Por Nicolás J. Portino González
La Argentina del 2025 camina hacia las urnas con el mismo desgano con que se camina hacia la parada del bondi. El votante llega hastiado, descreído, pero consciente de que cada papelito que mete en la urna define quién le arma el precio de la nafta, del dólar y del choripán.
Los números, obtenidos del entrecruzamiento de los datos de varias de las últimas encuestas, de uno y otro lado –que nadie quiere admitir en voz alta, pero todos mascullan en pasillos y cafés– muestran una foto cristalina: La Libertad Avanza + PRO consolidados como primera fuerza nacional con un 42,5%, el peronismo rezagado en 32,5% y un mosaico de partidos provinciales, izquierdas y federalismos varios que suman un 25%.
La postal, estimado lector, es implacable: Milei y su tropa de libertarios, con Macri como socio táctico, se llevarían el centro de la escena. No porque enamoren, sino porque no hay alternativa competitiva. El peronismo se refugia en sus feudos norteños –Formosa, Santiago del Estero, Catamarca, Tucumán– donde todavía maneja la clientela como una vieja empresa estatal. Pero fuera de ahí, el PJ no pasa del papel de actor secundario.
En Diputados, el oficialismo ampliado (Milei+PRO) obtendrían 55 a 60 bancas nuevas. El PJ resiste con 40 a 50. Y los “otros” –esos partidos provinciales que en Buenos Aires se miran con sorna– logran 20 a 25 escaños que serán, paradójicamente, los más codiciados a la hora de negociar.
En el Senado, el esquema mayoritario le estaría dando respiro al peronismo: lograría 9 bancas nuevas, contra 8 de LLA+PRO. Una paridad que garantiza rosca, negociaciones eternas y la imposibilidad de que el mileísmo, por sí solo, imponga la ley de la motosierra en la Cámara alta.
La Provincia de Buenos Aires es el ring decisivo: LLA+PRO llegarían con 39%, el PJ con 37,5%. Una pelea a los puntos, donde la diferencia será la maquinaria de movilización en el conurbano. El riesgo: si el oficialismo descuida el territorio, la marea amarilla se transforma en empate técnico.
En CABA, la interna se libra en familia: LLA estaría arriba con 28,5%, el PRO lo sigue con 24,5% y el PJ, resignado, araña un 21%. El mileísmo le disputa la hegemonía al macrismo en su propio barrio, como invitado incómodo que se sienta a la mesa sin pedir permiso.
El mapa es claro:
LLA+PRO ganaría en 16 provincias.
El PJ resiste en 5.
El resto queda en manos de fuerzas locales que valen más que su porcentaje: pesan en la negociación del Congreso.
La conclusión, en estilo brutalista: Milei sería el gran ganador de 2025, no porque la sociedad desborde algarabía, sino porque el resto ya los entristeció lo suficiente como para temerles. El PRO lo acompaña, disciplinado, sabiendo que la sociedad le entrega un mandato de 4 años más a la derecha, aunque con el pedido tácito de que aflojen con la pirotecnia verbal.
El peronismo –atrapado en su nostalgia, sin renovación creíble– deberá contentarse con su rol de oposición regional. Y los partidos provinciales, esos “otros” siempre subestimados, serán los brokers del Congreso, los que reparten la diferencia entre la motosierra y el veto.
En resumen: Milei y Macri se quedan con el premio mayor. El PJ sobrevive con feudos y bancas suficientes para complicar. Y la Argentina, otra vez, confirma que la política es un circo donde todos se pelean por la caja, mientras el votante, hastiado, vuelve a la parada del bondi.