Por Nicolás J. Portino González
En el potrero arrasado que dejó el kirchnerismo, donde la moneda argentina era poco más que un souvenir de la decadencia, algo está cambiando. El Banco Central (BCRA), ese paciente en terapia intensiva tras 20 años de saqueo y relato, respira con fuerza. Dieciséis meses de La Libertad Avanza, con su mezcla de audacia y bisturí, han hecho lo que parecía imposible: robustecer las arcas, levantar el cepo y devolverle al peso un lugar en el mundo. No es magia. Es la realidad golpeando la puerta de los que creían que la patria se salvaba con discursos de la Sierra Maestra y billetes sin respaldo. Los números cantan, y no son los de un tango llorón. El BCRA, con el respaldo de un FMI que ya no mira con desconfianza, engordó sus reservas con 20.000 millones de dólares frescos, más 6.100 millones de otros organismos y 2.000 millones de bancos privados. Las empresas, esas que los progresistas de Twitter llaman “buitres”, empiezan a oler oportunidades y traen sus dólares. El peso, liberado del cepo que lo asfixiaba desde aquella absurda e innecesaria devaluación de Kicillof en 2014, no se derrumba: se fortalece. Cotiza hoy Martes 22 de Abril a $1.062 / $1.115 en una banda de 1.000 a 1.400 por dólar, con el BCRA listo para intervenir si el mercado se pone nervioso. ¿Resultado? Estabilidad. Confianza. Y un país que, por primera vez en dos décadas, empieza a creer que su moneda puede servir para algo más que pagar el bondi. Mientras tanto, los pseudo progresistas, zurdos de manual y kirchneristas de catecismo se retuercen. Ellos, los que quisieron caprichosamente salir de la convertibilidad en el 2001, devaluando de $1/USD1 hasta casi $1500/USD1 en 22 años. Ellos, los que aplaudían la impresora desbocada y los controles de cambio que espantaban a cualquiera con dos pesos, no entienden. No quieren entender. Durante 20 años, su evangelio de la ignorancia –ese que confundía economía con militancia– nos hundió en la barbarie. Traficaron incansablemente que el dólar era el enemigo, que el mercado era un complot y que el déficit fiscal era un detalle. Y ahora, cuando el peso fortalece y las inversiones asoman, se quedan sin libreto. Balbucean sobre “devaluaciones criminales” un día y “atraso cambiario” al otro, sin darse cuenta de que su mundo se desmoronó. ¿Qué hacer con esta tropa de iluminados que todavía sueña con volver al país de los subsidios y las cuevas? Nada. Ignorarlos. Fuertemente. Dejarlos que pataleen en su charco de nostalgias, mientras el país avanza. Que se queden gritando en las plazas, con sus banderas roídas y sus dogmas oxidados. El BCRA, con un balance saneado y reservas que ya superan los 36.000 millones de dólares, no los escucha. Las empresas que empiezan a apostar por Argentina, tampoco. Y el peso, que vuelve a latir, mucho menos. La Libertad Avanza, con sus aciertos y sus traspiés, está demostrando que se puede. Que el camino no es fácil, pero es posible. Que la moneda argentina, pisoteada por la torpeza kirchnerista, puede volver a ser algo más que un chiste. Y mientras los profetas de la catástrofe se desgañitan, el país –el de verdad, el que trabaja, el que arriesga– sigue adelante. Con un peso que, por fin, empieza a pesar