El Rey Mohammed VI reivindica en su discurso los avances de su reinado, en un país que consolida su posición como potencia emergente africana y actor global confiable. La estabilidad política, el desarrollo humano y las infraestructuras modernas, ejes del Marruecos del futuro.
Por Adalberto Agozino
En el marco del 26º aniversario de su entronización, el Rey Mohammed VI dirigió a la Nación un discurso que no sólo repasó los avances estructurales alcanzados durante su reinado, sino que proyectó con firmeza un promisorio horizonte estratégico para Marruecos. En un tono sereno pero determinado, el monarca reafirmó su papel central como conductor de un proceso de transformación que ha convertido al país magrebí en un referente continental en materia de desarrollo, estabilidad e integración internacional.
Desde Tetuán, ciudad simbólica en la historia moderna del reino, el soberano presentó una síntesis de los logros alcanzados bajo su dirección, que describió como fruto de una “visión de largo plazo” y de “acertadas opciones” políticas y económicas. Mohammed VI, que desde 1999 conduce los destinos del país, destacó la importancia de la seguridad institucional, la estabilidad interna y la cohesión social como fundamentos sobre los cuales Marruecos ha logrado consolidar una economía diversificada, orientada a la inversión, y articulada a través de una red de alianzas internacionales de gran alcance.
Desarrollo con rostro humano
Uno de los núcleos del discurso fue la mejora sostenida en los indicadores de calidad de vida de los marroquíes. En una declaración que marca un cambio de paradigma, el Rey enfatizó: “No me voy a conformar si ello no contribuye de modo tangible a la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos”. La frase resume una política de Estado que ha hecho de la inclusión social una prioridad.
Mohammed VI subrayó la caída de la pobreza multidimensional —del 11,9% en 2014 al 6,8% en 2024— y el ingreso del país en la categoría de “alto desarrollo humano”, según el último censo nacional. Aun así, el Rey reconoció las desigualdades persistentes entre el Marruecos urbano y el rural, y llamó a un esfuerzo coordinado para superar la fractura territorial. “No hay lugar, ni hoy ni mañana, para un Marruecos a dos velocidades”, sentenció.
El anuncio de una nueva generación de programas de desarrollo territorial, apoyados en la regionalización avanzada y la valorización de las especificidades locales, apunta en esa dirección. Las prioridades, detalló el monarca, serán el empleo, la educación, la protección sanitaria, la gestión hídrica sostenible y la habilitación territorial integrada.
Un Marruecos que emerge en el escenario global
La transformación económica del país fue otro de los puntos destacados del discurso. Marruecos, afirmó el Rey, ha experimentado “un renacimiento industrial sin precedentes”, duplicando sus exportaciones desde 2014, especialmente en sectores estratégicos como la automoción, la aviación, las energías renovables y el turismo.
Este dinamismo se ha visto reforzado por tratados de libre comercio que conectan a la economía marroquí con un mercado potencial de 3.000 millones de consumidores, convirtiendo al reino en una plataforma de inversión y producción confiable. Las infraestructuras modernas —con la reciente ampliación de la línea ferroviaria de alta velocidad entre Kenitra y Marrakech como ejemplo— consolidan este perfil emergente.
El Rey también hizo referencia a los grandes proyectos en curso en materia de soberanía energética e hídrica, esenciales para un país que debe enfrentar los desafíos del cambio climático sin comprometer su desarrollo.
Diplomacia activa
El discurso incluyó una dimensión geopolítica significativa. Marruecos, sostuvo el monarca, no sólo busca afirmarse como una potencia emergente, sino como un actor de diálogo y cooperación en su entorno regional e internacional. En este marco, el Rey renovó su “mano tendida” al pueblo argelino y subrayó su disposición a un diálogo franco y responsable con Argelia.
Asimismo, reafirmó el compromiso de Marruecos con la Unión del Magreb Árabe, señalando que su concreción sólo será posible con una participación solidaria tanto de Marruecos como de Argelia.
En cuanto al conflicto del Sáhara Occidental, el Rey celebró el respaldo internacional creciente a la propuesta marroquí de autonomía, destacando particularmente, entre las decenas de apoyos explícitos recibido, ls provenientes del Reino Unido y de Portugal. Esta diplomacia proactiva ha permitido al país fortalecer su posición en organismos multilaterales y ganar legitimidad frente a viejas disputas regionales.
Estabilidad institucional y horizonte democrático
Con la mirada puesta en el calendario político, Mohammed VI anunció que las elecciones legislativas se celebrarán conforme al cronograma constitucional, e instó a preparar un reglamento electoral que garantice transparencia y legitimidad. Dio instrucciones al ministro del Interior para iniciar las consultas con los actores políticos, en un claro mensaje de continuidad democrática.
En un contexto regional marcado por la inestabilidad y la polarización, el mensaje del Rey se presenta como un recordatorio del camino singular que Marruecos ha sabido trazar: modernización sin ruptura, apertura sin pérdida de soberanía, crecimiento con justicia social. Una fórmula que, sin ser perfecta, ha dado frutos visibles.
Un liderazgo comprometido
A lo largo del discurso, el Rey se ubicó en su rol institucional de figura articuladora de todos los procesos: promotor del desarrollo humano, garante de la estabilidad institucional, motor de la transformación económica y arquitecto de la proyección internacional de Marruecos. Lejos de delegar, asumió como propias las orientaciones fundamentales del Estado.
En un gesto cargado de simbolismo, cerró su intervención con un mensaje de reconocimiento a las Fuerzas Armadas, la administración territorial y los cuerpos de seguridad, e invocó la memoria de sus predecesores, Mohammed V y Hassan II, como parte de una continuidad dinástica que reivindica estabilidad y legitimidad.
Consciente de los retos que aún enfrenta el país —como la desigualdad territorial o el estrés hídrico—, el Rey Mohammed VI aprovechó el Día del Trono para proyectar un Marruecos de futuro, articulado entre tradición y modernidad, donde la monarquía sigue siendo el eje estructurante del Estado.
Un liderazgo que, más allá del ritual institucional, se afirma como pilar central de una transformación sostenida y, en buena medida, singular en el norte de África.