Por Nicolás J. Portino González
La cámara de casación, con esa solemnidad que a veces disimula la guadaña, le dijo que no al mentidor falseador peronista Guillermo Moreno, el cruzado de la “década saqueada” kirchnerista. Rechazó la apelación del exsecretario de Comercio y confirmó la condena que ya le pesaba: tres años de prisión y una inhabilitación para cargos públicos por seis años, un destierro burocrático que lo deja fuera del juego. El delito, como un sello indeleble, lo pinta de cuerpo entero: “abuso de autoridad y destrucción de registros públicos”. Una postal perfecta del kirchnerismo militante, ese que confundía gestión con prepotencia y verdad con estadísticas dibujadas.
Moreno, el hombre que se paseaba por los pasillos del poder con aires de matón de barrio, el que apretaba empresarios con la misma naturalidad con la que falseaba índices del INDEC, se topó con la pared de la justicia. La Cámara no le compró el relato ni las excusas. Lo acusaron, y con razón, de haber hecho trizas los registros públicos, un pecado que no es solo administrativo, sino moral: borrar la verdad para construir una mentira que sostenga el relato. Típico de la era K, donde la realidad era un estorbo y la épica, un mandato.
Tres años de cárcel no es poco, pero tampoco es tanto para quien fue artífice de un saqueo estadístico que desorientó a una nación. Y los seis años de inhabilitación son un mensaje claro: la patria no te quiere más en sus filas, Moreno.
El falso profeta del control de precios, el que se jactaba de “poner orden” mientras el desorden se comía todo, queda ahora como un recuerdo amargo de una década que prometió redención y entregó espejitos de colores.
La condena, dicen los que saben, no solo es un golpe a Moreno, sino un recordatorio para los que aún creen que el poder es un cheque en blanco. En la Argentina de los vivos y los giles, Moreno quiso ser el más vivo. El eco de la sentencia retumba en los pasillos de un peronismo que sigue confundiendo “lealtad” con “complicidad” y que todavía no sabe cómo sacarse de encima el lastre inmundo y delincuencial del kirchnerismo.
Aunque lenta e insuficiente, la justicia a veces llega. Moreno, el mentiroso y falseador, el abusador de autoridad, ya no tiene más apelaciones que inventar.