LA HABANA, Cuba. — Leonardo Padura considera que Personas decentes, su más reciente novela, aparecida hace unos meses en Tusquets Editores, es la más policial de todas las tramas que ha escrito.
“Después de varias novelas cada vez más falsamente policiales, sentí la necesidad de practicar a fondo el género y escribir una historia con varios muertos y muchos crímenes, físicos, históricos y espirituales”, explica Padura en la Nota del Autor que aparece al final del libro.
Si eso era lo que deseaba Padura, lo consiguió: Personas decentes es la más policial de todas sus novelas. Pero no por ello, como en todas las demás de la serie de Mario Conde, Padura deja de aprovechar la trama policial como pretexto para abordar críticamente aspectos escabrosos de la sociedad cubana.
En Personas decentes, Mario Conde, años después de su retiro de la policía, colabora en la investigación del asesinato de quien es presentado como el que fuera uno de los principales represores de artistas e intelectuales en la década de 1970, durante el llamado Quinquenio Gris: el teniente Reynaldo Quevedo.
Como en La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros y Herejes, en Personas decentes, Padura vuelve a recurrir a la estructura de dos historias que corren paralelas, una en el pasado y otra en nuestros días. La historia de la investigación del asesinato de Quevedo, que se desarrolla en marzo de 2016, en vísperas de la visita a La Habana de Barack Obama y de los Rolling Stones, discurre junto a la investigación por el teniente Arturo Saborit del asesinato de dos prostitutas en la Habana Vieja de 1910, en una trama que tiene como uno de sus protagonistas al legendario proxeneta Alberto Yarini.
Lo que tienen en común ambas historias es que los investigadores, Arturo Saborit y Mario Conde, son dos personas decentes que se ven obligadas a moverse en medios pútridos que los hastían y ahogan a tal punto que terminan desilusionados, retirados de la policía y con serias reservas acerca de los ideales y valores que un día tuvieron.
En Personas decentes, como en sus demás últimas novelas y en las entrevistas que concede a la prensa extranjera, Padura se muestra cada vez más crítico respecto al régimen castrista y el marasmo decadente al que tiene sometida a la sociedad cubana.
Las referencias al teniente Quevedo —“aquel retorcido que fue el perro de presa, el abanderado de la pureza ideológica al que las autoridades le habían conferido el arbitrio absoluto de decidir los destinos de los habitantes de la república de las artes cubanas”— que hace Padura en Personas decentes, nos recuerdan a represores de los años 70 como Luis Pavón, el teniente Quesada, Papito Serguera y otros. Puede comprobarlo en estos dos párrafos que me permito citar:
“Poeta mediocre, con algún grado militar menor, pertenecía al sector de los intransigentes políticos y a la horda de los enfermos de ese odio voraz que engendran la envidia y los fundamentalismos y cuyos efectos se multiplican desde el pedestal del poder. Estalinista confeso, de personalidad oscura y agazapada, había sido escogido por su vocación de inquisidor y tal vez por maldad genéticamente codificada como la cabeza rectora del proceso de persecución, hostigamiento y marginación que sufrieron demasiados escritores y artistas…”.
“Con toda la intransigencia, la inquina, la maldad y el encono a los que debía su preeminencia y siempre en nombre de la necesaria purga ideológica, política, social y hasta sexual que exigía el mundo feliz habitado por el hombre nuevo, Quevedo se dedicó por años a destruir vidas y proyectos, a envenenar la tierra de la creación arrojándole sal, a quemar herejes en sus hogueras políticas, mientras empujaba una poesía, un teatro, unas artes plásticas de emergencia, casi siempre oportunistas y lamentables, pretendida o presuntamente proletarias, que se aupaban como el arte revolucionario de la Revolución, en y para la Revolución. Como lo pedían los discursos, como lo estipulaban los documentos, como lo reclamaba la filosofía en práctica”.
Y poco faltó para que dijera que como lo exigía Fidel Castro. Porque no hay dudas de que es del Comandante de quien habla Padura cuando se refiere a ese Alguien que “decidió disimular bajo capas de olvido, silencio, miradas hacia otros lados, unos tiempos y políticas tan infames”.
¿Quién que no fuera el Máximo Líder tenía potestad para ordenar la implementación de aquellas políticas? Porque Pavón, Quesada, Serguera y otros, solo fueron los entusiastas esbirros ejecutores de aquella barbarie que tanto daño hizo a la cultura nacional.
Esta nueva novela de Leonardo Padura, que tan atrevido e inconveniente se ha vuelto, es probable que no se publique en Cuba. O tal vez sí. Total, para que no se lea mucho, bastará con darle poca promoción y una tirada pequeña, más pequeña de lo habitual tratándose de Padura.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org