Por Raphaël Chauvancy*
Con la prolongación de la guerra de Rusia en Ucrania, los europeos y los franceses se preguntan: ¿cuál es su lugar en el conflicto? Para averiguarlo, el autor sugiere identificar los objetivos de Rusia, más allá de su narrativa bélica y las consecuencias para Francia y Europa.
¿Por qué Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania? No vale la pena insistir mucho en la fábula de una intervención justificada por las actividades hostiles del “judío-nazi” Zelensky contra la segunda potencia nuclear del mundo, tres veces más poblada y mejor armada.
¿Podemos justificar con razón que la OTAN amenazaba a Rusia, expandiéndose hacia el Este pese a los compromisos sellados por los estadounidenses? Los archivos registran efectivamente ciertos intercambios verbales sobre el tema, principalmente en relación con la República Democrática Alemana. La reunificación alemana y la disolución de la URSS los dejaron obsoletos. En cambio la firma rusa sí aparece al pie del “Memorando de Budapest” que garantizaba las fronteras de Ucrania, a cambio de su renuncia a las armas nucleares estacionadas en su suelo. Los rusos, que tan alegremente incumplen sus compromisos oficiales, parecen muy preocupados por una promesa vacía.
¿Es la OTAN una amenaza para Rusia? Moscú intenta presentar a la OTAN como una réplica americana del desaparecido Pacto de Varsovia y no parece ver otro destino para los europeos que el de estar divididos en zonas de influencia. Sus argumentos revelan una visión de Europa como espacio privilegiado para la proyección de su poder. Sin embargo, hay una diferencia de naturaleza entre una alianza defensiva libremente suscrita y una alianza impuesta por un régimen totalitario que se disolvió cuando la presión se levantó. La OTAN no se expandió del mismo modo que el imperio territorial soviético porque los países liberados aprovecharon la oportunidad para garantizarse contra un despertar imperial en Moscú y una nueva ocupación. ¿Estaban realmente equivocados?
La Alianza atlántica tiene sus defectos y sus límites. Aunque la realidad del equilibrio de poder hace imprescindible el compromiso de los norteamericanos, su peso desproporcionado tendrá que ser reequilibrado en algún momento por un mayor compromiso por parte de los europeos. Sea como fuere, la OTAN es el pilar de la seguridad colectiva europea. El general de Gaulle no se equivocaba. Tras abandonar el mando integrado, nunca puso en tela de juicio la organización. Considerar, como hacen algunos comentaristas que una guerra en Europa no es asunto de Francia sino de los rusos y los americanos equivaldría a aceptar el sometimiento. De Gaulle nunca habría cometido ese error ya que encerraría a Europa en el atlantismo por falta de alternativa (incluso a largo plazo) y permitiría a los estadounidenses monetizar su protectorado a cualquier precio. Es el precio que Donald Trump podría definir – si queda elegido – para financiar la base tecnológica de la industria de defensa estadounidense y rearmarse contra China, por ejemplo…
Todavía se escucha que los estadounidenses provocaron a los rusos. En realidad, construyeron un enemigo con una Rusia a la que no había necesidad de presionar, dados los numerosos puntos de fricción. Como potencia terrestre estructuralmente rival de la potencia marítima anglosajona, su modelo autoritario se opone al de las democracias. Por último, la amenaza rusa justifica el alineamiento voluntario de una Europa desarmada con Washington.
Los dos países han librado una guerra de influencia en Ucrania en la cual la Revolución naranja de 2004-2005 y los acontecimientos del Euromaidán* de 2014, son los episodios más conocidos. El modelo consumista estadounidense y los métodos de ingeniería social han resultado más atractivos y eficaces que los de una Rusia oligárquica en decadencia, donde la esperanza de vida es de sólo 65 años para los hombres. El juego de los Estados Unidos no es el que pretenden los rusos. No han atacado ni amenazado a Rusia y no han mostrado intención de hacerlo. Básicamente Rusia fue derrotada en un juego en el que estaba en juego el dominio del viejo continente. El Kremlin no pudo aceptarlo e intentó compensar su derrota de poder blando con poder duro.
Ucrania es una base de asalto, no un corredor defensivo. Es importante recordar que Asia Central se está escapando poco a poco de Rusia, quedándose en todo caso en un enclave. China le cierra el paso hacia el Este. Para salir de su periferia geopolítica y conservar su estatus internacional, sólo le queda Europa de la que Ucrania es la clave militar.
Las moderadas reacciones de Moscú ante la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN, demuestran claramente que los rusos no se sienten amenazados por la Alianza que se ha acercado a San Petersburgo y con la cual comparten ahora una frontera de 1.000 kilómetros al norte del lago Ladoga. Moscú temía el acercamiento de Ucrania a la OTAN, pero no por su propia seguridad: temía a la Alianza sobre todo porque hubiera bloqueado su capacidad de expansión hacia el oeste.
