Por Jorge Raventos -Total News Agency-TNA-
Finalizado el primer año de gobierno de Javier Milei. Su irrupción en el escenario, su acceso al balotage de noviembre de 2023 y el triunfo que lo proyectaría a la Casa Rosada inician la fase actual de una transición a una nueva era política.
La primera consecuencia de la entronización de Milei fue que se aceleró el proceso de disgregación del sistema político preexistente y que, por esa vía, se diluyó la centralidad de la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo que había signado la última década. Ambos polos de esa antigua grieta perdieron relevancia (la coalición Juntos por el Cambio se fragmentó y sus partes se subdividieron, mientras el kirchnerismo, que había conseguido mantener la colonización o, al menos, contener a buena parte del electorado peronista del país, se convierte velozmente en un fenómeno principalmente bonaerense e, incluso circunscripto a ese ámbito, sufre desvíos y soporta fuertes desafíos internos).
Desde el gobierno Milei ha formulado una polarización distinta: del otro lado de la frontera que él traza, si se quiere, discrecionalmente, está “la casta”, una designación que incluye en principio al conjunto de las conducciones partidiarias (salvo a las redimidas por la absolución del Presidente) y se extiende a otros estamentos de lo que los sociólogos solían definir como establishment en un colectivo de límites borrosos, dibujados con criterio análogamente antojadizo por la inspiración presidencial.
Encumbrado a la presidencia en segunda vuelta electoral, el Presidente llegó a la Casa Rosada sólo acompañado por su escolta en la boleta, la vicepresidenta Victoria Villarruel. En las restantes posiciones electorales, que se dirimieron en la primera vuelta de octubre, la cosecha de los libertarios fue magra, razón por la cual llegó al gobierno en un cuadro de gran debilidad formal: bloques legislativos desprovistos, ningún gobernador del palo, ningún intendente.
Desde ese punto de partida, pocos le vaticinaban posibilidades y algunos le auguraban una permanencia corta en el cargo. Milei usó con vigor las principales palancas de poder de las que disponía: el sostén de la mayoría de la opinión pública –que, con pequeños declives temporarios, mantiene hasta ahora- y un ejercicio tenaz de las facultades presidenciales (el rasgo hiperpresidencialista que alienta la cultura política argentina). Desde esa plataforma apostó con fuerza por priorizar plenamente un ajuste del gasto público y una batalla contra la inflación, que constituía, cuando él asumió, la principal preocupación de la sociedad argentina. Apostó, además, a un posicionamiento internacional que incluyó, en primer término, una apuesta anticipada por Donald Trump. Desde que este triunfó, Milei avanza “chupado” como un ciclista detrás del voluminoso camión del presidente electo de Estados Unidos. Esa apuesta y ese rédito son razonables y potencialmente útiles para los intereses del país
Al concluir este primer año, la gestión económica de Milei recibe la aprobación de la mayoría de los analistas económicos, inclusive la de quienes durante el trayecto se mostraron críficos y reticentes. Un caso es el de Marina Dal Poggetto, una de las colegas que el jefe libertario incluía bajo el mote de econochantas”, que ha admitido que «de corto plazo, el esquema (de Milei) está funcionando” que y “parte de las cosas que se están haciendo había que hacerlas». La analista destacó que la política del presidente consiguió consolidar la política fiscal, reducir la inflación y estabilizar el mercado cambiario: «El Gobierno –dijo- manejó la consolidación fiscal a través de una rápida licuación del gasto público, provocada por la inflación derivada del cambio de precios relativos y la devaluación inicial». La política económica fue, en la práctica, -dijo Dal Poggetto- «mucho más pragmática» que lo anticipado durante la campaña presidencial (…) logró reducir el gasto en casi 5 puntos del PBI”.
Más enfático aún ha sido Gabriel Rubinstein. Su juicio suma a su prestigio profesional el valor suplementario de que fue el piloto técnico de la gestión de Sergio Massa en el Palacio de Hacienda.
