Por Ricardo Roa
Autocandidato que dice no querer serlo, mandó a camioneros como inspectores. Ni Moreno lo hubiera hecho mejor.
Estamos acostumbrados a que acá pueda pasar cualquier cosa. ¿Por qué debería sorprendernos que el gobierno ponga todo su empeño en un juicio político que no va a salir y sesiones extraordinarias para tratar 27 leyes que seguramente tampoco salgan?
Esto es lo que nos espera. Un show sin público. O, mejor dicho, montado para el público propio, que se le achica. Qué mejor prueba que la patoteada de los camisas negras, bien al estilo mussoliniano, vigilando precios con aval oficial. ¿Vigilando? No, apretando es la palabra correcta. Es también parte del show. Al frente, Oscar Borda, quien en setiembre una jueza ordenó detener por agredir a un empresario. La denuncia, oh casualidad, no avanza. Borda es brazo ejecutor de la fuerza de choque de Pablo Moyano, al que Massa autorizó mandar barras bravas a los súper, camuflados como funcionarios. Ni Moreno lo hubiera hecho mejor. El 95% de inflación apura audacias que no se sabe en qué pueden terminar.
No siempre, pero el miedo funciona: los empresarios echan pestes en off, pero una de las cámaras que los agrupa casi felicitó a Moyano. Síndrome de Estocolmo. ¿La explicación? Dicen que así podrán demostrar que si faltan productos de Precios Cuidados no es por su culpa sino por culpa los fabricantes. Por eso, dejaron entrar a sus empresas a patovicas que meten miedo. Con el mismo criterio podrían mandar camioneros a vigilar los precios de todos los comercios. Una locura.
Como se suele decir ahora, todo tiene que ver con todo. Pero eso no quiere decir que todo calce con todo. Normalmente los gobiernos llaman a sesiones extraordinarias cuando necesitan sacar leyes que no pueden esperar. Y normalmente los gobiernos, aunque no todos, cuando ven que no tienen votos para seguir apuntan a lo peor: a profundizar la grieta. No debe llamar la atención: está en la razón de ser del kirchnerismo, que ve perdida la elección y juega a radicalizarse con la esperanza de que así le irá mejor. Claro: necesita que la oposición siga a su vez perdida en sus internas, sin descanso aún en vacaciones.
Pero, ¿funciona? El tema número uno en las redes y sus alrededores ha sido por estas horas el Kramer versus Kramer de Shakira y Pique. Con más precisión, la canción que Shakira le dedicó a su ex. Cristina no tiene esas habilidades del mundo tuiter ni tampoco es muy musical, pero sin cantarle nada muy fuerte o muy público, o queriendo o sin querer por esto de agrandar la grieta, se las está arreglando para raspar al candidato Massa. No son raspones menores.
Autocandidato que informa no querer serlo o candidato posible, tal vez el único (los otros son Fernández, sin chances o el recuperado Scioli, casi sin chances), el hecho es que del otro lado del gobierno,o del mismo lado, váyase a saber bien, no es la inflación ni la dramática falta de dólares ni el dólar récord lo que más debilita al ministro. Ocurre que para Cristina Kirchner gobernar en La Rosada o en el Ministerio de Economía, que está al lado, es que le saquen de encima a la Justicia. Y como eso se ha vuelto más que difícil, gobernar como Dios manda es embarrarle a fondo la cancha a la Corte y por elevación a cualquier juez que se le atreva, como se le han atrevido ya. Pregunta: ¿al final, qué hará Cristina que se declara proscripta?
Con la reserva del caso, Massa la ha ayudado en algunas causas. Pero es obvio que no ha sido suficiente. Ahora, con la Corte, intenta hacerse el distraído y no dice esta boca es mía sobre la disparatada ofensiva de la vice contra los jueces porque no fallan como ella quiere que fallen.
Pero Massa es parte del Gobierno: sabe que tiene que pasar señal muy clara si no quiere dejar de serlo. Esto es, poner a sus tres diputados en línea con el ataque, aún venciendo la resistencia de algunos de esos mismos diputados, a los que el kirchnerismo apretó citándolos a la comisión.
Por donde se lo mire, el pedido de juicio a la Corte no es más que una operación política y mediática. Un calco del llamado a extraordinarias: presentó 27 proyectos para tratar en un mes, cuando sólo pudo aprobar 36 en todo un año y hay otros 15 varados en la prolongación de las ordinarias.
Sin número para aprobar nada, Massa se ilusiona con que alguno de esos 27 proyectos seduzca a un mini bloque y le dé quórum. Tiene un acuerdo con Lousteau y Yacobitti sobre las universidades pero los radicales porteños no se arriesgarán a romper la oposición. El masivo ataque a la Corte los une. El gobierno está montando un circo que tiene un grave impacto institucional. Y eso, claro está, le embarra a Massa la gestión y, como candidato, lo aleja de la Avenida del Medio para convertirlo en un heredero de Cristina al estilo Epopeyo Fernández, como lo llama su vocera.
Falta un vagón de tiempo para octubre y aunque no se haya hecho anuncio oficial, ¿qué duda cabe que estamos en modo electoral? Hace pocas horas, Massa le abrió la puerta de los súper a Moyano. Poco antes, a los grandes gremios, enemigos internos de Moyano, les había pedido una mano con las paritarias: ponerles un tope del 60%. Se lo dijo el miércoles, en un almuerzo, a Daer. Martínez, de la UOCRA, corcovea pero la UTA, con más dependencia del Estado en sus tarifas, ya firmó.
Habrá que acostumbrarse a estas epopeyas electorales y ver para creer. Ocurren otras cosas igualmente gráficas, como la que vivió Fioca, un ignoto ex publicista kirchnerista, dueño de un lujoso complejo de cabañas y restorán en Chapadmalal. Allí fueron a cenar su amigo Albistur con su mujer Tolosa Paz y el presidente después de un acto en Mar del Plata, en el que Tolosa y Raverta, de La Cámpora, se sacaron chispas. Fioca los agasajó. La cosa es que al día siguiente, cayó al restorán una legión de inspectores. Todo el mundo supuso que los había mandado Raverta. Está visto: las internas no se toman vacaciones y Fioca paga los platos rotos.
Las vacaciones tienen que ver, váyase a saber en qué dimensión, con la necesidad de distraerse de la crisis y la falta de luces al final del túnel que ofrece la política. El gobierno apuesta al milagro del 3% de inflación, pero tiene detrás los escombros del 95%. Macri sigue con los libros y, como Cristina, pareciera estar apostando a un operativo clamor. Para colmo, en una de esas, para decir no. En la oposición también se apuesta a otra epopeya nada menor: ponerse de acuerdo.
Fuente Clarn