Por Claudio Rosso
¿Estás a favor o en contra del Presidente Milei?; ¿Bancás a Cristina o sos un gorila más? En la argentina polarizada del blanco o negro, ¿quién no se ha topado con alguna de estas preguntas últimamente? La vieja dicotomía amigo-enemigo erosiona el respeto por las instituciones democráticas.
Hemos visto como el Congreso Nacional y las Legislaturas provinciales, se vuelven un campo de batalla mas que un espacio de diálogo y consenso para debatir y construir leyes duraderas basadas en el bienestar de la gente. Bajo la misma lógica, las decisiones judiciales se interpretan en clave de fanatismo partidario, afectando la confianza en el Poder Judicial. Se han escrito infinidad de páginas sobre la fragmentación social causada por la grieta que no sólo divide a los políticos, sino también a la sociedad: familias, amigos y comunidades enteras terminan enfrentadas sin empatía ni solución posible mientras no haya capacidad para ponerse en la piel del otro.
¿Por qué parece un callejón sin salida? Hasta aquí, luego de la implosión de Juntos por el Cambio, no parece haber surgido un partido o frente nuevo capaz de trascender la “unión por el espanto”. Alianzas temporales “en contra de” que no están basadas en raíces o identidades comunes. Más grieta sobre la grieta. Cualquier espíritu frentista que termine en un rejunte de gente con ideas más o menos afines que va por la conquista de un cargo está destinado al fracaso. La concordancia ideológica sostenible, los objetivos e ideas comunes en pos de alcanzar el bien común deben ser el punto de partida y no al revés.
El peronismo se encuentra secuestrado por parte del kirchnerismo duro, el mileísmo es hijo del fracaso del último gobierno y está poniendo en jaque a lo que queda del PRO. Mientras unos y otros se pintan de violeta para sostener cargos y privilegios -más casta no se consigue- el secreto no es otro que volver a las fuentes para redescubrir el origen de las políticas basadas en el bien común. La Unión Cívica Radical se presenta como la fuerza política con legitimidad histórica, territorial y doctrinaria para reconstruir el centro democrático argentino. Una avenida del medio con convicciones firmes, capaz de tender puentes entre identidades políticas enfrentadas y retomar una visión de país con justicia social, república y desarrollo.

La UCR es mucho más que un partido histórico. Es una estructura viva, con más de 130 años de existencia, que ha demostrado resiliencia institucional y vocación democrática aún en los momentos más difíciles del país. Su capilaridad territorial no tiene comparación en la política argentina: miles de comités distribuidos en pueblos, ciudades y provincias le otorgan una presencia federal real, no discursiva.
Su potencia no reside solo en su estructura. La UCR representa una tradición socialdemócrata profundamente enraizada en los valores de la educación pública, la inclusión y el respeto por las instituciones. Desde Yrigoyen hasta Alfonsín, el radicalismo ha defendido el equilibrio entre el respeto por la ley y la sensibilidad social; entre el Estado presente y el ciudadano libre; entre el pluralismo y la gobernabilidad.
En tiempos donde los extremos se alimentan mutuamente —el populismo autoritario de un lado y el liberalismo disruptivo del otro—, el radicalismo puede volver a ocupar ese espacio de síntesis que supo tener en los momentos fundacionales de la democracia moderna argentina. Un espacio que no niega el conflicto, pero que lo canaliza democráticamente; que no necesita gritar para ser escuchado ni destruir con una motosierra en la mano para poder transformar.
La avenida del medio no es una tercera vía decorativa: es el terreno fértil donde pueden convivir la innovación y la historia, la juventud y la experiencia, la defensa de los derechos individuales y la búsqueda del bien común. Y la UCR, con su red de afiliados activos, su vocación republicana y su compromiso con la educación y el desarrollo equitativo, está en condiciones de liderar ese proceso de reconstrucción política y ética.
Refundar el centro no es una tarea menor: es, quizás, la única salida posible frente a la decadencia crónica que la grieta maldita ha profundizado. Si la UCR logra recuperar su autoestima política y ofrecer un proyecto colectivo, tiene las credenciales, los cuadros y la historia para estar a la altura del desafío abriendo sus puertas a quienes -ante todo- muestran una identidad común por encima de cualquier fin político partidario.