Por Dario Rosatti
Bruselas, 16 de agosto de 2025-Total News Agency-TNA-.Lo que en un primer momento parecía apenas un revés diplomático para Kiev terminó transformándose en una victoria múltiple para Vladímir Putin. No solo ha logrado desbaratar cualquier expectativa de un alto el fuego justo en Ucrania, sino que además obtuvo concesiones significativas de Donald Trump, quien abandonó su retórica inicial de presión para alinearse con las exigencias del Kremlin.
Según trascendió de fuentes próximas a la Casa Blanca y recogido por medios norteamericanos, el republicano estaría dispuesto a aceptar el paquete completo de reclamos de Putin: el traspaso definitivo del Donbás a Rusia, el reconocimiento internacional de las anexiones realizadas desde 2022, garantías escritas que bloqueen el ingreso de Ucrania a la OTAN y la restitución del idioma ruso como lengua oficial en territorio ucraniano. Se trata, en síntesis, de las condiciones que Moscú sostuvo desde el inicio de la invasión.
En la cumbre celebrada en Alaska, la conversación entre ambos mandatarios habría girado en torno a un intercambio que recuerda más a una capitulación que a una negociación. Trump, que hace meses reclamaba un alto el fuego inmediato, terminó validando la agenda rusa sin contrapartidas significativas. Esta actitud no solo representa un golpe a Kiev, sino también a Europa, que queda ahora sola frente al desafío estratégico planteado por Moscú.
Los paralelismos históricos resultan inevitables. Así como Neville Chamberlain regresó de Múnich en 1938 proclamando “paz para nuestro tiempo” tras ceder los Sudetes a Hitler, Trump parece repetir la misma fórmula ochenta y siete años después, cediendo soberanía ucraniana a cambio de promesas cuyo valor es, en el mejor de los casos, ilusorio. Putin asegura que no habrá nuevas ofensivas si se cumplen sus condiciones, pero las promesas de los autócratas rara vez han detenido su expansión.
El problema no se limita a Ucrania. Si Estados Unidos acepta modificar fronteras por la fuerza, el orden internacional nacido en 1945 se ve seriamente comprometido. La señal hacia otros regímenes es clara: la violencia paga si se ejecuta con determinación. China observa con atención este escenario para sus aspiraciones sobre Taiwán, e Irán no dejará pasar la oportunidad de medir la falta de cohesión occidental.
Para Europa, la situación representa el desafío más grave desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Emmanuel Macron, Friedrich Merz y Keir Starmer han convocado una reunión de emergencia que se perfila más como un consejo de guerra que como una cumbre diplomática. El diagnóstico compartido es crudo: la defensa de Ucrania, y en consecuencia la seguridad europea, depende ahora exclusivamente del Viejo Continente.
Los servicios de inteligencia europeos advierten que Rusia podría poner a prueba el artículo 5 de la OTAN en los países bálticos en un plazo de tres a cinco años. Con un ejército endurecido tras más de un millón de bajas y una economía volcada al esfuerzo bélico —casi un tercio del presupuesto estatal está destinado a defensa en 2025—, Moscú no da señales de agotamiento.
La respuesta europea deberá ir más allá de las declaraciones solemnes. Bruselas discute un programa de rearme estimado en 800.000 millones de euros, pero las voces más realistas advierten que esa cifra apenas cubre lo mínimo. Si Washington abandona la defensa del orden internacional, la Unión Europea debe asumir el costo de transformarse en potencia militar autónoma, algo que hasta ahora había delegado a Estados Unidos.
Trump, al concederle a Putin lo que exigía desde el inicio, no solo pone en jaque a Ucrania, sino que obliga a Europa a replantear su propia supervivencia. La historia vuelve a rimar, y la lección de Múnich resuena con fuerza: apaciguar al agresor nunca ha sido sinónimo de paz duradera.