La reforma política que dio lugar a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) surgió como reacción inicial a la inesperada derrota que sufrió el kirchnerismo en las elecciones legislativas de 2009, en las que Néstor Kirchner encabezó en la provincia de Buenos Aires una lista que llevó además entre los principales candidatos a Daniel Scioli y Sergio Massa.
Tras esos comicios, el hombre que había rechazado ser otro de los candidatos testimoniales, Florencio Randazzo -fue su primer “no” a los Kirchner-, recibió la orden de convocar a todos los partidos políticos para iniciar una ronda de diálogo que diera la sensación de que el mensaje de las urnas había sido comprendido.
Quien se negó a acudir a esas convocatorias en la Casa de Gobierno fue Elisa Carrió, que consideró ese llamado como “una trampa” y con esa diferenciación comenzó a alejarse del Acuerdo Cívico y Social que había conformado ese año con radicales y socialistas. Sí acudieron los otros partidos y el resultado no fue cambiar la relación entre el oficialismo y la oposición, sino alumbrar en el futuro una reforma política que se plasmó en ley ese mismo año, dentro del fárrago de iniciativas que el kirchnerismo buscó tener listas antes de dejar de ser mayoría por primera vez en ambas cámaras.
Fiel al estilo kirchnerista, el trámite legislativo fue vertiginoso, aunque no necesariamente “exprés”, como sucedería más adelante con otros proyectos. En un mes lo tuvo aprobado: ingresó a principios de noviembre y el 18 de ese mes la Cámara de Diputados aprobó la reforma por 136 votos a favor, 99 en contra y una abstención, en una única votación en general y en particular. No acompañaron la norma los bloques de centroizquierda, que solían entonces ser aliados del oficialismo.
En el Senado se convirtió en ley recién en su última sesión del año, el 2 de diciembre de 2009, por 42 votos afirmativos y 24 en contra. El argumento utilizado por el oficialismo para defender la reforma fue “fortalecer a los partidos políticos”; desde la oposición se objetaba la falta de acuerdo para un proyecto semejante; que no se debatieran las candidaturas testimoniales; y no se abriera la puerta al voto electrónico, entre otras cosas. La centroizquierda objetó fundamentalmente el piso que debían atravesar los partidos para pasar el filtro de las PASO.
“Es una reforma electoral, no una reforma política”, se cuestionó en esos días. Lo cierto es que las normas impuestas a partir de lo que se denominó Ley de Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral, parecieron apuntar a corregir elementos que a juicio del kirchnerismo habían permitido la victoria opositora. Por ejemplo el artículo 31°, que establece que la campaña electoral de las elecciones primarias “se inicia 30 días antes de la fecha del comicio”, en tanto que la publicidad audiovisual puede realizarse “desde los 20 días anteriores a la fecha de las elecciones”. Esa obligación, que rige tanto para las PASO como para las generales, fue interpretada como una estrategia para impedir que alguien con los recursos de Francisco de Narváez -que había sido la figura emblemática que había derrotado al kirchnerismo en 2009- pudiera imponer su figura a través de la publicidad que en su caso bien podía pagar. Fue por eso que esa parte no mereció críticas de parte de la oposición, que compartía su recelo hacia personajes poderosos desembarcando en la política.
De todos modos, si bien ese punto tuvo especial efectividad con el estreno de la ley en 2011, ya en 2013 le habían encontrado la vuelta y para las elecciones siguientes fue fácilmente trasgredida: un año antes todo el mundo ya estaba en campaña electoral.
Pero la clave de la Ley 26.571 estuvo en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, circunscriptas entre los artículos que van del 18° al 22°. Precisamente ese último artículo fue hecho pensando en las fugas que temía seguir sufriendo el Frente para la Victoria: “Los precandidatos que se presenten en las elecciones primarias sólo pueden hacerlo en las de una (1) sola agrupación política, y para una (1) sola categoría de cargos electivos”.
