¿Para cuándo la demanda de la Patria a Axel y cía?
Por Silvia Fequet
Para fallar contra el país la jueza usó declaraciones que había hecho Kicillof en su momento.
Era septiembre de 1992. Además de diputada provincial, Cristina Fernández era la mujer del gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, que había asumido en diciembre del año anterior. Para la futura Presidenta había una ley que requería definición inmediata: la privatización de YPF. “Tratamiento urgentemente necesario”, argumentaba. Con la misma determinación pidió a los diputados nacionales “aptitud moral” porque estaba en juego “el futuro económico de la provincia” y “su prestigio”.
Ya Presidenta, veinte años después, con idéntica enjundia pero con otras razones, claro, Cristina Kirchner encabezaba la cruzada por la reestatización de la petrolera estatal. Llenándose la boca con expresiones como “soberanía energética”, anunciaba por cadena nacional, como le gustaba gobernar: “He emitido un decreto con la intervención de la empresa, colocando al frente de la misma como interventor al ministro de Planificación (Julio De Vido) acompañado en su gestión por el viceministro de Economía (Axel Kicillof). El modelo no es de estatización, que quede claro, sino de recuperación de la soberanía y control de un instrumento fundamental”. Y agregaba: “Lo único que lamento es que él (Néstor Kirchner, como solía mencionarlo después de su muerte, sólo con el pronombre) no pueda… Creo que desde algún lado lo está viendo, pero me gustaría que me estuviera mirando como hacía siempre, porque él siempre soñó con recuperar YPF para el país”.
Hoy privatizamos, mañana reestatizamos. Cambian los tiempos, cambian las necesidades, cambian los objetivos. Eso sí, con un relato K listo para justificar una cosa y también la opuesta. Kicillof fue uno de los más entusiastas abanderados de la cruzada soberana y reestatizadora. Su entusiasmo lo volvió tan verborrágico como imprudente, en un estilo que va camino a convertirse en clásico.
Once años después de la “gesta”, en septiembre del año pasado, sus palabras formaron parte esencial del fallo de la jueza Loretta Preska, de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, en el que condenó a la Argentina en el juicio entablado por el fondo Burford por haber expropiado de manera indebida las acciones de YPF que pertenecían a la petrolera española Repsol y al grupo Eskenazi.
Preska obligó al país a pagar más de US$ 16.000 millones. Al día de hoy, como se sabe, Argentina solicitó extender el plazo de suspensión de la ejecución, lo que denegó la magistrada, quedando abierta la posibilidad de que sean embargados ciertos activos argentinos.
El inefable Axel, a la sazón hoy gobernador de Buenos Aires, había dicho en su momento que la expropiación de la empresa no le costaría ni un centavo al Estado argentino. Primero se desembolsaron US$ 5.000 millones para Repsol. Después llegó la definición de la Justicia estadounidense. Preska aduce que Kicillof aseguró “descaradamente” que sería “estúpido” cumplir con “la ley de la propia YPF” o “respetar sus estatutos”. La magistrada entiende que su palabra era la del Estado argentino, de cuya mala praxis habla, considerándolo un “mal administrador”.
Al asumir, los funcionarios juran desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo para el cual fueron elegidos. Y agregan: “Si así no lo hiciere, Dios y la Patria me lo demanden”.
Sobre el juicio divino, nadie puede anticipar nada. Pero aquí, en la Tierra, ¿veremos alguna veza los responsables demandados por su irresponsabilidad, pagando por su/s fiesta/s, dando cuenta, por fin, de aquel famoso juramento?
Fuente Clarin