de intermediación occidentales, lo que les permite no tener que cumplir con las regulaciones – y sanciones – occidentales.
Si a ello le adicionamos que, en lugar de utilizar el sistema financiero trasnacional, que es monitoreado por Occidente, las transacciones se realizan a través de bancos chinos más pequeños sin exposición internacional. Además, dado que los pagos por el petróleo iraní se realizan en moneda china para evitar las transacciones con el dólar, la adquisición de divisas por parte de Irán, derivado de la transacción de su materia prima estrella, se encuentra, al menos por el momento, a salvo.
Por ende y como se ha podido observar, la cuestión hidrocarburífera siempre ha sido central en la potencia persa. Hasta el día de hoy.
Cuando Israel decidió volver a atacar a Irán el pasado 25 de octubre, se obviaron las instalaciones petroleras iraníes. Su intento de destrucción hubiera sido un hecho desestabilizador, al menos de corto plazo, en el ya complejo escenario económico mundial actual.
Estados Unidos lo entendió (la máxima prioridad para el gobierno de Biden es el precio de la gasolina en casa; ello es más importante que su política exterior.) y puso el freno al deseo belicoso hebreo: por un lado, ello no solo implicaría más fuego a la inflación, sino que, en términos productivos, las interrupciones en la logística podrían afectar a la oferta global: un potencial bloqueo del Estrecho de Ormuz por parte de Irán (30% del crudo transportado por mar, y el 20% del gas natural licuado del mundo pasan por allí), o los actuales ataques en el Estrecho de Bab al Mandeb por parte de los hutíes yemenitas dirigidos por Teherán – con sufrimiento por parte de los barcos con bandera aliada a Israel -, dan cabales muestras de ello.
Y la realidad es que, al menos en el corto plazo, el petróleo continuará siendo la materia prima más comerciada en los mercados internacionales, siendo su precio vital en las principales decisiones empresariales y de política económica en todo el mundo. La producción mundial creció en 2023 en más de dos millones de barriles diarios (mbd) para superar los 103 mbd en julio de 2024, y se espera que durante el resto del año y 2025 siga aumentando.
A pesar de que ya ha comenzado el proceso de sustitución por energías renovables – lo cual modificaría también, aunque no sustancialmente, la matriz geopolítica -, el mismo se encuentra en un proceso de desarrollo estratégico de mediano y largo plazo.
Por ello, desde que comenzó el conflicto entre Irán e Israel, el foco estuvo puesto siempre en el efecto compensatorio de la producción estadounidense y otros productores – algunos no pertenecientes a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) -, los cuales han reducido la prima de riesgo incorporada en los precios, por lo que el barril se ha mantenido por debajo de los 120 dólares alcanzados en 2022 tras la invasión rusa a Ucrania.
De lo expuesto, podemos resaltar lo entremezclada que se encuentra la geoeconomía y la geopolítica. Recordemos que una de las razones por las que la Casa Blanca toleró las exportaciones de petróleo iraní en el pasado fue debido al impacto negativo que tenían sobre Rusia. Como contraparte, y solo para citar un ejemplo, se observa la actual amenaza iraní a cortar el suministr de petróleo crudo a la monarquía sunnita catarí, que refina el petróleo iraní para su posterior exportación.
En definitiva, todo se conjuga bajo un juego quirúrgico que, aunque parezca sostenerse bajo ciertos vicios de estabilidad, en muchas ocasiones pende de un hilo, como el actual ‘cese al fuego’ entre Israel y Hezbollah, que pasa a centralizar el conflicto hebreo en su archienemigo persa. Por lo tanto, como diría el viejo refrán futbolero, ‘equipo que gana, no se toca’. Por ende, lo más sensato para el bienestar económico del sistema internacional como un todo, es que continuemos en esta ‘guerra controlada’. Y por supuesto, dejando de lado los economicismos, que reine la paz.
Fuente El Cronista