Patricia Bullrich revuelve el té humeante y clava la vista en el río Gualeguaychú: “¡Qué lindo es esto!”, le susurra a Rogelio Frigerio, su coequiper en este tramo del recorrido, cuando la Mercedes Benz Sprinter se vuelve a sacudir por un pozo. Faltan menos kilómetros para llegar a Basavilbaso, la próxima parada de la caravana, que avanza a ritmo vertiginoso por la ruta 14. Acurrucada en uno de los asientos traseros, Bullrich se masajea la garganta. Siente la voz dolorida y débil. Ya toma un antibiótico, que intercala con caramelos y un espray. Es el kit que le indicó su médico cuando lo llamó a primera hora. “Me decía: ‘hoy quédate en tu casa’. ¿Qué? ¡No puedo!”, relata, con una mueca de incredulidad.
Cinthia, su secretaria, la interrumpe y le pasa una tablet con apuntes para la actividad en Basavilbaso, una localidad de unos diez mil habitantes. “Yo nunca sé adónde vamos”, bromea mientras ojea la pantalla, casi en piloto automático. De repente, Bullrich da un saltito en el asiento: “¿Acá fue lo de la 125? ¡Pensaba que había sido en Gualeguaychú!”, lanza, incrédula. Frigerio asiente con la cabeza, mientras repasa mensajes del celular. Desembarcar en el primer epicentro de las protestas del campo por el conflicto con el kirchnerismo, que marcó el surgimiento de la grieta en 2008, la reconforta. Y, pese al desgaste por el ritmo extenuante de la gira, recupera la fuerza. En la cabina se respira la adrenalina de la pugna por el poder y los puestos más preciados. “Te enganchás con la política y no zafás”, sentencia Bullrich sonriendo. “Es como virus que corre por las venas”, remata Frigerio, otro que apuesta un pleno, pero para lograr su objetivo de gobernar Entre Ríos.
Cuando resuenan los primeros bocinazos y aplausos de los militantes y productores agropecuarios que la esperan en la entrada del municipio, Bullrich cambia el chip y se abstrae. Ya no escucha a Frigerio, que pide hacer corto el discurso para llegar a tiempo al último acto que preparan en Paraná. Deprisa, ella se pone la campera blanca mientras mira absorta a través de la ventana. Se retroalimenta con los seguidores que flamean banderas argentinas y activan los celulares para registrar el momento. La camioneta vuelve a vibrar, esta vez por los manotazos de la gente contra la chapa y los vidrios. “Vamos, Patricia”, aclaman. Bullrich parece haberse olvidado del resfrío que la tenía a maltraer y se alista para una larga marcha. Ya camuflada en la ola popular, se trepa a la caja de Ranger gris con ayuda de Eduardo, su encargado de seguridad que le hace marca personal e improvisa un cordón humano para que Bullrich pueda avanzar. Apenas le pasan el micrófono, ensaya una encendida arenga en la que llama a poner fin con el ciclo del kirchnerismo: “¡No nos van a parar!”, exclama Bullrich, con tono épico y el puño izquierdo en alto.
Con la meta de llegar a la Casa Rosada, Bullrich lidera una gira frenética por distritos estratégicos para movilizar a los votantes de Juntos por el Cambio y recuperar terreno en la pelea por el premio mayor con Javier Milei y Sergio Massa. Cuando resta un mes para las elecciones generales del 22 de octubre, Bullrich exprime las horas para cosechar adhesiones en una disputa cuerpo a cuerpo con sus adversarios por alcanzar el ballottage. A los 67 años y tras una extensa trayectoria política, vislumbra que se acerca “la última batalla”. Es tiempo, machaca, de sacar de raíz al kirchnerismo del sistema político y económico. “Un gobierno de Milei es un interrogante, pero el kirchnerismo sí sabemos qué puede hacer”, predica.
