Taipéi, 27 de diciembre – Total News Agency-TNA-El debate estratégico sobre cómo sostener la disuasión en el Estrecho de Taiwán volvió a intensificarse tras las declaraciones del almirante retirado Lee Hsi‑Min, ex jefe del Estado Mayor del Ministerio de Defensa taiwanés, quien advirtió que la isla debe priorizar un enfoque basado en “armas baratas, móviles y difíciles de destruir” frente a una eventual invasión china a gran escala. Para Lee, la clave no está en competir plataforma contra plataforma con Pekín, sino en inundar el campo de batalla con sistemas distribuidos capaces de resistir, sobrevivir y sostener el combate en el tiempo.
Durante una intervención en el Hudson Institute, Lee planteó que Taiwán debe diferenciar con claridad dos escenarios. Por un lado, la llamada “zona gris”, caracterizada por incursiones aéreas, maniobras navales, ejercicios militares y demostraciones de fuerza constantes por parte de China, cuyo objetivo es desgastar a las fuerzas taiwanesas sin cruzar el umbral de la guerra abierta. Por otro, el peor escenario posible: una operación de coerción mayor que incluya bloqueo, ataques a distancia o un intento de desembarco anfibio.
Según el ex jefe militar, responder cada provocación de la zona gris con sistemas “exquisitos”, costosos y escasos puede resultar funcional en el corto plazo, pero deja a Taiwán mal posicionada si la situación escala. “Si se consumen activos caros para responder a cada presión cotidiana, el día que llegue una campaña de gran escala los inventarios no alcanzarán para absorber pérdidas ni sostener el ritmo de combate”, sintetizan analistas que siguen su planteo.
La propuesta de Lee no implica abandonar la modernización ni los sistemas avanzados, sino redefinir prioridades. En términos doctrinarios, se trata de profundizar una defensa por negación: multiplicar plataformas con baja firma, alta movilidad y capacidad de operar en red, capaces de desplazarse rápidamente, disparar y reubicarse (“shoot-and-scoot”), y seguir siendo efectivas aun cuando la infraestructura fija sea degradada por ataques iniciales.
En el contexto del Estrecho de Taiwán, ese enfoque se traduce en un abanico de capacidades: misiles antibuque y antiaéreos montados en plataformas móviles, drones de reconocimiento y ataque, sistemas de guerra electrónica, sensores distribuidos y, sobre todo, grandes volúmenes de munición que puedan sostener el combate tras el primer golpe. El objetivo es saturar el espacio operacional con amenazas difíciles de localizar y neutralizar rápidamente.
El trasfondo es una asimetría estructural. China cuenta con mayor masa, inventarios más amplios y una capacidad superior para sostener operaciones conjuntas prolongadas. Taiwán, en cambio, busca compensar esa brecha elevando el costo de cada fase de una eventual campaña: la aproximación inicial, la obtención de superioridad local, la protección de líneas de comunicación, el desembarco y la posterior consolidación en tierra. Un campo de batalla saturado, móvil y disperso apunta a convertir cualquier ofensiva china en un proceso lento, incierto y costoso.
Este giro doctrinario tiene implicancias más amplias para la seguridad regional. En primer lugar, desplaza la discusión desde la comparación de plataformas individuales hacia la capacidad de sostener campañas prolongadas, con énfasis en resiliencia logística, reposición industrial y continuidad operativa. En segundo término, obliga a recalibrar los cálculos estratégicos de todos los actores involucrados: a China, que debería planificar operaciones más largas y onerosas; y a Estados Unidos y sus aliados, que deberían pensar no solo en transferencias puntuales de armamento, sino en inventarios, producción y cadenas de suministro capaces de sostener a Taiwán en un conflicto extendido.
La modernización del fuego de precisión taiwanés ofrece una señal concreta de esta evolución. En mayo de 2025, Taipéi realizó su primer ejercicio de tiro real con el sistema HIMARS en el centro de pruebas de Jiupeng, sobre la costa del Pacífico. El uso de este lanzacohetes múltiple, adquirido a Estados Unidos, amplía el alcance de la disuasión y refuerza la interoperabilidad con socios occidentales. Según datos difundidos por Reuters, Taiwán compró 29 unidades, con entregas escalonadas.
En ese marco, el mensaje de Lee Hsi-Min funciona como una toma de posición estratégica: no promete una victoria rápida ni decisiva, pero apunta a un objetivo central de la disuasión moderna. Que cualquier intento de alterar el statu quo en el Estrecho se enfrente, desde el primer día, a un escenario de alto costo, desgaste prolongado e incertidumbre operacional para Pekín.
Fuentes consultadas:
Declaraciones de Lee Hsi-Min; Hudson Institute; análisis de seguridad regional; información de Reuters sobre capacidades militares de Taiwán.

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