Rusia no busca un corredor defensivo en las llanuras ucranianas, sino una base desde la cual construir una hipoteca permanente sobre Europa. A falta de seducir esta última, Moscú se conseguiría una voz en sus asuntos en virtud del peso de sus divisiones blindadas en las fronteras de la Unión europea. En realidad, ésta es probablemente la única forma de que Rusia siga siendo una gran potencia. Se juega su futuro geopolítico para el próximo siglo y lo sabe. Mientras tanto, Europa juega su libertad, su tranquilidad y su seguridad.
Naturalmente, Europa y Rusia hubiesen tenido todas las de ganar al forjar una auténtica asociación. Por primera vez en su historia, Rusia pudiera haberse concentrado en el desarrollo de su población produciendo más mantequilla y menos cañones. Pero su peso en la relación bilateral sólo hubiese sido el de su economía. La imagen que Rusia tiene de sí misma no es la de una España excéntrica, sino la de un imperio. No busca una asociación sino una dominación. Por eso hoy son inútiles los llamamientos a la paz ya que Moscú exige que Ucrania quede bajo su tutela mediante un gobierno de ocupación. La única manera de integrarla sería hacerle perder toda esperanza de remodelar el equilibrio de poder en Occidente por la fuerza. En otras palabras, ayudar a expulsarla de Ucrania y luego mantener una fuerza militar convencional que actuaría como disuasión suficiente para evitar cualquier tentación, aunque faltaría el apoyo estadounidense.
Una guerra impuesta, no elegida. La guerra de Ucrania no es un accidente lejano. Anuncia otros conflictos y otros desafíos. Si Europa dejara sucumbir a Kiev, estaría enviando una señal de debilidad al mundo entero. Se cuestionaría el orden internacional con toda la violencia que ello conlleva. El conflicto actual es la matriz de la geopolítica del siglo XXI.
Francia es un actor principal en este juego. Es una potencia nuclear autónoma, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, segundo exportador mundial de armas, aunque tenga que aprender a producir más y más rápido, con un ejército reconocido por sus capacidades y su profesionalidad a pesar de su falta de profundidad. Cuenta mucho más de lo que creen los propios franceses, fácilmente propensos al autodesprecio. También tiene peso porque no está sola, sino que es una fuerza motriz dentro de su red de alianzas. Los rusos no la tienen en cuenta porque sí. No esperaron a invadir Ucrania para montar maniobras de intoxicación y desinformación que pusieron en peligro la vida de sus soldados y nacionales en África. Neutralizar la fuerza moral y la voluntad de resistencia de Francia significa ahogar las de Europa.
Llegado el momento, tal vez los ucranianos lleguen a un compromiso con los rusos, eso es asunto suyo. El de los europeos es fijar sus propios intereses. La guerra ya los ha alcanzado y se está imponiendo de diversas formas: guerra informacional, guerra geoeconómica, guerra industrial. Incluso sin confrontación directa, la dialéctica de las voluntades está disparada. Mostrar sus límites, sus miedos y sus vacilaciones es animar el adversario a mover a sus peones. Las líneas rojas no pueden trazarse en términos de recursos, sino de situación geopolítica. Ningún dirigente europeo o francés piensa enviar soldados y legionarios para tomar Sebastopol por segunda vez.
Por otra parte, la independencia de la nación ucraniana no es negociable. El Mar Negro no puede convertirse en un lago ruso y sería inaceptable que todo el flanco oriental de la Unión Europea estuviera al alcance de los cañones del Kremlin. Esta guerra debe poner fin al expansionismo ruso, de lo contrario anunciará conflictos aún más mortíferos. Para lograrlo, Europa debe rearmarse moralmente y desarrollar sus propias capacidades militares, tanto para hacer frente a los problemas más acuciantes como para prepararse para el futuro. Su seguridad ya no debe depender de los sentimientos de los votantes del estado norteamericano de Wisconsin, que no saben ubicar en el mapa. Además, el desarrollo de la base tecnológica de industria de defensa europea podría iniciar al mismo tiempo un movimiento de reindustrialización en torno al ecosistema militar, que luego podría extenderse a la producción civil.
La tragedia ucraniana es quizá una oportunidad para hacer más seguro el continente europeo, para reequilibrar la relación transatlántica con nuestros aliados estadounidenses y para rearmar por fin una Europa dueña de su destino, que deje de ser un mero mercado y se convierta en un actor geopolítico de primer orden, capaz de defender los valores e intereses de las naciones y de los ciudadanos que la componen. Si se consigue, dando a los ucranianos un lugar que se han ganado, sus sacrificios y nuestros esfuerzos no habrán sido en vano. La guerra es cara. La derrota aún más.
*Euromaidán: es el nombre dado a una serie de manifestaciones y disturbios heterogéneos de índole europeísta, independentista y nacionalista de Ucrania por petición de acercamiento a la Unión Europea.
*Oficial superior de la Armada Francesa– IEEBA
(https://theatrum-belli.com/la-guerre-en-ukraine-est-elle-la-notre/)