Primarias para todos y todas
La propuesta de realizar elecciones primarias venía siendo sugerida desde muchos sectores y se usaba el ejemplo de Uruguay, de donde se adoptó su simultaneidad y obligatoriedad. Ambos conceptos fueron defendidos argumentando que, de lo contrario, se corría el riesgo de que otros partidos buscaran influir en elecciones ajenas.
Siempre se dijo que algo de eso había sucedido -aunque no fue determinante- en la interna que protagonizaron Fernando de la Rúa y Graciela Fernández Meijide el 29 de noviembre de 1998, en la que el radical se impuso por el 63,66% contra el 36,33% de la dirigente del Frepaso. De esa elección no obligatoria tomaron parte 2.317.719 ciudadanos, algo más del 12% del padrón electoral que por entonces sumaba unos 19.000.000 de personas. Participaron afiliados a la UCR, al Frepaso e independientes; de hecho, más del 50% de los que votaron en esa elección eran independientes. Y tal fue la buena repercusión que tuvo que inmediatamente después el politólogo Rosendo Fraga se animó a decir que “tras la experiencia de la Alianza, las elecciones internas abiertas quedarán incorporadas a la vida política de la Argentina como dato permanente”.
No fue así. Si bien llegó a correr el rumor de que siguiendo ese ejemplo, el peronismo haría una interna entre Eduardo Duhalde y Ramón “Palito” Ortega, ni cerca estuvo eso de realizarse y terminaron confluyendo ambos en una misma fórmula. Pasan los años y el PJ sigue recordando como único antecedente de internas propias y competitivas la de 1988 entre Antonio Cafiero y Carlos Menem.
En efecto, mientras en la UCR son muy afectos a las internas, en el PJ eso no sucede. Y ni siquiera sucedió con las PASO, pues si bien fue el Gobierno kirchnerista el que las impulsó, con el correr de los años no hizo uso de las mismas, salvo en algunos casos puntuales distritales. Se esperaba que esa tendencia se rompiera esta vez con una atractiva interna presidencial que pudieron haber protagonizado en 2015 Daniel Scioli y Florencio Randazzo, pero la presidenta Cristina Kirchner se negó a que se hicieran. Sí hubo compulsa en la provincia de Buenos Aires ese año entre Aníbal Fernández-Martín Sabbatella y Julián Domínguez-Fernando Espinoza, y terminaron de la peor manera. El resultado, además, no potenció al ganador.
Recién esta vez entonces el peronismo tendrá su interna, entre Sergio Massa y Juan Grabois, pero luego de bajar una que sí hubiese sido más competitiva como la del ministro de Economía contra Daniel Scioli.
La realidad es que el eje principal de las PASO fue el menos utilizado hasta ahora. Las internas ya brillaron por su ausencia en el estreno del sistema en 2011, cuando se anotaron diez fórmulas, de las cuales tres quedaron afuera por no reunir el mínimo del 1,5% de los votos válidamente emitidos en todo el territorio nacional, según establece el artículo 45° de la ley.
En Capital Federal, solo Compromiso Federal usó esa vez la interna para armar su lista de diputados nacionales, sumando entre las cuatro nóminas que presentó un 7,72%.
Fue en ese mismo distrito donde dos años después la alianza Unen le encontró la vuelta al sistema y le sacó jugo, generando una interna realmente atractiva entre cuatro listas para ambas cámaras: Coalición Sur (Elisa Carrió-“Pino” Solanas), Suma + (Martín Lousteau-Rodolfo Terragno), Juntos (Ricardo Gil Lavedra-Alfonso Prat-Gay) y Presidente Illia (Leandro Illia-César Whebe). Tan exitosa fue la experiencia que la sumatoria de la compulsa para diputados de Unen (31,88%) superó a la de Unión Pro (31,39), resultado que se revirtió en el mano a mano en las generales.
