Por Nicolás J. Portino González
Esta noche, Francia es testigo de masivas movilizaciones que reflejan el malestar creciente de su población. Las protestas no son un hecho aislado; representan el descontento de toda Europa ante las políticas implementadas por organismos como la ONU, el Parlamento Europeo y diversas ONG que se autodenominan progresistas.
Emanuel Macron, presidente francés, se encuentra en el ojo del huracán. Las políticas que ha promovido han exacerbado la crisis, según manifestantes. La “ayuda humanitaria” es señalada como una mera excusa que no solo afecta a Francia sino a toda la Unión Europea.
El impacto de estas políticas se traduce en graves consecuencias para el continente. El incremento de la inmigración ilegal ha propiciado la expansión del crimen organizado y la informalidad. Estos factores contribuyen al deterioro de la calidad de vida que los ciudadanos europeos han disfrutado históricamente.
No solo Francia se ve afectada; España, bajo el mandato de Pedro Sánchez, también experimenta tensiones similares. El descontento se extiende entre los ciudadanos, quienes ven con preocupación cómo la inmigración ilegal pone en riesgo su bienestar y seguridad.
Los responsables de esta situación, según los manifestantes, son claros: el Parlamento de la Unión Europea, gobiernos de tendencias izquierdistas y la ONU. La población europea, acostumbrada a altos estándares de vida y tranquilidad, demanda respuestas y cambios ante una situación que perciben como insostenible.
En este contexto, las movilizaciones en Francia no son solo un reflejo de la frustración nacional, sino un llamado de atención para toda Europa. La urgencia de revisar y reformar las políticas actuales se hace evidente, mientras el malestar ciudadano continúa en aumento.