“Milei es, de todos los presidentes, el que más se convenció del equilibrio fiscal – dijo Rubinstein-. Todos los candidatos más o menos decían que había que ir por ahí, punto más o punto menos, incluso con otra composición en el ajuste…, había que bajar el déficit fiscal. Milei hizo el ajuste de una. Ha sido gratamente llamativa su movida. . Milei cuanto más ajusta mejor se siente y eso facilita la tarea de Luis Caputo. Eso alinea a toda la tropa y es un mensaje muy potente”.
Rubinstein ve un panorama auspicioso, con salarios creciendo entre 3 y 6 por ciento anual, con la tasa de riesgo país cayendo ( “Creo que llegará a 600 puntos básicos rápido pero si las cosas van bien bien llegará a 300 puntos. Y quizá no ahora, pero si Argentina crece y tiene siempre superávit fiscal el riesgo país bajará de 300”). Tampoco ve un piso para la inflación (“La inflación a esta altura de la Convertibilidad era 1 por ciento. No hay ninguna razón para que sea más de 1 por ciento. Para Rubinstein los riesgos de la estrategia económica de Milei no son de orden técnico, sino político. “ El esquema económico actual – reflexiona- convive con la fragilidad política del país y no blinda a la economía de dos shocks: el político y el externo.(…)El shock es un cambio súbito en el humor y en las expectativas de los mercados donde la gente quiere más dólares y menos pesos. Importa un rábano que la situación fiscal esté en equilibrio .Si gana Cristina se va todo al demonio. Si pierde Milei en 2025 o al Gobierno se le escape la situación política de las manos, sería un shock para este modelo que no está blindado”.
Probablemente por un razonamiento parecido Milei últimamente se involucra personalmente en mayor medida que antes en decisiones de orden político, desde el disciplinamiento interno de su fuerza y de su gobierno (pase de factura a la vicepresidenta, cese de Mondino en la Cancillería, respaldo a la construcción partidaria que lidera su hermana Karina; toma de distancia en relación con El Vaticano, para obstruir la posible visita del Papa a la Argentina, etc.), monitoreo selectivo de relaciones con aliados y diseño de trazos principales de la acción política.
En esa coreografía, Milei quiere estimular la polarización electoral en 2025 con la fuerza que encarna Cristina Kirchner, y de ser posible, con ella misma como candidata principal. Está convencido de que ese ordenamiento lo beneficia en varios sentidos: el rechazo que según las encuestas despierta la señora da réditos a quien tenga en frente; de paso, la presencia de ella a la cabeza del Justicialismo bloquea los procesos de renovación con los que el peronismo suele cambiar periódicamente su piel y revitalizarse. La condición de polo alternativo al kirchnerismo refuerza, según la estrategia de Milei, la fuerza centrípeto que empuja hacia el oficialismo libertario a la mayor parte de los segmentos electorales que se encuadraban en Juntos por el Cambio, en primer lugar, el Pro, que ya inició ese movimiento a través de Patricia Bullrich.
Con suspicacia, desde el macrismo se interpretan estos despliegues tácticos como maniobras de colusión del oficialismo con el kirchnerismo. Adjudican a ese designio el desinterés libertario por aprobar el proyecto de “ficha limpia”, pensado para impedir que la señora de Kirchner pueda ser candidata a cargos electivos (para que no parezca una sanción ad hominem se refiere a ella en términos algebraicos: “los corruptos condenados por la Justicia”).
Pero, más allá de ese cálculo, la jugada de Milei parece más ambiciosa que lo que imaginan sus críticos liberales: está peleando por una hegemonía inequívoca, tarea que requiere satelizar a quienes, como aliados, compiten con su dirección. Un comentarista del espacio “republicano”, Jorge Fernández Díaz, reflexionó sobre el tema el último domingo en La Nación: “Fue a los republicanos –” imbéciles centristas biempensantes” (Milei dixit)– a quienes más munición gruesa les descargó el presidente a lo largo de su primer año de gestión. En el foro de la internacional derechista que se celebró estos días en Buenos Aires, el “Topo del Estado” demostró más encono con ellos que incluso con la izquierda populista. ¿Descuenta que los republicanos ya no existen y jubilaron sus viejas convicciones, y que solo basta “domar” al republicanismo de superficie para cooptarlos de manera definitiva?”.
