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Por Nicolás J. Portino González
Y un día —tristemente histórico— la Corte Suprema de Justicia de la Nación firmó la rendición final del Estado de Derecho, entregando no solo el mazo, sino también la dignidad institucional, envuelta en papel celofán y con moño. La ex presidente y actual ícono de la cleptocracia criolla, Cristina Fernández de Kirchner, ha sido condenada —con pena firme— a 6 años de prisión domiciliaria, a cumplir, nada menos, que en su cómodo departamento de calle San José 1111, Villa Constitución.
Sí. Leíste bien. El botín fue nacional, pero el castigo… es local. Delivery de visitas sin restricciones, y tal vez un par de plantas para el balcón, porque esto no es una celda: es un spa judicial con custodia del Estado y silencio asegurado.
La Corte dijo “es firme”. La defensa pidió “domiciliaria”. Y el Poder Judicial, obediente como mucama de hotel cinco estrellas, entregó todo. No hubo un solo juez con decoro, con sangre en las venas o con memoria constitucional. Todos apretaron “aceptar” como si se tratara de una notificación de cookies.
El mensaje, para el archivo eterno de la infamia nacional, es el siguiente:
Si robás un país, te vas a tu casa. Si robás un celular, te vas a Marcos Paz.
La jurisprudencia argentina acaba de instalar una doctrina vergonzosa: que robar un Producto Bruto Interno completo con firmas, decretos y testaferros es menos grave que chorearte un estéreo de un auto viejo.
Los ejemplos son obscenos por sí solos:
Un tipo que se roba una bicicleta en Tigre: 4 años sin atenuantes.
Un pibe que entra a robar un local de ropa con un cuchillo Tramontina: 8 años, tentativa agravada.
Un gil que planta dos plantas de marihuana en su patio de Claypole: 3 años y medio y causa abierta.
Cristina Kirchner, que se fumó el PBI, convirtió el Estado en una financiera familiar y usó el poder como caja negra: 6 años… en su sillón. Con aire acondicionado y mate amargo.
¿Dónde está el sentido común? ¿Dónde está la República? ¿Dónde están, si se puede preguntar con la inocencia de un idiota, los “dios y la patria me lo demanden”?
En la Argentina, la justicia no es ciega: es cómplice. Y si no es cómplice, es cobarde. Peor aún: es tarifada, como mozo de restorán caro. Acá nadie resiste archivo, ni auditoría, ni examen de conciencia. Mucho menos, una condena real.
El drama es que los giles —los que pusieron la cara, firmaron los cheques, recibieron órdenes— sí van presos. Porque la cadena de mando solo existe cuando conviene. Porque en esta ópera, los simios drogados de “lealtad” son carne de presidio, mientras la jefa espiritual del choreo habla por TikTok y se indigna porque no la dejaron volver a ser presidenta de los pobres que dejó más pobres.
¿Y la Corte? La Corte firmó. Como siempre. Cuando había que poner límites, callaron. Cuando había que ser valientes, se escondieron detrás del tecnicismo. Ahora, con el cadáver de la república en la mesa de autopsia, le entregan prisión domiciliaria a quien organizó el saqueo institucional más descarado de la democracia.
La ópera prima de la impunidad argentina ya tiene protagonista, banda sonora y locación confirmada. Cristina Kirchner, presa de utilería en un departamento de lujo, con sentencia firme y justicia flexible.
Esto no es un país. Es una parodia con bandera, himno y feriados. Una tierra donde el delito se castiga, sí… pero solo si sos pobre, torpe y sin contactos.
El resto, señores, se va a casa.