Confiada en sus posibilidades, deja abiertos todos los escenarios y les resta importancia a las interpretaciones y proyecciones que sobrevuelan en el “círculo rojo”. Su olfato le hace vislumbrar un giro. Desde que activó las caravanas, percibe un “cambio de clima”. Si bien considera que la apuesta por el discurso anti-casta fue un acierto político de su rival, está convencida de que Milei genera cada vez mayor “incertidumbre”, no solo porque modera sus propuestas, como la “motosierra” y la dolarización, sino por su alianza táctica con Luis Barrionuevo. “Es lo mismo que pasó con la Ucedé”, rememora. Y cree que JxC cerrará filas y exhibirá toda su capacidad electoral sorteada la instancia de la interna. Da por superada las tensiones provocadas por los últimos coletazos de la puja por el liderazgo opositor. “La tropa ya está alineada. Por suerte ahora ya no hay ninguna confusión, ¿no? Inclusive, Macri salió fuerte [contra Milei]”, se jacta en medio del viaje rutero con Frigerio, que busca desbancar al PJ de Entre Ríos en los comicios decisivos del 22 de octubre.
Mientras la caravana se mueve con vértigo en la ruta, Bullrich sospecha que Massa ingresó en “un estado de desesperación”. Con la reforma de ganancias, desliza, pierden todos. “La gente no come vidrio”, aventura Bullrich, con tono calmo, apenas termina de hurgar con el tenedor en la bandeja de arroz con pollo, en el interior del motorhome con el que recorre el país. En la parte trasera, al lado del baño y una cocina, tiene un cuarto minúsculo con una cama para descansar, pero la postulante ni amaga con arrimarse a ese sector. Admite que la campaña es agotadora y se queja de la extensión del proceso electoral. No obstante, ella solo piensa en poner toda la carne al asador para llegar bien posicionada al 22 de octubre: “En quince días el escenario va a ser completamente distinto. Hay una mayor toma de consciencia de la sociedad”, avizora antes de seguir con la ronda proselitista. Lanzada en la carrera electoral, infla la moral de JxC en la antesala de la disputa decisiva. Siente que vuelve la mística.
Raid frenético
El viernes 22 Bullrich se levantó muy temprano para asistir a un encuentro de la Fundación Libertad, donde compartió escenario con Macri y Sebastián Piñera, entre otros expresidentes. Fue un paso fugaz por la Legislatura porteña. Es que, desde las 10, su elenco de colaboradores la esperaban en Zárate para arrancar la gira proselitista por Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe. La hoja de ruta de la candidata incluye actos en el territorio con militantes para apuntalar a candidatos locales o caminatas en zonas comerciales y una exigente agenda para dar batalla en los medios de comunicación.
Bullrich está atenta a todos los detalles. Mientras viaje desde la Capital hasta Zárate activa los grupos de WhatsApp de sus encargados de comunicación. Les pide que suban a las redes el corte de un video en el que ella le contesta a Agustín Rossi, compañero de fórmula de Massa, que la acusó de no haber puesto un “puto radar” en el debate de los vices en Todo Noticias. “Creo que sirve. Un hito”, les escribe. Confrontar con el kirchnerismo, su gran obsesión.
En la terminal de ómnibus Néstor Kirchner, una estación que comenzó a construirse con Julio De Vido y nunca fue habilitada pese a los cortes de cinta, la esperan los equipos de logística, seguridad y comunicación. Son las 11.21 y el tiempo apremia por la cantidad de paradas que tienen previstas para la caravana. A bordo de la “Patoneta” viajan Bullrich y los postulantes Cristian Ritondo, Marcelo Matzkin y Sebastián Abella. Graban un video, se sacan fotos y hasta hace una videollamada con Néstor Grindetti, postulante a la gobernación. La exministra no tiene tiempo ni para suspirar, pese a los signos de fatiga por el resfrío.
“¡Quédate ahí, Pato!”, le gritan, mientras se eleva el drone para filmar la escena. Laura Alonso, que llegó en uno de los vehículos que escoltaban al motorhome, pide despejar la zona para que la imagen salga limpia en la toma. De repente, Hernán Lombardi acelera al paso para seguirla a Bullrich, a la que le pusieron una gorra por el viento. Pese a que los asistentes le sugirieron que no ingresara a la terminal, situada a metros del cruce de las rutas 6 y 12, ella irrumpe igual: “Chau, capo”, desafía Bullrich, con voz ronca, a un hombre que se acercó a recriminarle su actitud. “¿Cómo no voy a poder entrar? Si esto es público”, justifica. Lombardi lanza una carcajada: “¡Cómo la quiero!”. Es una postal que se repite en todo el recorrido: por más que sus asesores se esmeren en cronometrar y prever cada movimiento ella se da maña para ponerle su impronta. Prefiere jugar sin corsé, lejos de la campaña de laboratorio. Exhibe autoconfianza en el roce.