Milei soporta con poca paciencia esta inquietud del círculo rojo, que lo presiona para que se alíe con el macrismo, archive sus exabruptos verbales y lime las aristas de su batalla cultural. Dio su respuesta la última semana ante la platea de influencers de la derecha alternativa internacional, la Conferencia de Acción Política Conservadora, congregada para idolatrarlo y también, justamente, para arraigar en el país esa semilla ideológica, parte de la batalla cultural en que el Presidente está empeñado: : “No hay lugar para quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son medios, se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con el fuego”.
Desde el éxito obtenido hasta aquí por sus medidas económicos y a partir de los vaticinios propios y de muchos analistas el presidente mira el horizonte desde un piso alto. Llega al primer cumpleaños de su gobierno muchísimo mejor de lo que le auguraban sus adversarios y sus aliados más o menos circunstanciales e incluso mejor de lo que soñaban sus amigos y favorecedores. Desde que sorprendió con su victoria y ocupó el gobierno dando la espalda al Congreso y escarneciendo a los legisladores hasta aquí se ha convertido en punto de referencia obligado de un sistema político cuyas partes surcan el espacio desordenadamente y parecen necesitar ese eje para recuperar una órbita, sea atraídos por su magnetismo o repelidos por su energía.
Desde esas alturas, Milei se desinteresa de los acuerdos con opositores amigables o compañeros de ruta. Prefiere forzarlos a ayudarlo o someterlos al “principio de revelación” (figura que le permite refirmar sus acusaciones contra quienes lo obstruyen como parte de la casta). Su capacidad de disuasión se fortalece con el apoyo de opinión pública que conserva –alrededor del 50 por ciento según el investigador que se consulte- y con las armas de sus formaciones especiales, las brigadas de trolls que ametrallan con bits y likes a sus adversarios y a sus críticos. “No nos interesa continuar con los famosos consensos de la política. Hemos venido a romper con ellos”, declaró ante los visitantes de derecha en el Hilton.
Aunque proclama su desinterés por los consensos, Milei no es un ingenuo y sabe que tiene que llegar a determinados acuerdos para gobernar. Antes de asumir, en una larga entrevista que le concedió a The Economist – ahora, un año después, acaba de conceder otra, y la revista puso a Milei en la tapa con términos elogiosos- el Presidente se declaraba decepcionado ante ciertos anarco-capitalistas que, se quejaba, “dan opiniones sin tomar en cuenta las restricciones de la vida real. No se pueden dar recomendaciones sin tomar en cuenta las restricciones. El mundo es como es”.
Que el sector más fuerte del movimiento sindical haya decidido evitar medidas de fuerza pese a la presión de un sector de camioneros y de los grupos más combativos que se nuclean en la CTA, indica que Milei no deja de lado todos los consensos posibles. A The Economist le adelantaba ya un año atrás: “No veo que haya un problema con los sindicatos. El tema es cómo se aborda la cuestión de los sindicatos. Si se quiere acabar con ellos, bueno, ellos se defenderán. Si se intenta entender lo que está pasando en el mercado laboral, es posible que haya alguna posibilidad de abordarlos de una manera que permita encontrar una solución…de consenso”. El que avisa no traiciona.
En ese contexto, no habría que extrañarse de que entre las “restricciones” a tomar en cuenta hubiera que contabilizar que el kirchnerismo controla casi la mitad del Senado y que eso tal vez impone en algún momento llegar a algún acuerdo pampa. Agréguese a ello la conveniencia libertaria de polarizar electoralmente con Cristina de Kirchner (perspectiva que a ella también le agrada) y se hallará el punto de convergencia para otro consenso. No para un pacto, sino para un acuerdo de facto, en los hechos, un acuerdo que a ninguna de las dos partes les conviene develar. Un consenso antagónico, que se puede inferir de los hechos.
