Desde la facultad de Medicina de la Complutense hay un camino entre pinos que lleva directamente hasta la puerta principal del Hospital Clínico San Carlos ; por eso se la conoce como «la puerta de profesores». Allí cita ABC a varios profesionales del centro que, a diferencia de los más ‘visibles’, no son ni médicos, ni enfermeras, ni celadores. Representan esa cara B, el lado oculto de la vida hospitalaria sin cuyo trabajo no podría funcionar. Hay ingenieros, informáticos, cocineros, bibliotecarios, costureras, fontaneros, pintores, economistas y tapiceras. Y todos son imprescindibles para la continuidad asistencial.Manuel Espantaleón es el responsable de la Biblioteca de Ciencias de la Salud, en la que trabaja desde hace 45 años. Hay otra con ejemplares para los pacientes, pero él se ocupa de la que antiguamente se conocía como «biblioteca de médicos», aunque hoy en día «cada vez hay más consultas de enfermería», destaca. El término biblioteca suena ahora «algo decimonónico», ironiza, y por eso prefiere definir la del Clínico como «centro de documentación», donde se apoya al investigador y, se le informa de dónde y cómo publicar. También se lleva allí el repositorio institucional: «Por directiva de la Unión Europea, todo lo que se publica con fondos oficiales tiene que estar en acceso abierto, en ese repositorio». Manuel Espantaleón dice sentirse «un privilegiado» porque, «como decía Confucio, búscate un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar en la vida».Noticia Relacionada estandar Si El Hospital Santa Cristina pone a punto su nueva unidad de ELA Sara Medialdea Las obras de este nuevo equipamiento, que estará abierto en verano, tendrán un coste de 1,1 millonesEn la biblioteca tienen referencia de unos 600 libros en papel, 2.500 electrónicos, 60 colecciones de revistas en papel –«llegamos a tener 720»– y casi 3.000 colecciones electrónicas. Y se enorgullece de su Servicio de Obtención de Documentos, que se encarga de buscar en el resto de bibliotecas de España aquella documentación que se les requiere. «Manejamos en torno a 16.000 documentos al año», destaca. Presume de una labor muy profesional: «Google te da mil artículos; el bibliotecario te da el justo». En la planta sótano de la biblioteca, están recopilados los ejemplares más antiguos, entre ellos números de la revista ‘The Lancet’ del siglo XIX. En un macrohospital de casi 160.000 metros cuadrados, con unos 30.000 ingresos y 850.000 consultas al año, hay mucha labor de mantenimiento. Juan Encinas es ingeniero y parte vital del equipo de infraestructuras y equipamientos. Su gente se ocupa tanto de la buena marcha de los equipos médicos como de la climatización, el agua, las obras de adecuación… «Somos más de 70 personas a tres turnos, funcionamos 24 horas al día y siete días a la semana». Un gran hospital público como el Clínico San Carlos «es un edificio vivo», recuerda: «Siempre hay personas de oficios de servicio; fontaneros, electricistas, electromecánicos, especialistas en climatización…». Además del personal de la casa, está el de todas las empresas externas que colaboran con ellos: cientos de efectivos. Este hospital «es de 1932, son casi cien años». Cuenta para ello con un plan director que ya ha ejecutado varias fases, la última de las cuales comenzó en 2022.Pero no es fácil ejecutar obras en un hospital en marcha y que no puede dejar de funcionar en ningún momento y que además es un edificio protegido. Como explica Encinas, «en la planificación intervienen los equipos médicos, los de hostelería, los celadores para ordenar los circuitos y los movimientos internos, y también limpieza». Cuando ocurre una contingencia, como por ejemplo que se vaya la luz, entra en juego una segunda acometida a la red; y, si fuera necesario, los grupos electrógenos autónomos, que funcionan con gasoil y dan servicio a las áreas críticas, como quirófanos o unidad de cuidados intensivos, hasta que la avería se soluciona.El continente es importante, pero también el contenido, especialmente los pacientes. Y ahí entra de lleno Juan Moreno, jefe de cocina y encargado de elaborar entre 650 y 700 menús cada día: tres primeros y tres segundos, además de desayunos y meriendas. Toda una maratón que se cocina en el propio centro, en largas jornadas que comienzan a las 7 de la mañana y acaban bien entrada la tarde, de lunes a domingo, porque todos los días hay que comer. Moreno explica que tiene que encargarse de elaborar «más de 30 dietas diferentes», en función de las circunstancias de los pacientes. Y se rebela contra el tópico que critica la mala calidad de la comida de los hospitales: «Lo que pasa es que no es fácil, porque hay muchas limitaciones; un pollo cocido es un pollo cocido, no hay más cáscaras».Menús variadosEn el caso del Clínico San Carlos, defiende, «hacemos comida casera, muy sencilla, muy bien elaborada, y