Por Nicolás J. Portino González
El Peronismo. Ese movimiento que alguna vez fue carne, músculo y épica, hoy reducido a una momia ideológica exhibida en el museo del fracaso argentino. Se sigue invocando como si fuera el caballo de batalla de la patria, cuando lo que realmente galopa —desbocado, jadeante, sin jinete— es una jauría de galgos famélicos peleando por las sobras de un botín que ya no existe.
Porque el peronismo ya no moviliza, ni conmueve, ni convence. Se ha convertido en una religión de dogmas vacíos, repetidos con la fe ciega de los que no entienden ni siquiera su credo. Los mismos slogans, las mismas frases oxidadas, los mismos nombres impresos en pancartas que ya no conmueven ni al puntero de la esquina.
Los mensajes que otrora fueron mitos fundacionales se han transformado en fósiles discursivos. Fueron dinamitados, falseados, vencidos, manipulados y, finalmente, dilapidados por sus propios herederos durante las décadas más infames de nuestra historia reciente. Los 70, los 80 y la ignominia extendida de los 16 años asquerosos del kirchnerismo. No peronismo: kirchnerismo, la versión posmoderna y populachera del saqueo institucional.
El peronismo es hoy un rejunte de rezagados mentales, una secta sin dios ni doctrina que hace más de medio siglo fue deglutida, digerida y defecada por la izquierda que ellos mismos dejaron entrar. Esa izquierda que, en los setenta, les asesinó a los dirigentes más lúcidos y leales a Perón, los que podían pensar con la cabeza y no con el fusil.
Y no contentos con eso, los torturó políticamente, los desapareció del mapa y los reemplazó con militantes de consigna universitaria que convirtieron la liturgia en una kermesse de subsidios, pancartas y relatos.
Hasta Eduardo Duhalde, el último dinosaurio con instinto de supervivencia, lo reconoció: “Cristina dijo: ‘Para ese viejo de mierda, ni un peso.’”
Y no se lo dijo a Lanata, ni a Grondona, ni a Majul. Se lo dijo a Rebord, el nuevo oráculo de YouTube, el peronómetro de utilería de esta era digital. Rebord, ese influencer heredero del acabado Julio Bárbaro, que no pasaría el test ideológico ni de Herminio Iglesias.
El peronismo no es Rebord, ni Grabois, ni Taiana, ni las viudas del relato y menos los “believers” de La Cámpora (putos y marxistas). El peronismo no era Kirchner y definitivamente no es Cristina Fernández de Kirchner.
¿Por qué no tienen norte? Porque el “rejunte de gatos” que Perón supo domar con látigo y carisma, hoy se devora entre sí sin necesidad de un enemigo externo. El recurso precario del “enemigo exterior” vinculado al “enemigo interior” ya no convence ni al militante más fanatizado. El cuento del lobo se les acabó: gritaron tanto, tan seguido, tan falsamente, que ahora nadie corre cuando ladran.
El felíz resultado ha sido la transformación de Milei en Lobo, ya no León, para comerse al mentiroso de Juanito…que ya no grita más.
Hace veinte años los nombres son los mismos. Los apellidos, los mismos. Los modos, los mismos. Las ideas, las mismas. Las derrotas, las mismas. La corrupción, la misma. Y el choreo, inalterable, como la humedad del conurbano.
De toda esa fauna política solo queda su “demorada” estratega —la peor de la historia contemporánea— que todavía cree que el poder se ejerce con odio, soberbia y bailecitos en la derrota. Cristina Fernández, la madre del vacío, la arquitecta del ocaso alias “La tobillera de Constitución” homejaneando a las históricas -mucho más valiosas- trabajadoras del barrio.
Le agradecen, en secreto, todos los libertarios. Eternamente agradecidos de que no genere cuadros, de que no deje herencia política, de que cada victoria sea un suicidio colectivo.
Gracias, Cristina, por tus 678, por tus Victor “Humo” Morales, por tus Barone, por tus Dorio, más acá por tu Gato Silvestre, por los Rebord, tus Gelatina, tus cantantes sin talento, tus Rial y tus Tinelli, tus Brancatelli, tus Tenembaum, tus Sietecase y tus Nancy Pazos. Gracias por ese elenco estable de idiotas subnormales y funcionales que sostienen tu circo con la misma fe que los corderos del matadero.
Y gracias también al inefable Guillermo Moreno —el mejor de su lado, lo cual no es precisamente un elogio— por pronosticar con su habitual precisión que ganarían Buenos Aires, Santa Fe, Tierra del Fuego y Córdoba. Qué precisión quirúrgica, qué lucidez sobrenatural.
No se ayuden más, cumpas. Cada vez que intentan “ayudar”, retroceden veinte años. Cada vez que hablan de “modelo”, de “redistribución”, de “soberanía”, sólo logran confirmar que viven atrapados en un loop discursivo que se quedó sin cassette.
No ayuden, porque van a terminar creando el relato de que La Libertad Avanza gana porque ustedes lo permiten. Y tristemente eso tampoco es cierto.
El 41% y me animaría a decir que bastante más, pertenece a generaciones nuevas, curtidas y ya hartas de la mugre de los gobiernos kirchneristas, hijos de la devaluación eterna, julios lopez desaparecidos, Juanes Castros asesinados, Campagnolis perseguidos, ex presidentes golpeadores de mujeres, vacunados VIP, fiscales asesinados, Stiusos, funcionarios millonarios y militantes rentados que confundieron ideología con recibo de sueldo.
Esa generación creció viendo cómo los próceres de cartón se paseaban en autos oficiales mientras sus padres contaban monedas. Y un día dijeron basta. No quieren verlos NUNCA MÁS.
El peronismo fue alguna vez una maquinaria. Hoy es un souvenir.
Fue un movimiento de masas, y ahora es una cofradía anacrónica de burócratas nostálgicos.
Fue doctrina, y se volvió un culto a la derrota.
El cadáver de Evita se conserva mejor que la idea del peronismo. Lo embalsamaron con tanta liturgia que ya nadie distingue si lo que veneran es un símbolo o un espejismo.
Y mientras…los de siempre discuten si Perón era de izquierda o de derecha, si Cristina es heredera o usurpadora, la realidad —esa cruel amante de la política— ya dictó sentencia:
El peronismo se suicidó y encima…dejó una carta firmada.
Fin.

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