Por Hugo Flombaum
El sistema institucional democrático se basa en pilares, uno de ellos, es el de garantizar la representatividad de sus autoridades.
La crisis de representación de nuestro sistema es indudable. Esa crisis se manifiesta en general, pero cuanto más numerosa es la población del territorio a representar esa crisis se profundiza.
En los últimos 30 años hemos transitado reformas en nuestro sistema, todas apuntaban a garantizar transparencia a través de eliminar «intermediaciones». Se establecieron elecciones directas de candidatos. Se anularon los colegios electorales.
En 1983, en nuestro país, podríamos generalizar en otros países de la región y en el mundo occidental, los partidos políticos eran la cantera dirigencial de la política.
Las bases de la organización de esos partidos eran dos y confluyentes, un conjunto de ideas y propuestas que se organizaban por territorio. Garantizaban que esas ideas se expresaran territorialmente, lo que generaba el aporte permanente desde los territorios de nuevos dirigentes.
Cuando se establecieron los distritos únicos la construcción de las organizaciones cambiaron el sentido del vector. Desde arriba hacia abajo en lugar de que fuera desde los territorios hacia las provincias y la nación.
Esto generó una crisis en los partidos tradicionales. La prensa, los operadores, los consultores y por supuesto el poder económico, habían logrado su objetivo, concentrar su poder de influencia en pocos dirigentes y en específicos y controlados espacios.
Los argumentos fueron, desprestigiar a los «caudillos», garantizar transparencia a través del voto directo, lo cual garantizaba la voluntad del soberano. Pregunto, viendo los resultados, ¿hoy es más transparente la política, hoy el soberano participa más en la política? La respuesta es un contundente NO.
Los caudillos territoriales no eran otros que los referentes barriales que se relacionaban con sus vecinos llevando las ideas y propuestas de sus partidos y devolviendo sus comentarios y sus propuestas. Los había buenos y de los otros, pero los vecinos podían fácilmente controlarlos.
Si sus patrimonios crecían, si se mudaban, si sus códigos de convivencia cambiaban, enseguida eran apartados.
Hoy entre el vecino y el dirigente más cercano, casi no hay relación. Ese dirigente no tiene que validar su condición con los vecinos sino con sus superiores.
Se podrá creer que estas anomalías se expresan en las intendencias o comunas. No es así, se expresan en toda la pirámide de representación.
Hoy estamos viviendo un debate sobre la calidad de la justicia. Creo que ningún habitante de nuestro país, supongo que, de muchos otros, están conformes con la acción de la misma.
Nuevamente pregunto, ¿De donde surgen los jueces?, del nombramiento que hacen los políticos. Hoy en nuestro país ya no hay jueces que no hayan sido designados por gobiernos democráticos.
Entonces el problema nuevamente es que la calidad de nuestros representantes no puede garantizar la calidad de los jueces designados por ellos mismos.
Si quieren juzgarlos, primero se tienen que juzgar a sí mismos.
Lo mismo sucede con el estado en su conjunto, los funcionarios que hoy conforman el plantel de todas las reparticiones fueron designados por los supuestos representantes del pueblo. Pues bien, o el pueblo está equivocado o la representación de este no está garantizada.
La regulación entre los intereses privados y los generales es una de las funciones básicas del estado. Los reguladores designados a dedo o a través de concursos profesionales, ni aquí, ni en gran parte del mundo han garantizado el cumplimiento de sus objetivos.
Que la representación de la mayoría ha fracasado lo demuestra la desigualdad en el reparto de la renta.
Entonces mi primera conclusión es que todo aquello hecho en pos de la transparencia fue un engaño para destruir la cadena de representación que garantizaba que cada dirigente tuviera un control social directo.
Me animaría a formular una propuesta, como para no seguir dando golpes de furca que generan efectos no buscados.
Deberíamos comenzar por los concejales, representantes vecinales. En aquellos distritos que son muy numerosos en lugar de buscar atajos costosos, garantizar la representación de cada barrio o comuna obligando a que ese representante viva en el territorio que pretende representar.
Además, obligar a que mientras dura el mandato no pueda abandonarlo, hacerlo haría caducar el mandato en forma inmediata.
Es una reforma simple, pero comenzaría un proceso virtuoso, no podrían los «dirigentes» nacidos desde los medios de comunicación, las encuestas pagas o desde los intereses inconfesables, incidir en la cantera dirigencial, los obligaría a nutrirse de ella.
Las naciones que optaron por el sistema republicano como forma de gobierno están atravesando un momento difícil.
Estamos ante una nueva guerra por la supremacía global.
Los países que han optado por sistemas institucionales, autocráticos basados en la fuerza, en las religiones o en las culturas que los caracteriza, han optado por un sistema de propiedad privada y de libre comercio que les permite participar del comercio internacional.
En la batalla tecnológica participan en igualdad de condiciones, han accedido a las universidades de excelencia.
Sus fondos financieros, compran voluntades en los ámbitos institucionales de occidente. Intervienen en los deportes profesionales a través del poder económico que detentan.
Siempre he pensado que los regímenes institucionales se corresponden a una cultura. Para construir sistemas como el chino, el ruso, los escandinavos o indio, se necesitan chinos, rusos, escandinavos o indios.
El camino indefectiblemente para ganar en la primacía del mundo no será ni con armas, ni con poder económico, en eso hay empate. Solo se ganará si sabemos expandir la libertad individual como la esencia de la vida en comunidad.
No será a través de centralizar el poder, donde el poder económico y el de los intereses particulares logran que las instituciones se degraden.
El esfuerzo es por más democracia, por mejor representación y por mayor libertad, todo otro sendero llevará a que la primacía sea de las autocracias.
Los medios de comunicación son herramientas, en manos de los poderes económicos son cuestionables, en manos de la masa son virtuosos, como toda herramienta.
Es la regulación la que importa y ahí es donde el poder representativo ha fallado.