Por Ricardo Kirschbaum
Milei necesita gobernabilidad. Y la tiene que construir.
En política hay un axioma, recurrente, al que acaba de echar mano Milei: el que avisa no es traidor. ¿Qué avisó? Que se viene la tormenta del ajuste. Es un aviso desusado que la mayoría de los políticos se abstiene de enunciar porque ya la gente se la ve venir. No sabe aún la intensidad de ese ajuste, pero Milei conoce en directo lo que le pasó a Macri por disimular la herencia de Cristina. Tampoco se sabe qué reacciones despertará.
Pero Milei usó una denominación de los economistas: estanflación, que alude a inflación más estancamiento. Habrá que ver si no se queda corto y hay algo más que estancamiento, al menos inicialmente. Se habla -se habló en Washington, durante la reciente visita- de una eventual devaluación del 80 % del peso, con liberación de algunos precios hoy administrados, combustibles y trigo, por ejemplo. El impacto inflacionario será grande y de allí aquella estanflación que mencionó Milei y que hizo levantar rápido la guardia a Cristina Kirchner.
La teoría: que así, el precio (otra metáfora equívoca) lo pagará la política, más específicamente, el peronismo que desgobernó y no solo, es decir, la casta. Pero para bajar el déficit récord en el que estamos, las palabras por sí solas no funcionan y solo el gasto político no alcanza para bajar el déficit como se ha propuesto.
A Milei se lo supuso sostenido por la viga maestra de un acuerdo con Macri, suposición que en estos últimos días se fue aguando. Hoy lo que en general se piensa en los círculos políticos es que Milei considera que su capital más preciado es y será la autonomía, pese a la debilidad notoria de recursos propios en gobernaciones (no tiene ninguna) y en el Congreso, en el que deberá remar y mucho.
Milei podría estar regando una planta venenosa: la eventual creencia de que su notable cosecha de votos en el balotaje corresponde con un pasaje general del electorado a su ideología. Asume un riesgo, en el que suelen caer los políticos: creer que la conducta de la gente es un fenómeno colectivo y no la confluencia de conductas individuales. En concreto:, en los sistemas de balotaje, como el argentino, el voto real se obtiene en la primera vuelta (orilló el 29%) y luego en la segunda vuelta hubo una opción o un descarte. Por eso, es conveniente cuando se habla de legitimidad de origen recordar la primera cosecha para explicar la tarea política de construcción que tiene por delante.
Hay indicios claros de que Milei ha empezado a urdir una malla de contención que ya empieza incorporando a Scioli, candidato que perdió con Macri y al que el kirchnerismo corrió en su intento de volver a competir por la Presidencia. Scioli no quedó a la intemperie: se subió al tren libertario de la mano de su maquinista, Guillermo Francos, de quien conviene recordar que mandó en el Grupo Provincia. Pero en esa malla parece haberse producido un agujero no menor: la comentada crisis entre Bullrich y Macri, que pasa o quiere pasar además la señal de que el electo sabe resistir las presiones del ex. Antes de partir a tierras saudíes, Macri había planteado un desembarco masivo de propios: Garavano en Justicia, Federici en la UIF, Cuccioli en la AFIP, deslizó un nombre para la AFI, todo con la prioridad de reservar para Ritondo la presidencia de Diputados.
En el cruce de versiones, una que justifica o quiere justificar a Bullrich: no estaba entre los pedidos de Macri. La respuesta de Milei fue decirle no a todo. Con “ayuda” de Cristina, al auspiciar para ese cargo a un miembro de LLA, dejó fuera a Ritondo y puso a Martín Menem en Diputados, bloqueando a Florencio Randazzo, que había obtenido hasta los auspicios de Juan Manzur para tratar de convencer a los radicales de la conveniencia de nombrar al político de Chivilcoy. Pero peor aún, subió en Seguridad a Bullrich al Gabinete sin consultar a Macri. La ex candidata ya venía con una relación muy mala con el ex presidente. El protocolo del Teatro Colón tuvo el jueves que hacer malabarismos para evitar que Macri y Bullrich se cruzaran en la despedida de Horacio Rodríguez Larreta, otra de las estrellas del ahora desconcertado PRO, que pasó a representar la hoy angosta avenida del medio en sus inicios auspiciada por Massa. Macri y Bullrich ni se miraron en el ágape: un mutuo clima gélido superaba el aire acondicionado del salón Dorado, de esa joya arquitectónica única que es el Colón.
Bullrich argumenta que los votos que ella obtuvo en la primera vuelta son propios, es decir no son prestados por Macri. Es un argumento discutible, pero quien examine la historia política de Bullrich podrá encontrar sus propias respuestas. En su viaje de un extremo ideológico al otro, siempre fue fiel a sus conveniencias. Vuelve al Ministerio de Seguridad de donde se fue cuando concluyó el gobierno de su ahora ex jefe político. Una parábola de su vida. Pero fue más allá: dicen que rompió el bloque de diputados del PRO y armó un rancho aparte con los libertarios. También Bullrich argumenta que la avalancha de votos para Milei en la segunda vuelta son suyos: omite, evita decir cuántos fueron antigobierno. Ya se sabe también que Luis Caputo llegó al Ministerio de Economía, un cargo siempre expuesto a la guillotina, sin el auspicio de Macri. Y también se sabe de la resignación del staff del FMI de reencontrarlo, recordando andanzas pasadas.
Finalmente no habrá cogobierno. Y Milei lo que necesita es gobernabilidad, porque la ola que lo trajo hasta aquí no vino con esa cláusula de garantía. La tiene que construir. El cordobés Juan Schiaretti ha dicho que colaborará con ese objetivo y hay peronistas que estarán ansiosamente atentos a las primeras jugadas de Milei para ver cómo se distribuyen en el campo pensando que un pasable gobierno del libertario alejará las posibilidades de retorno del kirchnerismo duro. La hipótesis de que el peronismo pasará de una posición obstruccionista a la abstención por un tiempo se basa en la convicción de que una oposición cerrada, como la que planea la izquierda y algunos gremios “combativos”, favorecerían a Milei en estos tiempos.
Con ese horizonte, Milei se dispara en el pie. La designación de Rodolfo Barra, auspiciado por Eduardo Eurnekian, levantó una polvareda en la Justicia y más allá. Un menemista convencido, con un pasado de ultraderecha por Tacuara, agrupación por las que transitaron otros históricos del peronismo que terminaron venerados por la izquierda. No es el caso del abogado que sigue disculpándose por aquellas creencias nazis.
Fuente Clarin