Argentina no fracasa por su raíz hispanoamericana, no fracasa por no haber sido liberal, fracasa porque eligió tolerar el robo como sistema.
Aquí la corrupción dejó de ser escándalo, es paisaje. No derriba gobiernos, no deja cicatrices, no indigna más que un rato. La coartada favorita: “en América del Sur son todos iguales”.
Falso. Chile, Uruguay, Brasil y Perú prueban que la corrupción argentina no era inevitable. Fue una decisión política repetida.
Los índices son claros: Uruguay y Chile se mantienen entre los menos corruptos. Brasil oscila, pero investiga y condena. Perú, pese a su caos institucional, procesa a sus presidentes. Argentina se hunde en corrupción crónica, mientras Uruguay ronda 70/100 puntos, Argentina vegeta en 35–40.
No es cultura. Es institucionalidad. O, en nuestro caso, su ausencia.
Uruguay es sobrio: el que roba, cae. Chile puso límites al poder y castigó. Brasil entendió que la corrupción no se erradica, pero se puede controlar. Perú, inmerso en su caos político, no tolera la impunidad presidencial. Argentina sí; los jueces negocian, las causas prescriben, los acusados gobiernan. Brasil tuvo escándalos. Argentina tiene impunidad estructural.
Argentina no es pobre por naturaleza. Tiene más recursos que Chile, Perú y Uruguay, universidades de prestigio y un capital humano excepcional. Pero eligió politizar la justicia, colonizar el Estado y justificar el robo con ideología.
Otros países construyeron instituciones. Argentina construyó relatos.
El peronismo es el quiebre histórico, antes, la corrupción era elitista; desde 1945 se volvió política de masas. Robar “por y para el pueblo” se volvió aceptable. Ganar elecciones pasó a significar apropiarse del Estado. Chile, Uruguay y Perú separaron poder y propiedad estatal. Argentina los fusionó.
Los números son lapidarios: en 1983 el PBI per cápita argentino duplicaba al chileno. Hoy Chile lo supera. Uruguay exhibe mejor crédito y confianza. El PBI per cápita del Perú, pese al caos, creció un 742% en cuarenta años contra el 291% argentino.
La decadencia argentina tiene una causa medible, corrupción impune.
Argentina no fracasa por su raíz hispanoamericana. Fracasa porque decidió no castigar a los que roban. Uruguay demuestra que el poder puede ser austero. Chile prueba que la ley puede estar por encima del relato. Brasil muestra que incluso con corrupción se puede sancionar. Perú confirma que ni siquiera la inestabilidad es excusa.
Argentina eligió otra cosa: relativizar la corrupción, justificar el saqueo y militar la impunidad.
Nuestra corrupción no es fatalidad histórica. Es una decisión política repetida. Mientras no se rompa, no habrá crecimiento, justicia ni futuro. Solo discursos gastados para justificar el mismo saqueo de siempre.
JOSE LUIS MILIA

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