Por Joaquín Morales Solá
Si la mayoría de los argentinos votó el 13 de agosto con más bronca y enojo que otra cosa, el próximo 22 de octubre se meterá en el cuarto oscuro con terror más que con esperanzas o expectativas
La Argentina entró el lunes en un túnel sombrío, que nadie sabe hacia dónde conduce. Ayer, el precio del dólar superó los 1000 pesos, una cifra extravagante para la opinión de los que realmente conocen el mercado cambiario. El aumento del dólar espoleó la inflación porque casi toda la producción industrial argentina necesita de insumos importados. Los empresarios, a su vez, no tienen ninguna certeza sobre cuál será el precio del dólar cuando deban reponer la mercadería que venden. Javier Milei colocó a la economía en un estadio superior de su crisis cuando el lunes aconsejó no renovar los plazos fijos en pesos. Según fuentes bancarias, mucha gente no está renovando esos depósitos; son pesos que salen del sistema financiero y se van a la compra del dólar paralelo. La compra de dólares estimula el aumento de su precio, y la carestía de la moneda norteamericana produce, a su vez, mayor inflación en un país devastado por la inflación. Ese es el círculo infernal en el que el país se metió, con más ganas de las que ya tenía, a partir de las declaraciones de Milei. Es probable, como dijo la destacada economista Marina dal Poggetto, que Milei haya optado por aplicar el apotegma “cuanto peor, mejor” que se atribuye a un dirigente populista ruso, aunque Marx y Lenin lo usaron varias veces. Es un proverbio sin piedad ni alma, porque la parte peor le toca a la gente común y la mejor se la llevan sus dirigentes. Sin embargo, el candidato libertario está más cerca de aplicar la profecía “après moi le déluge” (después de mí el diluvio), que se le atribuye a Luis XV en la etapa final de su largo reinado. También en este caso es el ciudadano de a pie el que termina sufriendo más que sus dirigentes. Se haya inspirado Milei en los máximos referentes del comunismo o en el célebre monarca francés, el sistema económico y político argentino vacilaba ayer ante la antigua certidumbre de que se respetarían todas las próximas fechas electorales. Un resultado electoral impreciso el próximo 22, o inclinado hacia alternativas solo populistas, ¿no promovería un nuevo sobresalto de la crisis económica y, quizás, la necesidad de anticipar al menos las fechas de un eventual ballottage? Esta era la pregunta que ayer se hacían empinados referentes de la política y la economía locales, mientras el mundo entraba también en la vorágine de otra guerra en Medio Oriente luego del criminal atentado terrorista de Hamas en territorio soberano de Israel.
Vamos por parte. La política de laboratorio suele morir en las probetas. La última versión del peronismo kirchnerista favoreció el crecimiento de la candidatura de Milei para menoscabar las posibilidades de Juntos por el Cambio, coalición a la que consideraba su verdadero enemigo. Circulan listas de personas que son ahora candidatos de Milei y que fueron antes funcionarios de Massa o políticos cercanos a este. Nadie desmiente nada. Pero Milei creció tanto, sobre todo después de salir primero en las elecciones primarias del 13 de agosto, que se convirtió en un proyectil que va destruyendo al peronismo y a Juntos por el Cambio sin detenerse definitivamente en ninguna parte. Debe recordarse, porque la cacofonía posterior suele olvidarlo, que la diferencia entre Milei, primero en esas elecciones de hace casi dos meses, y el tercero, que fue Sergio Massa, hubo solo una diferencia de 2,70 por ciento. La coalición que impulsa a Patricia Bullrich estuvo entre Milei y Massa. Los tres candidatos se amontonaron en apenas un puñado de votos de diferencia entre ellos. La sorpresa del lugar que ocupó Milei hizo el resto, a lo que luego se le sumó el exitismo de algunos sectores empresarios (no todos, ni mucho menos) y de periodistas deslumbrados (tampoco todos) por el rating audiovisual que promueve el líder libertario.
Es probable que Milei ignore lo que en momentos más oscuros significó identificar falsamente a alguien con la agrupación guerrillera Montoneros, como lo hace una y otra vez con Bullrich, pero no puede ignorar la importancia de las palabras en la economía. Hay una amplia literatura sobre esa influencia del discurso público en la economía, y también sobre el ascendiente que las creencias sociales, ciertas o inciertas, tienen en el decurso de los asuntos económicos. Hasta se han otorgado premios Nobel a economistas que estudiaron esas sugestiones en la vida de la gente común. Es imposible, por lo tanto, que Milei haya desconocido lo que él podía provocar cuando desaconsejó renovar los plazos fijos en pesos. A partir del mediodía del lunes los argentinos comenzaron a percibir que vivían otra vez, después de más de 30 años, los estragos de la hiperinflación. Importa poco si técnicamente se está frente a una hiperinflación o no. La sensación colectiva es que se vive una situación más grave que una inflación alta. Si a esa percepción se le pusiera nombre se la llamaría hiperinflación.
