Por Nicolas J. Portino González
El BOPE irrumpió ayer en los complejos de Alemão y Penha y quebró la columna vertebral del Comando Vermelho, esa organización criminal que durante años gobernó las favelas como un Estado paralelo, armado, insolente y cruel.
El gobierno del Estado de Río de Janeiro no habló: actuó. Y cuando un Estado decide defenderse, el resultado es este —una jornada de fuego, coraje y justicia—.
Desde temprano, el cielo de Río rugió con los helicópteros del BOPE. En tierra, más de 2.500 efectivos avanzaron entre laberintos de ladrillo y callejones dominados por el miedo. Las bandas respondieron con fuego pesado, barricadas, drones y autobuses incendiados. Pero nada detuvo el avance.
El enemigo fue superado.
El saldo es contundente: 64 muertos —60 criminales y 4 policías—, 81 detenidos, más de 90 fusiles recuperados y toneladas de droga incautadas. En las ultimas horas, las cifras se estarían elevando hasta los 120 muertos, pendientes de confirmación.
Se recuperó el control donde se había perdido.
No fue una operación policial. Fue una acción de guerra urbana. El enemigo ya no es el delincuente común; es una estructura insurgente de tipo narco-terrorista. El “CV” no vende droga: vende soberanía. Cobra impuestos, impone normas, dicta justicia y administra miedo.
Cuando una organización de ese tipo domina el territorio, la sociedad vive en un régimen de ocupación.
Y cuando el Estado decide entrar, no entra a negociar: entra a reconquistar.
El BOPE actuó con precisión militar. Inteligencia previa, cerco, fuego controlado, avance coordinado. Cada paso calculado, cada disparo medido.
No hubo improvisación ni caos. Hubo orden en el combate, doctrina en la ejecución y moral en el resultado.
Así opera una fuerza que entiende que el valor no es violencia, sino justicia en movimiento.
Todo ello, en el contexto latinoamericano actual, vale oro.
El narcoterrorismo se expande por el continente: estructuras híbridas que mezclan crimen, política y control social.
Ante eso, los Estados tienen dos opciones: ceder o combatir. Se eligió combatir y el BOPE fue el instrumento del mandato soberano.
Los críticos hablarán de “violencia institucional”, de “DDHH”. Son precisamente los cómplices de los grupos narco-terroristas. En Brasil y en todo el mundo.
Las naciones no se salvan con comunicados ni con lamentos. Se salvan con coraje, con orden y con sangre fría.
Y ayer, en Río de Janeiro, volvió el orden.
El BOPE no actuó por venganza. Actuó por deber.
Restauró la ley donde reinaba la barbarie.
Recuperó la soberanía donde mandaba el crimen.
Y demostró, una vez más, que la autoridad es la forma más alta de la libertad.
Porque un pueblo sin autoridad está condenado a ser gobernado por la violencia.
Y un Estado que no se defiende, deja de existir.
Ayer, el BOPE no solo limpió una favela: reconstruyó la idea de Estado.
En cada calle donde flamea nuevamente la bandera, quedó grabado un principio que los hombres de uniforme conocen desde siempre:
La patria se defiende de pie, con decisión, con fuego y con honor.

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