El gobierno anunció que convocará a sesiones extraordinarias pero en el temario de seis puntos, que hasta el momento dejó trascender se abstuvo de incluir asuntos que interesan a la oposición en general (el presupuesto 2025) o, particularmente a varios de sus compañeros de ruta, desde el Pro hasta la llamada oposición amable (por ejemplo: la versión propia del proyecto “ficha limpia”, que Milei se comprometió a presentar después de que libertarios y afines, junto con el kirchnerismo, negaron el quorum a la sesión en la que iba a tratarse el proyecto de la UCR). También quedaría fuera del temario el análisis de los `pliegos de Manuel García Mansilla y Ariel Lijo, los dos candidatos de la Casa Rosada a integrarse en la Corte Suprema. Esta ausencia reforzaría las conjeturas de que Milei designaría en enero por decreto a ambos magistrados.
Milei preferiría seguir gobernando sin presupuesto, como lo ha hecho durante este año, en el que administró con el presupuesto de 2023, aprobado en 2022. Sustrae de ese modo del análisis (legislativo, de las provincias, de instituciones, corporaciones y sociedad civil, en general) sus proyectos de gasto e inversión, la posibilidad de examinar su desempeño por comparación con cifras, metas y plazos legalmente definidos. En la práctica, esta modalidad equivale a concentrar facultades extraordinarias en materia de empleo de los recursos públicos, facultades no reguladas por una norma, sino administradas discrecionalmente o determinadas por negociaciones directas y radiales entre el centro del dispositivo (el Poder Ejecutivo) y cada uno de los actores involucrados. Es más hiperpresidencialismo. En esas negociaciones juegan las relaciones de fuerza y, naturalmente, en determinado momento pueden adquirir un rol determinante situaciones de hecho, en las que la ley que rige es el principio de acción y reacción. Así evoluciona este proceso de transición, de cambio de época.
Así como el objetivo principal del primer año de Milei fue ganar la batalla contra la inflación, ahora el blanco es consolidar el año próximo la presencia institucional y política a través de la elección de medio término de 2025.
Aunque cualquier sospecha de arreglos con el kirchnerismo puede dañarlo en parte de su electorado, Milei no ha avanzado aún en su promesa de un proyecto propio para reemplazar el que se cayó de “Ficha Limpia”. Como lo expresó claramente el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, el Presidente quiere derrotar a CFK en las urnas, no en los tribunales. Prefiere proyectarla al rol de contrafigura.
La señora de Kirchner se beneficia por ahora con esta concepción del gobierno, que la lleva al escenario como protagonista circunstancial del desafío. Ella preside el Partido Justicialista, mientras el peronismo histórico (un conglomerado no menos disperso que el resto del sistema político que, incluso sin un liderazgo notorio, recibe en las encuestas de opinión entre un 8 y un 13 por ciento de voluntades) debate cómo hacer para recuperar su movimiento, que considera ocupado por sectores que responden a otra matriz.
La señora encabezó ayer un plenario de dirigentes del PJ bonaerense, la sede real de su reinado. En el distrito está jaqueada por el gobernador Axel Kiciloff y una legión de intendentes ansiosos por independizarse de su tutoría en las listas de sus municipios. Lo que evita hasta ahora una secesión es el espanto, que ella invocó en ese plenanario: si nos dividimos, gana Milei. Para mantener la unidad de esa fuerza y la obediencia a la señora de Kirchner y su hijo no se apela al entusiasmo y a los ideales, sino al miedo. Una unidad y una obediencia así trabajadas no promete demasiado futuro.
