Por Blanca White
Hoy no hablo de cifras abstractas. Hablo de 250 personas —en su mayoría de origen africano— que rodearon y asaltaron una comisaría de los Mossos en Caldes de Montbui. Una escena más propia de un estado fallido que de una democracia consolidada. Intentaban liberar a dos detenidos. Acabaron hiriendo a tres policías.
Pero la noticia duró lo que dura una story de Instagram. Enseguida, absoluto silencio. Y donde debería haber alarma institucional, solo hay contorsiones verbales y eufemismos mediáticos.
Porque si dices lo que ves, te llaman racista. Si te atreves a preguntar por qué se ha normalizado que 250 africanos organizados ataquen una comisaría en suelo español, te colocan la etiqueta. Pero lo de Caldes no es un caso aislado. Es un síntoma. Un aviso. Y también la consecuencia de un sistema que importa conflicto y subvenciona silencio.
¿Exageramos? Un pepino. Vamos con los datos.
Según el último informe del Ministerio del Interior sobre delitos contra la libertad sexual (2023), —y que he dejado en mi canal de Telegram, disponible para consultar, descargar y difundir— uno de cada tres detenidos por este tipo de delitos en España es extranjero.
De los 14.456 arrestados o investigados, 4.804 no tenían nacionalidad española.
Y si sumamos los que han obtenido la nacionalidad de regalo, la cifra se dispara y supera el 50 %. Las nacionalidades más frecuentes en estos casos: Marruecos, Rumanía, Colombia, Ecuador y República Dominicana.
Y eso es solo en una categoría delictiva. En la calle, en los juzgados, en los centros de menores y en las cárceles, la proporción se repite. Pero nadie quiere hablar de esto. Nadie quiere hacer la cuenta completa. Porque mirar los datos te obliga a reconocer que la inmigración masiva, descontrolada y subvencionada no es un “desafío”:
es un colapso programado.
Y en ese contexto, lo de Caldes es solo un aviso más. Uno que, si seguimos ignorando, dejará de ser noticia para convertirse en costumbre.
A los cuerpos policiales:
Este mensaje va directo a vosotros: Policía Nacional, Guardia Civil, Mossos, Ertzaintza, Policía Foral.
No es una carta abierta. Es un reproche frontal. Una advertencia. Y, por qué no decirlo, un grito de desesperanza.
El aumento de la violencia, la criminalidad y la sensación de impunidad tiene responsables. Y uno de ellos sois vosotros.
Sí, vosotros. Los que no acudís cuando el pueblo os llama porque el delincuente no cotiza. Los que preferís perseguir con celo al que estaciona mal o lleva una pancarta sin registrar, pero miráis hacia otro lado cuando bandas callejeras imponen la ley del miedo en barrios enteros.
¿Dónde estabais cuando un grupo de 250 asaltaba una comisaría en Barcelona?
¿Dónde estáis cada vez que se viola, roba o agrede a un español de bien?
Yo os lo digo: fichando, cacheando y registrando a ciudadanos pacíficos que acuden a manifestarse contra la invasión silenciosa que sufrimos.
Como ocurrió el pasado sábado en Chamberí, durante la concentración organizada por Núcleo Nacional. Allí estuvimos muchos. Gente de toda España. Españoles que aún creemos que la calle también se defiende con la voz y la presencia.
¿Y vosotros qué hicisteis? Cerco policial, cacheos, fichajes. Como si fuésemos delincuentes.
Como si el enemigo fuese el pueblo. Como si el enemigo fuese quien también lucha por vuestros derechos.
Os lo digo con tristeza, pero con claridad: si no actuáis cuando se os necesita y solo respondéis al poder político, os convertís en cómplices.
He hablado con muchos de vosotros fuera del uniforme, con una caña en la mano. Y todos coincidís: “tenemos las manos atadas”. Las comisarías se os llenan de denuncias. Sabéis lo que pasa. Pero os quedáis en la queja del bar.
Eso no es vocación. Eso es cobardía.
Os duele que os llamen “perros de Marlaska”. Pero cada vez hacéis menos por desmentirlo.
Y lo que más duele es esto: la gente ha dejado de creer en vosotros.
Por eso se arman en silencio.
Por eso organizan patrullas vecinales.
Porque saben que cuando llamen, no vais a venir.
Y eso es una tragedia. Una traición.
Una autoridad que no se levanta frente a una orden injusta no merece respeto.
Y si no actuáis ya, por convicción, por conciencia, por el futuro de vuestros hijos… os habréis perdido para siempre.
Este mensaje es para vosotros, policías:
vuestro único camino, si os queda dignidad, es la desobediencia.
Porque vuestros jefes hace tiempo que se vendieron.
Porque si seguís obedeciendo, estaréis firmando la sentencia de un país que se desangra… mientras vosotros bajáis la cabeza.

Parte de guerra:
Este fin de semana no fue uno más.
Fue el parte de guerra de una sociedad en ebullición, donde distintas trincheras salieron a la calle. Y aunque los motivos eran distintos y el color de las banderas no tiene punto de comparación, el mensaje era uno solo: España no funciona.
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Concentración pacífica contra la invasión silenciosa. Intentaron prohibirla, vulnerando derechos fundamentales.
Y aún así fuimos. Con la cabeza alta, la palabra firme y el cuerpo cercado por una policía más preocupada de fichar disidentes que de frenar violadores. Mucho más que una manifestación, fue una oportunidad de encuentro, para recordar que no estamos solos, que cada vez somos más y que juntos podemos lograr la victoria.

Cinco manifestaciones. Cinco diagnósticos. Una sola conclusión:
España está rota. Y quienes deberían coserla, la están desgarrando a propósito.
Se reprime la protesta legítima.
Se criminaliza al ciudadano.
Se protege al invasor y se castiga al que lo denuncia.
Y mientras tanto, los que deberían defendernos —políticos, policías, jueces— siguen cobrando sin mirar atrás.
Pero el pueblo empieza a despertar.
Y cuando todos los frentes se crucen, cuando las plazas se llenen con los que antes se ignoraban entre sí, entonces —y solo entonces— temblará el monstruo.
Nosotros seguiremos aquí, contando lo que otros callan.
Con barro en las botas.
Y la espada limpia y afilada.
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Nos vemos en el barro.