El analista en consumo Guillermo Oliveto aseguró que la sociedad, que él entrevé en los focus groups de su empresa, está atravesada por el miedo mirando el 23 de octubre, el día posterior a las elecciones generales del domingo 22. Los argentinos ya tuvieron la experiencia del 14 de agosto, el día después de las elecciones primarias del 13 de agosto, cuando Massa, ministro de Economía y candidato presidencial, devaluó el peso, según él por imposición del Fondo Monetario. Luego sobrevino una espiral de inflación y de devaluaciones hechas por el mercado del dólar paralelo, que es el único al que accede la mayoría de los argentinos. ¿Qué sucederá el lunes 23 de octubre? Nadie sabe nada. Es comprobable, no obstante, que si la mayoría de los argentinos votó el 13 de agosto con más bronca y enojo que otra cosa, el próximo 22 de octubre se meterá en el cuarto oscuro con terror más que con esperanzas o expectativas. No es desdeñable la reciente contribución de Milei para fomentar ese estado de ánimo social.
La Argentina se mueve como si fuera un satélite sin órbita en un mundo que cambió radicalmente en los últimos días. El prestigioso The Washington Post calificó lo que pasó en Medio Oriente como “el ataque más mortífero en la historia de Israel”. Más que todas las guerras que Israel debió enfrentar en su corta historia como país soberano. Más de 900 muertos, más de 150 secuestrados, más de 2200 heridos. Ese es, hasta ahora, el saldo de la invasión terrorista a Israel de parte de la organización Hamas, con vínculos comprobados con el grupo, también político-militar, Hezbollah, autor este últimos de los atentados que volaron en Buenos Aires la sede de la embajada de Israel, en 1992, y dos años más tarde, en 1994, el edificio de la AMIA. Ambos atentado dejaron 107 muertos en total y decenas de heridos. Según la justicia argentina, Hezbollah contó en esos dos criminales atentados con refugio intelectual y financiero del gobierno de Irán. Mientras el gobierno de Alberto Fernández condenaba con palabras más o menos claras esa orgía de sangre inocente en Israel, su vicepresidenta, Cristina Kirchner, se enredó en una fraseología que no dice nada (“condenar todo tipo de violencia” o “respetar las resoluciones de las Naciones Unidas”, por ejemplo). En esas mismas horas se veían videos conmovedores que mostraban los asesinatos y secuestros de ciudadanos israelíes, y los cuerpos profanados de las mismas mujeres que asesinaron. Hubo niños decapitados y ancianos llevados en jaulas desde Israel hasta la franja de Gaza, donde manda Hamas. El cristinista Luís D’Elía, también filonazi, se regocijaba con un tuit: “Excelente sábado para todos”, escribió mientras ciudadanos de Israel morían o eran torturados por el solo hecho de haber nacido en la cuna que nacieron. En el debate del domingo, Massa se solidarizó con los muertos, pero nunca nombró a Israel ni a Hamas. ¿De dónde eran los muertos? ¿Quiénes eran los asesinos? Los que escucharon solo al ministro de Economía no se enteraron de nada. Ninguno de los indiferentes kirchneristas reparó en la cruel paradoja de que el Estado de Israel se creó precisamente para que el pueblo judío no volviera a vivir la persecución, el odio y el crimen que padeció durante el Holocausto. Por eso, los que ahora critican al sionismo (el movimiento político que creó el Estado de Israel para el pueblo judío) son auténticos antisemitas; el antisionismo es, en efecto, el nuevo nombre del antisemitismo.
No debe sorprender el eterno círculo que daña falsamente la imagen pública de Israel. Hamas comienza siempre la conflagración lanzando fatales misiles sobre Israel. Después, el gobierno de Jerusalén responde a esa violencia con sus propios misiles, pero numerosos sectores sociales y políticos occidentales se detienen luego nada más que en la represalia israelí y no en los misiles del terrorismo islámico. Esta vez fue imposible esconder el genocidio de Hamas porque ese mismo grupo se encargó de difundir por todo el mundo las imágenes de sus crímenes en territorio israelí. Hamas es considerado formalmente un grupo terrorista por los Estados Unidos, por la Unión Europea (aunque existe desde 2003 una apelación que su Tribunal de Justicia no resuelve), por Japón, por Australia, por Canadá, por Egipto y por la OEA. La Argentina debería declarar formalmente grupo terrorista a Hamas si respetara el hecho cierto de que es el único país en el mundo que sufrió dos enormes atentados de parte de bandas terroristas aliadas de esa organización que incursionó en Israel, sin piedad ni límites durante el sagrado sabbat para la religión judía.
Cristina Kirchner ha olvidado varias cosas en su parcial e inhumana referencia a la tragedia de Israel. Una de ellas es que el ataque deliberado a no combatientes (como sucede con simples ciudadanos de Israel) viola derechos humanos fundamentales. Otra consiste en que están negando que el secuestro de niños, que también ocurre en Israel, es un incalificable crimen perpetrado contra inocentes de cualquier culpa. Si Israel llegara a tener una sola prueba de que el gobierno teocrático de Irán estuvo detrás de Hamas, como sostienen no pocos analistas internacionales, la represalia de Jerusalén caerá sobre Teherán. La guerra tendrá otro tamaño y otras consecuencias. Tales observadores argumentan que Irán se propuso obstaculizar las negociaciones entre Israel y Arabia Saudita para normalizar sus relaciones diplomáticas. Irán es el eterno enemigo del reino saudita. También aquí se sabrá entonces por qué algunos dirigentes de la coalición gobernante decidieron hacer inexplicables equilibrios ante el crimen y la tortura.
Fuente La Nacion