A las 11.46, la caravana irrumpe en la Plazoleta República Oriental de Uruguay. A la comitiva habitual ya se sumaron los hermanos Passaglia, aliados clave de la exministra en San Nicolás, y Sebastián García de Luca, coordinar nacional de la campaña de Bullrich. Apenas se abre la puerta corrediza del “motorhome”, la exministra inicia su ritual. Se mezcla entre la gente que la vitorea y se saca selfies, mientras una jubilada se apresura para darle un beso en la mejilla. Es un trayecto corto hasta el centro de la plaza, pero demora en avanzar por la marea humana. Un señor corpulento la felicita por haber ido al barrio de Emerenciano Sena en Chaco. “Para que vean que usted no le tiene miedo a nada”, le dice.
A los colaboradores de Bullrich les preocupa su estado gripal, más aún cuando comienza a soplar el viento frío. Ya le pusieron la capucha y una bufanda celeste. A ella le inquieta la disfonía que padece en el tramo final de la campaña y, sobre todo, a ocho días del debate presidencial. Por eso suplica que la ayuden a hacer silencio para que no exija la voz cuando le pasan el micrófono. Centra su mensaje en la seguridad y hace hincapié en cuestionar a Sergio Berni, con intereses políticos en ese terruño del PJ. Repasa las peleas que dio JxC para frenar al kirchnerismo, pide que los militantes salgan a militar y sorprende cuando lanza el primer dardo de la recorrida contra Milei: “La última batalla no se la puede llevar un improvisado. Somos los únicos que podemos sacar al kirchnerismo, de una vez y para siempre”, exclama.
La mayoría de los asistentes son adultos mayores. Ella sabe que ese es el segmento donde más permea el mensaje de JxC. Por eso, los endulza con críticas a los Kirchner y les pide que salgan a convencer a los jóvenes. “Hay un 42% del voto a Milei que se mueve muy fuerte. Además, muchos de los nuestros no fueron a las PASO porque dijeron: ¿para qué me obligan a votar en una elección que es de un partido político? Ahora va a ir más gente y ahí hay mucho voto nuestro”, se envalentona en la charla con Frigerio.
El exministro del Interior se subió pasado el mediodía al motorhome tras una escala exprés en Villa Paranacito, donde le organizó un acto de bienvenida a la aspirante presidencial. “Esta es mi gente, Patricia”, le gritó. En el equipo contarían después que no estaba previsto que Bullrich hablara a la vera de la ruta 14. Pero ella se disfraza de militante cuando se trepa en la cabina de una F-100 roja. Toma el mástil y hace ondear la bandera de la provincia.
“Acá somos locales, eh”, avisa De Luca cuando la comitiva se traslada a Gualeguaychú, otra posta en la extensa maratón del viernes. “Se siente, se siente, Patricia presidente”, se enfervorizan sus seguidores cuando divisan la “patoneta” en la esquina de San Martín y Montevideo. En un puñado de minutos: aprieta manos, hace un móvil con América 24 -se complica la conexión y rompe filas-, y camina hasta un local partidario para encabezar el acto. “Pato, metela presa a Cristina”, se enardece un hombre de unos 40 años. Ella jura que no negociará el cambio, promete austeridad en la función pública y avisa que tendrá mano dura con el delito: “El que las hace…”, arranca, y les regala el remate a sus militantes. “¡Las paga!”, le responden.
Bullrich insiste en que pondrá orden y que “no hay magia” para arreglar la economía. “Había mucha gente, eh”, celebra Frigerio a bordo de la camioneta. Ella sigue saludando a dos señoras con las manos apoyadas en el vidrio. “No aflojen”, le encargan.