Las PASO 2015 y 2019
Para las presidenciales de 2015 compitieron 13 fórmulas, y solo hubo interna en tres espacios. El frente Cambiemos, donde compitieron Mauricio Macri-Gabriela Michetti; Ernesto Sanz-Lucas Llach y Elisa Carrió-Héctor “Toty” Flores. También hubo competencia en Una Nueva Alternativa, entre Sergio Massa-Gustavo Sáenz y José Manuel de la Sota-Claudia Rucci; y en la izquierda, donde se enfrentaron Nicolás del Caño-Myriam Bregman con Jorge Altamira-Juan Carlos Giordano.
Cuatro años después, compitieron una decena de fórmulas y hubo un dato saliente: ninguna tuvo interna. Solo sirvió esa elección primaria para eliminar a cuatro de los contendores.
Participaron ese año las fórmulas compuestas por Alberto Fernández-Cristina Kirchner; Mauricio Macri-Miguel Pichetto; Roberto Lavagna-Juan Manuel Urtubey; Nicolás del Caño-Romina del Plá; Juan José Gómez Centurión-Cynthia Hotton; y José Luis Espert-Luis Rosales.
También compitieron, pero quedaron fuera de las generales Manuela Castiñeira, Alejandro Biondini, Raúl Albarracín y José Antonio Romero Feris.
Este 2023 será la cuarta vez en la que en una presidencial se utiliza el sistema de primarias y de las 15 listas que participan, en casi la mitad (siete) habrá interna.
El riesgo del exceso de candidatos
Las PASO tuvieron un antes y un después de la experiencia de Unen de 2013. El atractivo de esa interna fue tal que llevó a muchos votantes a participar de esa compulsa, aunque en las generales pensaran votar luego a otros espacios. Algo así sucedió en 2015 en las PASO porteñas, donde la atención principal estuvo puesta en la disputa entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti.
Entusiasmados, los de Unen se ilusionaron con repetir la experiencia en las presidenciales, pero pecaron de internismo, pues se anotaron cinco aspirantes: los radicales Ernesto Sanz y Julio Cobos, Elisa Carrió, el socialista Hermes Binner y “Pino” Solanas. La experiencia fracasó antes de llegar a las elecciones, y no fue por la superpoblación de postulantes. De todos modos, la recomendación más conveniente parece ser la de que una decantación previa derive en una interna entre dos, por ejemplo lo que sucederá este domingo en Juntos por el Cambio entre Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
Otro ejemplo de muchos aspirantes que terminó mal se dio en el Frente Renovador, pero para la gobernación bonaerense. Llegó a haber seis aspirantes en 2015 (Darío Giustozzi, Felipe Solá, Francisco de Narváez, Gustavo Posse, Mónica López y Jesús Cariglino). La excesiva competencia generó celos y roces, y finalmente los candidatos fueron retirándose. Sobre la hora del cierre, Sergio Massa alcanzó a anotar a Felipe Solá como único postulante.
Una suerte de primera vuelta
Si son tan pocos los que usan las PASO para definir candidatos, ¿de qué sirve realmente el sistema? La gran mayoría de los partidos siguen siendo muy remisos a habilitar la competencia, comenzando por sus creadores, aunque la idea de eliminarlas prendió fuerte en su momento ya no en el actual oficialismo sino en el que rigió entre 2015 y 2019. La gestión macrista tuvo la intención de eliminarlas, y se arrepintió de no haberlo hecho después de la catástrofe que sufrió en 2019, cuando unas PASO horrorosas dejaron a la gestión Cambiemos groggy para terminar el mandato. Habrá que ver si la experiencia de JxC sirve para alentar a otras fuerzas a adoptar definitivamente ese ejemplo.
Entre las causas de los reparos, pesa mucho el deseo de terminar siendo la figura más votada en las PASO. Por ejemplo, cuando parecía que en 2015 sería segura la competencia entre Scioli y Randazzo en 2015, se advertía sobre el efecto psicológico que tendría el 9 de agosto ver a Mauricio Macri como el muy probable candidato más votado de la elección, pues estaba claro que los rivales del Frente para la Victoria dividirían votos entre sí.
Es lo mismo que se dice para estas elecciones de 2023 en las que la obsesión de Massa es ser el más votado, en lugar de Javier Milei.
