Por Darío Rosatti
Buenos Aires, 28 octubre 2025 – Total News Agency – TNA –La euforia financiera que siguió a la victoria legislativa de La Libertad Avanza se moderó rápidamente: el dólar, que había caído tras el triunfo, volvió a asentarse cerca de los $1.450 (mayorista) y dejó en claro que las mejoras bursátiles y en bonos no borran los desafíos estructurales de la economía argentina. Frente a ese escenario, la dirección política del Gobierno enfrenta una prueba de realismo: administrar el éxito electoral sin abandonar la prudencia y la construcción de acuerdos.
Del alivio temporal a la normalización cambiaria
Tras el salto inicial en bonos y acciones, el peso recuperó buena parte de lo ganado y quedó prácticamente donde estaba antes de las elecciones. Esa dinámica confirmó lo que advirtieron analistas: la recuperación bursátil no equivale a una solución para un esquema cambiario que ha requerido intervenciones, reservas y tasas de interés muy altas. La banda acordada con el FMI alivió momentáneamente la presión, pero sostuvo un costo fiscal y monetario cuyo mantenimiento no resulta sostenible indefinidamente.
La política interna: entre la euforia y la prudencia necesaria
Dentro de la Casa Rosada deberían enfriarse las celebraciones. Si bien el triunfo legislativo amplía la capacidad de gestión del Ejecutivo, subsisten voces en el entorno político que desaconsejan cualquier negociación con gobernadores o con espacios aliados como el PRO. Ese enfoque —de cerrarse a la interlocución— sería un error estratégico. Es imprescindible recordar el momento en que, tras una victoria legislativa, un Gobierno anterior eligió el aislamiento y pagó la falta de diálogo con retrocesos políticos importantes. Hoy la oportunidad es distinta: un Milei moderado y dispuesto a dialogar, como el que habló la noche del domingo, puede consolidar reformas y ampliar consensos; la indulgencia al maximalismo puede, en cambio, erosionar rápidamente el capital político obtenido.
Una crónica de mesa: la tensión entre entusiasmo y cordura
Días atrás, quien escribe compartió un asado con jóvenes libertarios y algunos militantes ya con más años. Durante la comilona, uno de los jóvenes afirmó a viva voz que el Gobierno no debía dialogar con nadie: “el que quiera sumarse que venga, pero no vamos a darles lugar”, insistió. Ante esa postura, un asistente de más edad —que peinaba algunas canas— intentó razonar y explicar las bondades del diálogo, no solo para unir a los argentinos sino para alcanzar objetivos económicos y políticos sostenibles. Lejos de calmarse, el joven se enervó más y aseguró que no importaba si se generaban costos sociales: “la sociedad se joda y explote todo; los jóvenes tenemos la posibilidad de irnos afuera y hacer nuestra vida, pero dialogar con los que nos trajeron hasta aquí, nunca”. Esperemos que esa frase represente la fogosidad de un puñado y no el espíritu de decisiones en despachos oficiales. Con las elecciones ya ganadas, es preferible que prime el Milei del domingo por la noche: moderado, pragmático y dialoguista.
Dependencia externa y límites de la receta
La estabilidad reciente contó con el auxilio externo: la administración de Estados Unidos facilitó recursos que, según versiones de mercado, permitieron contener una corrida inmediata. Pero ese respaldo da tiempo, no soluciones definitivas. Las tasas locales siguen altas, la actividad económica está en recesión y el esquema de bandas impone costos que se pagan con reservas y con mayor contracción financiera. Bloomberg y varios operadores internacionales plantearon la alternativa inevitable: o la banda se ensancha para permitir una depreciación ordenada del peso, o en algún momento la cotización flotará desde una posición de mayor debilidad, con el consiguiente impacto en precios y en poder adquisitivo.
Por ello…
La victoria legislativa ofreció un respiro y una ventana de oportunidad política y financiera. Pero la realidad macroeconómica y la propia experiencia histórica exigen prudencia: el triunfo no habilita la arrogancia ni el cierre al diálogo. Si el Gobierno quiere transformar el impulso electoral en gobernabilidad duradera debe bajar la euforia, convocar a la cordura y poner en práctica la voluntad de consenso que el Presidente mostró al hablar conciliador la noche del domingo. Es la hora de construir, no de aislarse; de gobernar para todos y empezar a demostrar que las promesas se traducen en políticas creíbles y sostenibles.

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