Por Enrique Guillermo Avogadro
“Quienes se benefician del statu quo son ricos y están bien organizados,y pueden luchar eficientemente contra los grandes problemas que les arrebatarán sus privilegios económicos y su poder político”.
Daron Acemoglu y James A. Robinson
La semana pasada me pregunté si valía la pena seguir intentando, como hice los últimos 21 años con propuestas y crónicas, mejorar el futuro de mi Patria. Se lo conté así a algunos de mis sufridos lectores y, confieso sin pudor, las reacciones de éstos – pueden verse en algunos de los comentarios a esa nota en mi blog – me emocionaron hasta las lágrimas. Por eso, vuelvo al ruedo y seguiré mientras mi cabeza lo permita, aunque de aquí en más no podré contestar a cada gentil respuesta que reciba.
La feroz y descarnada pelea entre Javier Milei y su Vicepresidente debía imponer a ambos protagonistas revisar la historia para ver qué sucedió cuando algo similar se dio, tantas veces, en la Argentina. Podrían remontarse a fines del siglo XIX, pero bastaría en que se concentraran en Frondizi/Gómez, Menem/Duhalde, De la Rúa/Alvarez y Fernández/Cobos para recordar los nefastos efectos que todas producen.
Si se me pidiera una opinión sobre Victoria Villarruel, le diría al Presidente que no se preocupara. Aunque reconozco su gran ambición personal, creo que ella, a quien conozco bastante, es incapaz de generar y mantener equipos de trabajo y gestión (como muchos otros actores políticos recientes), y no me parece que tenga una personalidad que concite demasiados apoyos por fuera de La Libertad Avanza, ni siquiera entre las viejas promociones de militares perseguidos por el kirchnerismo -una actitud que Mauricio Macri ni Milei han querido revertir- durante las últimas dos décadas.
Ver a la Argentina resurgir después de tantos años de saqueo indiscriminado –llevado al paroxismo durante el kirchnerismo– se aplicarán varias décadas de continuidad en las políticas públicas para recomponer la cultura del trabajo, un republicanismo serio, la ética y la probidad en el manejo de la cosa pública, la educación y la salud de excelencia. Y todo ello requiere negociar limpia y públicamente con todos los interesados.
Cada sector o corporación que ve afectado sus intereses personales por las decisiones de este raro gobierno – y son muchísimos y muy poderosos – hará hasta lo imposible para apartarnos de la buena senda que, como todos sabemos, puede reducirse a no gastar más de lo que ingresa; ignorarla y, consecuentemente, endeudarnos hasta la asfixia para seguir distribuyendo bienes y beneficios que no hemos sido capaces de generar con nuestro propio trabajo y, por tanto, ficticios.
El populismo – sobre todo en su versión rapaz y ladrona -, los gremialistas eternizados y los empresarios “expertos en mercados regulados”, siempre estarán al acecho para recuperar terreno y conservar sus privilegios y canonjías, aún a sabiendas de los peores males que implicarán para los más desprotegidos, esos a los que, a fuerza de negarles el acceso a una educación razonable y subsidiarles arteramente sus más elementales necesidades, hoy se han caído. del sistema y saben que les costará mucho, si es que les resulta posible, volver a subirse.
Por su parte, el Gobierno, con su lenguaje escatológico, sus modales barriobajeros, su actitud de confrontación permanente, los sucesivos escándalos que explotan a su alrededor – $Libra y raros aviones con valijas – y con las luchas intestinales que autogenera, no contribuyen a tranquilizar a los inversores; y sin estos, sean propios o ajenos, no resultará posible el despegue rápido que se necesita para que la bonanza se derrame sobre los asalariados y los jubilados y termine, de una buena vez, con ese gran conglomerado social tan permeable a las falsas promesas.
Hoy parece que el oficialismo carece de capacidad de negociación inteligente, y le está costando caro en el H° Aguantadero; Sería ideal que entendiera que resulta indispensable explicar (sin gritos ni insultos) y convencer, sector por sector, para obtener su apoyo que, sumado al de sus propios legisladores, le permita avanzar en su programa. Porque, para que este proyecto de cambio tan positivo se transforme en una realidad permanente, será necesario que el Presidente logre la sanción de leyes que modifican radicalmente nuestra Argentina para resultar atractivo y confiable para los inversores genuinos, propios y ajenos, con instituciones políticas y económicas inclusivas que garantizan la absoluta y completa igualdad ante la ley, el derecho inalienable de la propiedad privada, el respeto irrestricto a los contratos, la búsqueda de la investigación de oportunidades y el fomento a la innovación y la creativa ya la exportación industrial. de alta calidad y buenos precios.
Esa panoplia de normas indispensables, como mínimo, debe contener la reforma del sistema anacrónico laboral y de los estatutos del docente y del empleado público, de la sindicalización fascista única por actividad y del régimen demencial y extractivo impositivo, corregir los desvíos numéricos en la representación legislativa, el retorno a los seis años de mandato presidencial, el rediseño y la división de la Provincia de Buenos Aires, poner fin a la siniestra complicidad de la Justicia laboral con abogados rapaces, establecer la verdadera federalización de nuestro país, la ratificación definitiva del intocable superávit fiscal, el fomento del ahorro personal para incentivar la investigación y la innovación, y la competencia tributaria entre las provincias y los municipios para la atracción de inversiones.