Un analista de sistemas de Wilde combatió 5 meses en Ucrania: “Estoy vivo de pedo”
Por Javier Firpo
Pablo Czornobaj estuvo en acción hasta que la onda expansiva de una bomba lo marginó. “Un soldado sirve 20 días, nada más”, afirma el argentino.
La onda expansiva de la bomba de un cañón ruso lo atontó primero y lo dejó sordo después. Tras cinco meses de estar en la primera línea de combate, extenuado, el argentino Pablo Czornobaj, que viajó a Europa para defender a Ucrania, cuenta que se está recuperando luego de una operación pero adelanta: “No volvería a la acción, no lo soportaría, sería ir a una muerte segura“, le confesó a Clarín.
“La bomba cayó a cinco metros de donde yo estaba y más allá del impacto emocional, lo primero que sentí es que había perdido una pierna. Fue tal el estruendo de un pedazo de tierra impactando contra mi pierna que estaba seguro que había perdido una gamba. También sentí un sacudón terrible en el oído, detrás del tímpano, donde me operaron y me terminaron poniendo un pedazo de teflón”.
Pablo es argentino, tiene 43 años y es un soldado que combate a los rusos en el este ucraniano. Allí, donde se libran las más duras batallas. Adonde Ucrania le pudo ganar terreno a los rusos, pero donde Putin ha vuelto a pegar duro.
Habla con una pasión contagiosa, y con un dolor envolvente, que se perciben en la videollamada. “Estaba en un batallón donde murieron 37 compañeros. Un drama fue y yo estoy vivo de pedo. Imaginate, yo no soy militar, mi formación es precaria, pero aquí me siento un ucraniano más y daré todo de mí hasta la victoria, pero eso no quiere decir que haga apología de la muerte”.
Czornobaj (43) es de Wilde, tiene un restorán en Quilmes y es analista de sistemas. Clarín había contado su historia en octubre, cuando estaba en el frente de batalla. “Siempre tuve el anhelo de venir a la tierra de mi abuelo Volodymir. Ya en 2021 me animé a escribirle un mail a la Embajada de Ucrania en Buenos Aires, para ofrecerme ser parte de un posible conflicto bélico, porque ya por entonces Rusia estaba realizando ensayos militares y yo estaba convencido de que habría invasión. No me respondieron”, relata ahora.
Pablo es argentino, tiene 43 años y es un soldado que combate a los rusos en el este ucraniano. Allí, donde se libran las más duras batallas. Adonde Ucrania le pudo ganar terreno a los rusos, pero donde Putin ha vuelto a pegar duro.
Hijo de padre militar, Pablo siempre fue una persona interesada en la geopolítica mundial haciendo foco en Ucrania en particular. “El día de la invasión rusa, el 24 de febrero de 2022, le dije a mamá. ‘Vieja, me voy’. ¿Qué me contestó? ‘Sos un loco de mierda’ -dice sonriente- desde Dnipro, ciudad donde vive en casa de su novia Irina. “Vendí mi camioneta, agarré la guita que me dieron y saqué el pasaje a Varsovia. Yo vine por las mías”.
“Apenas entré a Ucrania, en septiembre, tuve un montón de sensaciones, alegría por sentirme cerca de mi abuelo, y tristeza y llanto por lo que estaba viviendo el pueblo”. Con el tiempo Pablo fue palpando el miedo, porque se acercaba su participación en la guerra. “Me quiero alistar. Quiero ser útil, ayudar a los heridos, trasladar primeros auxilios, lo que fuera”, le imploró a su contacto ucraniano.
Pablo es argentino, tiene 43 años y es un soldado que combate a los rusos en el este ucraniano. Allí, donde se libran las más duras batallas. Adonde Ucrania le pudo ganar terreno a los rusos, pero donde Putin ha vuelto a pegar duro.
Lo que no imaginaba era que iba a combatir casi desde un primer momento. “Yo no tenía nada de experiencia militar, sí tenía algún conocimiento básico de armas, pero nada más… El servicio regular ucraniano me empezó a investigar, después me hicieron chequeos médicos, análisis toxicológicos, requisitos básicos para ser parte de un ejército moderno, cuya estrategia se basa en el orden, la disciplina y la planificación”. Dos semanas después de tener el apto físico, entró en un batallón.
“Cuando me puse el chaleco antibalas, que pesaba 14 kilos, ya en ese instante me sentí en guerra. El casco incomodísimo, los borcegos inmensos, la ropa de invierno… Pensá que debuté con 18 grados bajo cero. Pero fue con tanta adrenalina que chivé como un hijo de puta. Mis inicios fueron en un época de plena ofensiva del ejército ucraniano y estuve en primera línea, incomunicado, unos veinte días”.
“Argentinos vinieron unos 15. Dos murieron, otro está desaparecido y deben quedar aquí unos cinco. Yo estoy vivo de pedo”, dice Pablo Czornobaj sin anestesia.
