Por Nicolás J. Portino González
Hace unas horas, se conmemoró una década desde el asesinato del fiscal Natalio Alberto Nisman. No es 18 de enero, sino 20 de enero, pero la fecha es lo de menos. Lo que importa es el símbolo. Nos reunimos en la AMIA, ese edificio que ya no es solo ladrillos y cemento, sino cicatrices y escombros, memoria y luto. Un escenario marcado por la sangre de argentinos inocentes y por la peor de las traiciones: la impunidad institucionalizada.
Porque esto no empieza en 2015 con la muerte de Nisman, ni en 1994 con la voladura de la AMIA, sino antes, en 1992, con el atentado a la Embajada de Israel. La historia es una sucesión de postales del horror, un hilo conductor de terrorismo, encubrimientos y traiciones, donde siempre ganan los mismos y pierden, también siempre, los mismos.
La convocatoria reunió a una fauna política y judicial variopinta, con los nombres de siempre, los que en algún momento alzaron la voz y los que, con mayor o menor decoro, miraron para otro lado. Ahí estuvieron el Jefe de Gabinete Guillermo Francos, el fiscal Diego Luciani, Claudio Avruj, Eduardo Taiano, Julio Conte-Grand, Julián Ercolini, Daniel Lipovetzky, Laura Alonso, Elisa Carrió, Daniel Santoro y, en un rincón que era todos los rincones, Sara Garfunkel, la madre del fiscal asesinado. Entre los oradores, Waldo Wolff, Sandra Arroyo Salgado y Joaquín Morales Solá, cada uno con su cuota de indignación, de verdad y de memoria. En la sala, unas 250 personas testimoniaron el recuerdo, el dolor y la impotencia.
Uno a uno, los discursos fueron diseccionando la crónica de la infamia. Ya no hay margen para el cuento del suicidio: a Nisman traicionaron y lo asesinaron. Lo dejaron morir los mismos que se sacaban fotos con él en vida, los que lo usaban como herramienta y luego lo soltaron como un lastre. Entre ellos, el inefable Antonio “Jaime” Stiuso, ex agente de inteligencia, eterno operador de las sombras, maestro en el arte de la supervivencia y en el negocio de la información. No atendió sus llamados durante todo el fin de semana, “tenia bajo el volumen”. De su fiel escudero, Diego Lagomarsino, queda poco por decir: le entregó la pistola, le vendió el alma a vaya a saber quién y hoy sigue aferrado a su coartada como un náufrago al único tablón flotante. Nisman tenía un arma igual en la baulera del departamento de su madre.
El acto comenzó con las palabras del titular de la AMIA, Amos Linetzky, que recordó lo obvio y a la vez lo imprescindible: la comunidad judía en Argentina ha sido blanco del terrorismo, del desamparo estatal y del encubrimiento político. Luego, Sandra Arroyo Salgado, ex esposa de Nisman y madre de sus hijas, habló con la contundencia de quien conoce el expediente de primera mano. Su denuncia fue directa y sin rodeos: Cristina Fernández de Kirchner no solo encubrió, sino que movió cielo y tierra para demoler la figura del fiscal. A su servicio, un aparato de inteligencia paralelo financiado por La Cámpora y dirigido por el entonces ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, con base de operaciones en Quilmes, donde las lealtades se pagan y las traiciones se ejecutan.
Luego, Waldo Wolff relató su propia odisea de persecuciones y amenazas por sostener lo que es evidente para cualquiera que no prefiera la comodidad de la mentira. Y finalmente, Joaquín Morales Solá cerró el evento con una postal de la tragedia: su última conversación con Nisman. Un diálogo truncado por un disparo en la sien, un encuentro que nunca llegó a concretarse. Horas después, el fiscal estaba muerto en su departamento de Puerto Madero.
El saldo es brutal. Treinta y tres años de impunidad por el atentado a la Embajada de Israel. Treinta y un años de impunidad y encubrimiento por la AMIA. Y diez años de impunidad por el asesinato de Nisman. No fue suicidio. No fue un accidente. Fue asesinato. Y los responsables caminan libres, se reciclan en la política, dictan conferencias y dan clases de moral.
Este acto no fue solo una conmemoración. Fue una advertencia. Porque la verdad es como el agua: siempre encuentra el modo de salir a la luz, por más que intenten taparla con la losa de la impunidad.