Por Nicolás J. Portino González
En el intrincado y multifacético escenario de la Defensa Nacional, la frase “Si quiero clavar un clavo, compro un martillo, no un pañuelo…” ha resonado siempre con claridad y precisión, iluminando el camino hacia una necesaria reformulación de estrategias y metodologías en la gestión y planificación de la seguridad nacional. La historia nos ha enseñado, casi siempre de manera dolorosa, las consecuencias de decisiones mal calibradas, especialmente aquellas que involucran la asignación de responsabilidades críticas a individuos carentes de la especialización requerida.
La asignación de civiles para juzgar asuntos militares no solo ha sido una fuente de grandes errores, sino también un claro ejemplo de cómo la falta de comprensión mutua y la ausencia de un “enlace / traductor” pueden llevar a errores de juicio y decisiones ineficaces, a todas luces destructivas. La dualidad de “dos idiomas distintos” en un ambiente tan delicado como lo fue el judicial, subraya la necesidad actual de un enfoque más coherente y alineado con los principios y la práctica de la defensa.
En este sentido, la recuperación, el fortalecimiento y el desarrollo virtuoso del sistema de Defensa Nacional exigen un liderazgo y una implementación que estén profundamente arraigados en la experiencia militar. No se trata de menoscabar el valor de la supervisión civil o de la dirección estratégica proporcionada por figuras como el Ministro de Defensa y el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, quienes son esenciales para establecer los lineamientos generales y asegurar que la defensa nacional se alinee con los objetivos democráticos y republicanos del país. Sin embargo, la ejecución práctica y el desarrollo de los “medios” –entendidos aquí en su acepción más pura como los elementos necesarios para alcanzar un fin específico– deben ser confiados a aquellos cuyo conocimiento y experiencia son insustituibles: los militares.
La llamada a la acción no podría ser más clara: es imperativo realizar un diagnóstico serio y fundamentado del estado actual y las necesidades del sistema de Defensa Nacional, diagnóstico que debe ser llevado a cabo por quienes conocen de primera mano los desafíos y las realidades del ámbito militar. Este análisis debe ser presentado a los altos mandos para su evaluación y decisión, con el fin de evitar la influencia indebida de actores no especializados, cuya falta de formación puede llevar a decisiones erróneas y potencialmente perjudiciales, los cuales…ya hemos comprobado.
Por estos días ha vuelto a ponerse en agenda el inactivado “Servicio Militar Obligatorio” (SMO), como tantas veces, cayendo inevitablemente y una vez más, en cuestiones entreveradas, gravosas y de una ignorancia ya hartante que no resuelven nada finalmente.
Que si, que no, que darles poder a los militares o no, etc, etc, etc.
Esperemos -de darse nuevamente el debate- esta vez se realice seriamente, priorizando a los idóneos, profesionales y aptos para finalmente reencausar semejante necesidad estratégica.
La estrategia de defensa de un país no es un campo en el que se puedan tolerar improvisaciones o decisiones basadas en una comprensión superficial de la materia. Requiere de un enfoque meditado, informado y, sobre todo, especializado. La defensa nacional, en todas sus dimensiones, es un bien demasiado precioso como para no ser manejado con el mayor grado de competencia y profesionalismo posible. Y eso tampoco debiera discutirse ya, menos en un ámbito semejante. En este empeño, la colaboración entre civiles y militares no solo es deseable, sino esencial, siempre que cada uno aporte desde su lugar de expertise, trabajando juntos hacia el objetivo común de una nación segura, protegida y preparada para enfrentar los mayores y más complejos desafíos que presenta el mundo actual, con bloques, intereses necesidades y requerimientos de lo más diversos.