Por Daniel Romero
Washington, 19 de septiembre de 2025 – Total News Agency – TNA –La reciente firma del memorando de entendimiento entre Rusia y China para impulsar el gasoducto Power of Siberia 2, junto con la expansión del Power of Siberia 1, marca un punto de inflexión en el tablero geopolítico mundial. Este acuerdo, presentado en la última cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO), garantiza a Moscú un mercado alternativo al europeo en plena guerra de Ucrania, al tiempo que otorga a Pekín una fuente estratégica de energía barata y estable. La consecuencia inmediata será más capacidad productiva, mayores exportaciones, nuevos espacios de conquista comercial y, a mediano plazo, un refuerzo directo del poder económico y armamentístico de China.
Estados Unidos y Europa concentraron sus esfuerzos en sanciones financieras y energéticas para aislar a Moscú tras la invasión de Ucrania, pero subestimaron la capacidad rusa de redirigir su comercio hacia Asia y, especialmente, el interés de Pekín en convertir esa dependencia energética en un instrumento de poder global. El estratega y ex Secretario de Estado Henry Kissinger ya había advertido en los años 70 que Washington debía impedir a toda costa una alianza plena entre Moscú y Pekín. En sus palabras: “Es un axioma que Estados Unidos nunca debe permitir que Rusia y China se unan contra nosotros”. La realidad de 2025 confirma la vigencia de aquella advertencia, que ni la administración estadounidense ni la Unión Europea parecieron tomar en cuenta con la urgencia necesaria.
El Power of Siberia 2, con una capacidad proyectada de 50 bcm anuales, tendrá un volumen similar al del Nord Stream, pero con destino a China. Sumado al Power of Siberia 1, que duplicará su capacidad actual hasta alcanzar los 44 bcm, Moscú podrá canalizar hacia el este gran parte del gas que antes fluía hacia Europa. La operación en yuanes y rublos, fuera del alcance del dólar, refuerza un paraguas financiero ajeno a la supervisión occidental. Este aspecto no solo erosiona el poder de las sanciones, sino que promueve un sistema paralelo de intercambio que puede extenderse a otros miembros de la SCO, como India y eventualmente Corea del Norte.
Cada metro cúbico de gas ruso que ingrese en China se transformará en manufacturas que desplazarán a Occidente de los mercados globales y financiarán la modernización militar de Pekín. La ecuación es clara: energía barata para sostener la hegemonía industrial, mayor competitividad exportadora y más recursos para programas de defensa avanzados. Así, lo que en Europa se concebía como un arma de presión contra Moscú, en Asia se convierte en un multiplicador de poder para el bloque euroasiático.
La cumbre de la SCO sirvió como plataforma política para reforzar esta alianza. Rusia obtiene oxígeno financiero y salida para sus hidrocarburos; China asegura un suministro confiable para consolidar su hegemonía industrial; India se posiciona como actor bisagra entre ambos mundos; y Corea del Norte añade un factor de disuasión militar en el noreste asiático. Frente a este bloque, Estados Unidos y Europa aparecen fragmentados y sin estrategia coherente, limitados a sanciones parciales que no han impedido ni la guerra en Ucrania ni el fortalecimiento de la relación Moscú-Pekín.
Los riesgos para Occidente son múltiples. Rusia utiliza el mercado chino para eludir sanciones, reduciendo su efectividad. Los ingresos energéticos le permiten sostener el esfuerzo bélico en Ucrania. Europa y Estados Unidos enfrentan a una China con energía más barata y mayor capacidad para inundar los mercados con exportaciones competitivas. Y el superávit resultante permitirá a Pekín acelerar su programa militar en el mar de China Meridional y sobre Taiwán.
Expertos coinciden en que Occidente debe tomar medidas inmediatas para reducir el impacto de esta alianza. Entre ellas, endurecer las sanciones secundarias hacia entidades chinas involucradas en proyectos energéticos con Rusia, acelerar la diversificación energética mediante acuerdos con proveedores alternativos como Estados Unidos, Qatar y África, reforzar alianzas con India ofreciendo incentivos estratégicos y mejorar la coordinación transatlántica para detectar y frenar evasiones de sanciones. Además, la inversión en competitividad industrial y tecnológica será clave para reducir la brecha con China y evitar un desplazamiento irreversible en los mercados globales.
El gasoducto Power of Siberia 2 es mucho más que un acuerdo comercial: representa la consolidación de un bloque euroasiático que desafía la arquitectura global construida por Occidente desde la Guerra Fría. Lo que Kissinger anticipó como un riesgo existencial para Estados Unidos hoy se plasma en hechos concretos. Cada envío de gas ruso a China no solo sostiene la guerra en Ucrania y debilita las sanciones, sino que también alimenta un modelo económico capaz de desplazar a Europa de los mercados y otorgar a Pekín un poder militar creciente. Occidente aún tiene margen de maniobra, pero la ventana para reaccionar se estrecha con rapidez.