Recuerda Pablo que “los primeros días estás tan concentrado, tan compenetrado que no sentís las adversidades. Al tercer día en el frente a mí se me cortó el hambre… Comés poco y nada, tomás lo mínimo… Yo bajé en un dos meses unos 25 kilos, arranqué con 115 y salí del frente con 90 kilos. Todo es de tal intensidad que perdés el registro… Uno naturaliza no bañarse durante un mes o hacer pis en una botellita y caminando, no podés ponerte a mear en un árbol mirando las hojas… No. Estás con la idea obsesiva de que estás en el blanco de algún ruso”.
En su relato efervescente, que describe como si fuera una película de Oliver Stone, Pablo dice que tuvo a los rusos a 100 metros. El campo de batalla era un regadero de balas, misiles, morteros que caían constantemente. “En un día podían detonar entre 300 y 400 piezas de artillería. Imaginate lo que era estar allí para alguien como yo que laburaba en una parrilla. ¿Miedo? Miedo tenés siempre, estaba aterrado. Cada tanto, cuando mi cabeza huía, me preguntaba ‘¿qué carajo estamos haciendo acá?’. ¿Qué le respondía? Que yo vine convencido“
Pablo Czornobaj, junto a una “amiga-hermana ucraniana”. “Me pagan por ser soldado, al principio me negaba, pero ¿cómo hago para vivir?”.
De repente, su locuacidad se torna lacónica. “¿Si maté a alguien? No lo sé, tampoco creo que lo diría. Esto es la guerra, aceptarse en guerra es terrible, hay códigos, lo tienen los ucranianos, pero los rusos no los respetan. En Ucrania no hay fusilamientos”, expresa cuidadoso este soldado argentino que goza de un sueldo.
“La verdad es que no sabía que lo iba a cobrar y al principio lo sentí como un deshonor hasta que lo entendí porque de algo tengo que vivir…Me pagan bien gracias al esfuerzo que hace el pueblo ucraniano por mantener a sus fuerzas armadas”.
En la tranquilidad del hogar de Irina, una voluntaria a la que conoció en el hospital mientras se recuperaba, Pablo dice que a veces sufre por los zumbidos en el oído. “Tengo dolores, pero ya me acostumbré. Estoy recuperándome, entrenando y estudiando ucraniano. Hoy me pienso aquí en Ucrania, no sé si voy a volver a la Argentina, hasta la victoria me quedo seguro“.
Así está hoy Pablo Czornobaj, fuera de la zona de conflicto “pero en acción”. Estudia ucraniano y vive con su novia Irina.
Vuelve a Irina con una sonrisa enamorada. “Es hermosa ella, me conquistó o la conquisté… En un momento yo estuve de hospital en hospital, me iban trasladando hasta que un día apareció para traerme frutas y medias. Me sonrió, le sonreí y cuando me lo permitieron fuimos a caminar juntos. Me invitó a su casa, me dijo quedate y sigo aquí con ella”.
No fue fácil ponerse de pie. Pasaron varios meses, porque si bien “los oídos me detonaron, tenía un cuadro de anemia general y no podía moverme, me resultaba imposible subir una escalera. Como decía mi abuelo, un soldado sirve 20 días, después se rompe, no sirve más… Llegás al pico, empezás a caer, cuando la adrenalina baja te quedás hecho un despojo. Pensá que hay ucranianos que combatieron 8, 9 meses sin parar… Una locura”.
0 of 4 minutes, 35 secondsVolume 0%
Pablo es argentino, tiene 43 años y es un soldado que combate a los rusos en el este ucraniano. Allí, donde se libran las más duras batallas. Adonde Ucrania le pudo ganar terreno a los rusos, pero donde Putin ha vuelto a pegar duro.
¿Lo peor de la guerra? “La inminente sensación de muerte. Hubo muchas jornadas imposibles, pero me viene una estando en una base militar donde cayó un misil a unos 300 metros de mi posición… Uno de esos misiles que podía derrumbar un edificio de diez pisos. Nos sorprendió, porque fue lanzado desde el mar y la angustia y la sensación que tenía de extravío eran enormes. Era todo muy traumático, un infierno… y yo venía de veinte días sin descanso, ya no respondía“.
No lloró nunca, excepto el día que murió su comandante. “Fue un sacudón, porque estaba con él, en la misma posición el día del ataque. Lo atendieron los médicos hasta que lograron evacuarlo, pero no pudieron salvarlo… Habíamos construido una cálida relación, era un jefe que ejercía muy bien su rol, valorado y con valores. Se fue una gran persona, que me contuvo en mis peores momentos. En la guerra fue como mi padre”.
Vuelve la consulta sobre su regreso al frente de batalla. “¿Si vuelvo? No creo que me necesiten ni tampoco creo que soy tan importante. Pero volver a lo que viví es difícil, no lo soportaría y siento que sería ir a una muerte segura. Sí podría volver desde otro lugar… Lo que tengo claro es que permaneceré en Ucrania hasta el final, hasta la victoria”.
Fuente Clarin