Amén de esa “guerra de efectismos”, lo cierto es que la principal consecuencia que este sistema de primarias tiene es obrar como una suerte de gran encuesta con vistas a las generales. Las PASO terminan obrando como “primera vuelta” y definen cuáles serán en definitiva los principales protagonistas de la elección “que vale”. Ponen a funcionar el “voto útil”, en desmedro de las fuerzas menores.
Ni qué hablar cuando hay un claro ganador. Pueden suceder dos cosas: o que como en 2011 el resultado de las primarias cause efectos devastadores en el campo derrotado; o que el voto útil vaya al socorro de la segunda fuerza, como pasó en 2019, aunque sin éxito.
En 2011, la fórmula Cristina Kirchner-Amado Boudou ganó con demoledora amplitud en las PASO. No por la magnitud de su porcentaje, que llegó al 47,98%, sino por la abismal diferencia con el segundo, que fue UDESO (Ricardo Alfonsín-Javier González Fraga), que sumó apenas 11,65. Nada menos que 36 puntos de distancia entre uno y otro. Fue un éxito para el Gobierno kirchnerista que durante la campaña ningún opositor lograra erigirse como el mejor oponente, y así la alianza Frente Popular (Eduardo Duhalde-Mario Das Neves) tuvo casi la misma cantidad de votos que Alfonsín y compañía: 11,57%. Apenas 18.215 votos separaban a uno del otro. Más atrás aparecía el Frente Amplio Progresista, que con Hermes Binner y Norma Morandini cosechó un 9,72%. El voto opositor se había dividido. Está claro que si se vieran las cosas en los términos actuales, posiblemente el camino hubiera sido armar una gran interna opositora para enfrentar a CFK.
La realidad es que con semejante resultado en las PASO, la elección de octubre estaba ya definida. Y al favorito no le quedó más que crecer, sumando el FpV el célebre 54,11%. En cuanto a los dos segundos de las PASO, fueron barridos por el efecto “desencanto”: Alfonsín-González Fraga conservaron medianamente su cosecha anterior, quedándose con el 11,14%, pero el segundo lugar quedó para el que había sido cuarto en agosto, que subió al 16,81%. Entre una y otra elección, el socialista Binner sumó 7 puntos, la misma cantidad que Cristina.
El que se hundió entre una elección y otra fue Duhalde, que bajó al 5,86%, quedando ya no cuarto, sino quinto, pues lo desplazó la fórmula Alberto Rodríguez Saá-José Vernet, que hizo 7,96%, un 0,16% más que en las PASO.
Dejando de lado las presidenciales, en las legislativas puede llegar a producirse el mismo efecto: que el ganador crezca más y más. Como sucedió en 2013 en la interna bonaerense en la que Sergio Massa estrenó a su Frente Renovador y venció no una, sino dos veces al kirchnerismo: en las PASO, el FR se alzó con el 34,95% de los votos, mientras que el Frente para la Victoria sumó 29,60%. Concretada la hazaña, al ganador no le quedó más que crecer en la elección siguiente, subiendo al 43,95%, mientras que el kirchnerismo solo llegó al 32,33%.
Otro dato que surge de las PASO es que esa elección suele servirle al oficialismo de turno para ajustar las clavijas si le va mal. Pasó con varios casos de gobernadores provinciales que han perdido en las primarias y luego recomponen en las generales. Hay ejemplos en La Rioja, San Luis, La Pampa, Neuquén…
En síntesis, las elecciones primarias impuestas por la Ley 26.571 generan cíclicamente fanáticos y detractores, pero la convicción generalizada es la de que en todo caso el sistema merecería una recomposición. Tal vez permitiendo que la elección no sea por fórmulas presidenciales completas, permitiendo así la integración tal vez del candidato perdedor. Un debate que tranquilamente podría llegar a darse en el próximo año, no electoral, conjuntamente con una readecuación del sistema para votar volviendo a probar con la boleta única. ¿La tercera será la vencida?
Fuente Mendoza Today