El país que gobierna Milei navega un cambio de época, una transición inconclusa. La transición argentina está inmersa en un cambio de dimensión global, en el que al mismo tiempo que se extiende la globalización y se profundiza la integración económica mundial, se despliegan fuertes movimientos identitarios, localmente enraizados. La participación activa en el mundo no es excluyente de una política destinada a fortalecer los intereses y los valores del país. Como recordaba Perón, Argentina es el hogar.
La globalización económica no es incompatible con las tendencias nacionalistas e identitarias, sino más bien lo contrario. Se trata de fenómenos no excluyentes, que, de hecho, coexisten y se refuerzan mutuamente. La globalización tiende a homogeneizar mercados y entrevera culturas, pero simultáneamente alienta procesos que buscan preservar o desplegar identidades e intereses específicos, en una interacción que puede ser tanto conflictiva como complementaria.
Un ejemplo claro de esta interacción es el crecimiento del nacionalismo económico en Estados Unidos bajo la administración de Trump. Su política de “America First” promovió la renegociación de tratados comerciales bajo un enfoque que priorizaba los empleos y la industria estadounidenses. Aunque su retórica cuestionaba ciertos efectos de la globalización, Estados Unidos continuó participando activamente en el comercio internacional. Según Dani Rodrik, economista y experto en globalización, “los estados fuertes pueden usar el nacionalismo como una herramienta para gestionar mejor los impactos de la integración global”. ¿”Estado fuerte”? Esa expresión alteraría a los divulgadores libertarios.
En Asia, los casos de China e India ilustran cómo los países pueden aprovechar la globalización económica mientras refuerzan su identidad cultural y política. El proyecto de la Franja y la Ruta (BRI), diseñado para conectar a China con mercados de Europa, África y Asia, se complementa con una narrativa nacionalista que enaltece el concepto de la “rejuvenecimiento de la nación china”. En India, Narendra Modi ha promovido una agenda nacionalista bajo el concepto de “India autosuficiente”, mientras impulsa acuerdos comerciales y atrae inversiones extranjeras.
En anteriores períodos argentinos de transición (el proceso de organización nacional que culmina en el “roquismo”, la primera democratización que culmina en el yrigoyenismo, la formación del peronismo en el período 1943-45) el país tuvo que asimilarse a los cambios que se vivían en el mundo y también internamente, se vivieron momentos de crisis de las fuerzas políticas, secesiones y fusiones, rupturas y ensambles, muchas de ellas impensadas, porque se trataba de fenómenos nuevos que no podían conceptualizarse adecuadamente con categorías de una etapa anterior. Hasta a los actores les costaba explicar sus movimientos, porque en muchos casos también ellos, aunque actuaban diferente, seguían razonando en los términos anteriores. ¿Comunistas y trotskistas apoyando a un movimiento surgido de un golpe militar en el que se destacaban muchos oficiales que simpatizaban con el Eje? Del otro lado, ¿comunistas, conservadores y radicales abrazados entre sí y con el embajador de Estados Unidos? Cuatro décadas más tarde, un presidente peronista perfeccionando relaciones con Washington y participando en una coalición militar internacional… Cosas veredes…Esos momentos, en los que se cruzan contradicciones y paradojas, suelen suscitar perplejidad. Como la que revela estos días el columnista Fernández Díaz, ante “estos anarcocapitalistas que se autoperciban como el ´menemismo del siglo XXI´, puesto que al fin y al cabo esa apuesta no deja de ser peronista. Un peronismo de mercado que se asienta en el territorio (…) Digamos que el menemismo es el padre y hasta el abuelo de la ´casta´, y que presentarse todo el tiempo como impolutos verdugos de esta entidad demonizada mientras le rezan a Carlos Menem constituye una risible contradicción flagrante, con consecuencias en materia de un pragmatismo sucio que cada tanto emergen, y que desbaratan el relato de la ´pureza´, aunque los fanáticos las justifiquen o no las quieran ver”.
Habría que mirar esta transición, este cambio de época que se proyecta al tiempo que viene, como aconsejaba Tácito: “sine ira et studio”.