Durante el trayecto hasta Basavilbaso, Bullrich y Frigerio enumeran los distritos donde JxC podría mejorar su performance o verse beneficiado por un aumento de la participación para empujar la remontada: mencionan a Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, San Juan, Chaco, Chubut y la Capital. Descuentan que gobernadores, candidatos a senadores e intendentes impulsarán la boleta. “¿Ustedes creen que [Leandro] Zdero o [Maximiliano] Pullaro o [Marcelo] Orrego no la van a pelear? Sabes por qué: prefieren tenerme a mí de presidenta que a cualquier otro”, remata Bullrich.
Frigerio le da la razón y le pregunta: “¿Qué sabés de Alfredo [Cornejo] en Mendoza?”. Ella se muestra confiada de que la UCR le dará otro envión a su campaña tras los triunfos en Santa Fe y Chaco. Cuida su alianza con los radicales –habla seguido con Gerardo Morales y hasta Martín Lousteau, enemigo de Macri-, a pesar de la última disputa en que se enzarzaron por la jugada de Massa con ganancias, y se imagina un gobierno de coalición, con impronta federal para que “todos se comprometan”. “Al caminar en el interior, te das cuenta que 50% de las discusiones que por ahí parecen importantes en el debate político, no lo son en todo el país”, reflexiona, como si buscara salir del microclima.
La mira en el debate presidencial
A lo largo del raid surgen los interrogantes sobre el efecto del debate presidencial. Relajada, Bullrich esboza su plan y repite que lo central es mantener la templanza, aunque parece esconder sus cartas. Le preocupan los plazos de tiempo para exponer. “Hay debates que cambiaron la historia. Y hay otros que son intrascendentes. Depende cómo te plantes. En principio, tengo como contrincantes a Massa y Milei. Los otros no me interesan demasiado [por Juan Schiaretti y Myriam Bregman]”, reconoce.
-¿Piensa salir a atacar a Milei?
-Si uno se concentra en lo importante, hay más posibilidades de hacer un buen debate. Milei es muy de eso. ¿Por qué se pelea todo el tiempo? Cuando un periodista le dice algo que no le gusta, en vez de seguir con el tema que estaba hablando, se te engancha en esa. Eso lo veo mucho en el fútbol, ¿no? Un tipo que tiene todas para ganar y, de golpe, la personalidad… ¿Cuál fue ese jugador? El que le metió la patada o el cabezazo. ¿Zidane? ¡Y les hizo perder la final!
Frigerio se engancha con la analogía futbolera: “Como el ‘Burrito’ Orgeta contra Holanda en el Mundial del 98”, recuerda, entre risas. Bullrich mueve la cabeza y redondea su idea. “Entonces, las personalidades influyen. Si te dicen algo, hay que saber pararlo, pero tampoco el debate puede ser un ring de boxeo”, analiza.
La escala en Basavilbaso se estira más de lo previsto y complica la agenda de la candidata. Ya cae la noche y debe apresurarse para llegar a Paraná, donde Frigerio le armó un acto multitudinario en el gimnasio del club Olimpia. Alguien dice que es tarde y, en medio del camino, a la altura del kilómetro 152 de la ruta 12, frena la marcha de la caravana. La bajan a Bullrich de la “patoneta” para pasarla a un vehículo. Negocian con los canales de noticias para que la “banquen”. Finalmente, se caen las notas por las demoras y frustra a sus voceros, que se las ingeniarán al filo de la madrugada en Paraná para improvisar un set televisivo en “la Patoneta” para una entrevista con canal 9 de Entre Ríos.
Minutos después de las 21, Bullrich toma un sorbo de agua, agarra una pastilla para la garganta e irrumpe en el escenario cuando retumban los bombos y trompetas para dar un último discurso de una jornada larguísima. “Es el momento de terminar con la ideología del kirchnerismo de una vez y para siempre”, clama en el cierre del mitin. La caravana sigue hasta Santa Fe, donde se verá con Pullaro y hará un anuncio de alto impacto político: construir un penal de máxima seguridad y llamarlo Cristina Kirchner.
Fuente La Nacion