la aceptación es muy buena, no tenemos críticas importantes». Al llegar estas fechas navideñas, se preparan menús especiales «para Nochebuena, Nochevieja, Reyes y también para el día de San Carlos».La cocina del hospital es «grande y muy bien equipada, con lo último; es muy sencillo trabajar con los equipos que tenemos». Entre fogones están 15 cocineros y, además, los pinches que ayudan en la elaboración y se ocupan también de la limpieza del servicio«. Se encuentran emplazadas »en el centro del hospital, en un punto estratégico, porque favorece que la distribución de los platos sea muy rápida: utilizamos unos carros de retermalización, que suben la temperatura en los platos calientes y la bajan en los fríos, para que lleguen en las condiciones óptimas«.Pocos sabrán que en un gran hospital como el Clínico San Carlos también hay costureras. En un centro con 861 camas, cuesta imaginar la cantidad de juegos de sábanas, colchas, mantas, fundas, y también de toallas y pijamas que se necesitan. Eso, más la ropa de los sanitarios o las cortinas. Esperanza Jiménez es costurera y entró en el Clínico en la última oposición, en 2002. «Éramos 14 antes, pero no sacan las plazas, así que ahora quedamos cinco con alguna interina». En su caso, aprendió a coser de pequeña porque «en mi casa, las abuelas nos enseñaban a coser a las chicas, y a los chicos, a hacer cuentas».Su trabajo le parece «muy ameno» y, desde luego, variedad no les falta: lo habitual es la labor de mantenimiento de la ropa, pero también repasan uniformes; hay que ponerse con unas cortinas; o con los ‘currucus’, unas zapatillas pequeñitas con un lazo para los neonatos: «Otro día, hay que atender a la ropa de la unidad de Psiquiatría, que no puede tener ni un botón ni una cuerda; hay que coserlo de manera que la goma no la puedan sacar, ni los velcros».Esperanza se duele de que ya no tengan la ropa de trabajo personalizada: «Cuando llegaban los residentes, había que marcarles a todos sus batas y pijamas con su número y adaptárselas; me da mucha pena ahora ver a la gente con unas batas que les llegan por los talones o a otro con una que no le abrocha».Además, hacen de «recicladoras: a la ropa que vuelve de la lavandería con el rótulo de ‘roto’ o ‘desgastado’, le arrancamos los bolsillos, los botones, etcétera», para reutilizarlos. «Las cuerdas de los camisones suelen estar arrancadas, y hay que reponerlas; de las sábanas rotas hacemos sabanitas para cunas». Son toneladas las prendas que se rompen. «Siento que mi trabajo es importante –dice–, y en mi entorno se respeta mucho nuestra labor», concluye Esperanza. Sólo echa de menos una cosa: «Que nos pongan un ordenador, porque ahora todo es digital: para ver las nóminas, para pedir días libres…».Ganar eficienciaAl quite está José María Leal, subdirector de Tecnologías de la Información y Estrategia Digital del hospital. El uso de tecnología ha dado un giro copernicano desde que las historias clínicas se escribían a mano hasta la actualidad. En su departamento, se ocupan de mantener los servidores, las redes de comunicación y todos los dispositivos electromédicos, que integran información a través de más de 80 aplicaciones del hospital, de las que 30 son de gestión y el resto asistenciales. Ya no existe la imagen clásica del médico con la placa de radiografía en la mano, observándola al trasluz; ahora son imágenes digitales. También hay sistemas de ayuda a la decisión, que utilizan inteligencia artificial para detectar patologías.Uno de los desarrollos más singulares lo hicieron con su servicio de Urgencias: una alarma avisa de que un paciente concreto es susceptible de tener sepsis. Es una manera de reducir riesgos, y «lo más reconfortante de este trabajo: colaborar al desarrollo de soluciones que ayudan», explica Leal. Es, confiesa, lo que le atrapó: «Cuando me llamaron para trabajar en informática sanitaria, dejé todo lo demás». Otra aplicación gestiona la movilidad de los celadores: «Con la tarjeta del empleado, en base a un algoritmo, se le dice al celador dónde está el puesto desde el que puede realizar su trabajo de forma más eficiente». Y así, han desarrollado hasta 20 aplicaciones propias, entre ellas la que señala qué habitación es prioritaria para la limpieza, de manera que tras un alta, vuelva a estar disponible en el menor tiempo posible.También se aplica a la notificación de citas: el paciente recibe un mensaje con un enlace que le dice dónde y cuándo ir, si debe estar en ayunas o cualquier otra condición: «Se le pide que confirme si va a ir, y en caso de que no lo haga, un robot llama, para evitar que se pierda ese hueco si no va a acudir». Y que la tecnología sirva para que los pacientes en quirófano cuenten con una pulsera que indica a sus familiares los pasos que se van dando: si está ya anestesiado, si ya ha sido trasladado a la sala de reanimación…
Fuente ABC