Buenos Aires, 9 de noviembre de 2025 – Total News Agency-TNA-Nueve años después de “Escudo del Éufrates” y con “Rama de Olivo” y “Fuente de Paz” como hitos de sucesivas incursiones, Turquía mantiene tropas y administración de facto sobre franjas del norte de Siria —Al-Bab, Azaz, Jarabulus, Afrin, Tal Abyad y Ras al-Ayn— mediante alianzas con facciones del llamado Ejército Nacional Sirio (ENS). Lejos de un repliegue, Ankara reforzó su permanencia: el Parlamento aprobó la prórroga más extensa desde 2016 para operar en Siria e Irak, blindando por tres años más la base legal interna de su despliegue exterior. En el terreno, esa continuidad se traduce en estructuras de gobernanza paralelas, uso extendido de la lira turca, y una malla de seguridad dependiente de milicias locales que, según organizaciones independientes, sostienen un patrón de detenciones, extorsiones y apropiación de propiedades.
La narrativa oficial turca insiste en “zonas seguras” para neutralizar amenazas del YPG/FDS —que Ankara asimila al PKK— y facilitar retornos de refugiados. Sin embargo, informes recientes documentan lo que víctimas y testigos describen como un ecosistema de impunidad: arrestos arbitrarios, torturas, desapariciones y saqueos cometidos por brigadas del ENS en áreas ocupadas, con débiles mecanismos de rendición de cuentas. Los señalamientos no son nuevos, pero en 2025 se acumularon denuncias específicas sobre confiscaciones y desalojos en Ras al-Ayn y Tal Abyad, y sobre “cambios forzados” en la composición social en distritos de Afrin, lo que organizaciones sirias y de derechos humanos conceptualizan ya como “ingeniería demográfica”.
En paralelo, la integración administrativa avanza por vías económicas y civiles: municipios y consejos locales coordinan con gobernaciones turcas fronterizas; escuelas adoptan planes y materiales provistos por Turquía; y empresas de telecomunicaciones, banca y correo turcas operan servicios clave. Este proceso consolida “hechos consumados” que, a juicio de juristas y organismos internacionales, tensionan el derecho de ocupación: si existe “control efectivo”, rigen obligaciones estrictas de proteger a la población civil, respetar la propiedad privada y abstenerse de transferencias de población que alteren el tejido demográfico. La crítica central es que la seguridad se terceriza en milicias con incentivos predatorios, al tiempo que la administración civil responde a lineamientos de Ankara sin contrapesos institucionales locales.
En el tablero regional, el diálogo abierto en 2025 entre Ankara y la nueva administración siria introdujo un vector inédito: Turquía ofreció cooperar en la gestión de campos y prisiones del ISIS y, en público, condicionó cualquier replanteo de su presencia a garantías de que el territorio sirio “no será plataforma de amenazas”. Detrás, subyace una ecuación de poder: Rusia y Estados Unidos conservan capacidad de veto en la franja norte, mientras que los retornos de refugiados —crecientes desde fines de 2024— se producen hacia zonas de control heterogéneo, con riesgos de refoulement de facto si no existen garantías judiciales y de medios de vida.
El balance de 2025 es nítido: la prórroga del mandato militar turco y la densificación administrativa en el norte de Siria indican un statu quo prolongado. Para las comunidades locales, ello significa más previsibilidad en servicios básicos, pero también mayor exposición a abusos y a disputas por tierras y viviendas; para Damasco, la consolidación de esferas de influencia que dificultan una reintegración ordenada; y para Ankara, un costo sostenido en recursos, reputación y fricción diplomática. La Comisión de Investigación de la ONU volvió a advertir que la fragmentación del control y la expansión de actores armados con débil disciplina remiten a ciclos de violencia que castigan desproporcionadamente a civiles.
La cuestión de fondo sigue abierta: o Ankara transforma su “zona segura” en un régimen de ocupación compatible con el derecho internacional —con controles efectivos sobre sus fuerzas aliadas, reparación a víctimas y garantías de propiedad— y acuerda un horizonte de salida negociado; o el norte de Siria quedará atrapado en una “normalidad” de baja intensidad, donde la estabilización administrativa convive con abusos crónicos y desplazamientos silenciosos. En ambos escenarios, la comunidad internacional es corresponsable: sin monitoreo robusto, vías de queja accesibles y presión coordinada para el respeto de estándares, la seguridad prometida seguirá siendo, para muchos, otra forma de vulnerabilidad.

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