Miami, 21 de agosto de 2025 – Total News Agency-TNA-Las ya frágiles relaciones entre Venezuela y Estados Unidos han sufrido un brusco deterioro en los últimos días, pasando de un escenario de diálogo —con renovaciones de licencias petroleras y canjes de prisioneros— a una marcada escalada bélica y política.
A comienzos de agosto, la administración de Donald Trump volvió a autorizar a la petrolera Chevron a operar en Venezuela, en lo que fue interpretado como un gesto de acercamiento tras un canje de prisioneros políticos . Sin embargo, esa apertura dio paso a un repentino endurecimiento. El 7 de agosto, Washington duplicó la recompensa para cualquier información que facilite la captura del presidente Nicolás Maduro, elevándola a 50 millones de dólares y calificándolo como narcotraficante y líder del Cartel de los Soles.
La escalada se vio reflejada en una intervención militar sin precedentes: EE. UU. desplegó tres destructores de misiles guiados —el USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson— acompañados por submarinos, aeronaves, 4.000 marines y otros efectivos navales en las aguas cercanas a Venezuela, como parte de una operación antidrogas de amplio alcance (The Wall Street Journal). La Casa Blanca justificó la acción aludiendo a su compromiso de “usar todo su poder” contra el tráfico de drogas y tildó al régimen chavista como una amenaza regional.
La reacción del gobierno venezolano fue rápida y contundente. Nicolás Maduro ordenó la movilización de entre 4 y 4,5 millones de efectivos de la Milicia Nacional —formada por reservistas, paramilitares, civiles y fuerzas militares leales a la Revolución— y prohibió el uso de drones en el espacio aéreo nacional, en un gesto simbólico de alerta máxima frente a lo que calificó como una operación belicista de EE. UU.
La presión estadounidense ha sido celebrada por algunos sectores de la oposición venezolana en el exilio, como María Corina Machado, quien agradeció el aumento de la recompensa y lo valoró como una señal de apoyo a la causa democrática (El País). No obstante, en el interior del país reina el escepticismo. La ciudadanía, cansada de promesas incumplidas, desconfía de una intervención como vía para el cambio; también sectores opositores moderados descartan por completo que una acción externa resulte conducente a la transición política.
Por su parte, figuras del oficialismo venezolano, como el ministro de Defensa Vladimir Padrino López, denunciaron los movimientos de EE. UU. como un ataque a la soberanía regional. Padrino calificó las acusaciones de “absurdas” y afirmó que la narrativa contra Maduro busca justificar una agresión imperia. El canciller Yván Gil también advirtió que la escalada amenaza la estabilidad de todo el continente.
La repentina virazón de la relación bilateral —de apertura petrolera y canjes de presos a la artillería naval y amenazas de captura— refleja un pulso diplomático transformado en confrontación directa. Con impactos que trascienden las fronteras, la región entró en una fase de alta tensión, donde la débil estabilidad venezolana se exhibe como un tablero geopolítico de consecuencias imprevisibles.