LA HABANA, Cuba. – Hace 15 días que llueve en La Habana. Los aguaceros que estuvieron ausentes en el mes de mayo han colmado este junio que promete cerrar con un panorama de devastación: inundaciones, derrumbes, roturas en las redes de abasto de agua potable, el alcantarillado colapsado a fuerza de desidia estatal y hediondez ciudadana, cortes eléctricos y mucha gente confinada en sus casas porque el nivel del agua no les permite salir, gente que ha perdido lo poco que tiene en una situación de total desamparo.
La Cuba que hoy está anegada en agua y desechos ha llegado hasta aquí con un arrastre de 60 años de empobrecimiento paulatino que se aceleró exponencialmente durante los últimos cinco años. Empobrecimiento financiero, de infraestructura, material y moral. Miseria arrolladora y generalizada que no hace falta exagerar porque en las imágenes se aprecia tan claramente como la ausencia de las autoridades.
Gente con el agua al pecho y un mar de podredumbre penetrando en sus casas sin que aparezcan los bomberos, la Policía o la Defensa Civil. No hay combustible, no hay pertrechos, no hay personal. “No hay, pero estamos haciendo un esfuerzo supremo en medio de las dificultades que atraviesa el país”, recalcan las autoridades mientras todo empeora.
No hay ahora, pero ha habido cada año para organizar el ridículo ejercicio Meteoro con el cual se pretende preparar a la población para enfrentar los huracanes. ¿Qué será de Cuba si pasa un huracán, aunque sea de categoría uno, cuando se ha hecho evidente que La Habana no aguanta dos semanas de lluvias y el Gobierno no dispone de recursos para evacuar a tantos damnificados? Porque son damnificados los que han perdido refrigeradores, televisores, colchones; los que no alcanzaron a poner a buen recaudo la minucia que dan por la cartilla de racionamiento; los que han visto sus cisternas contaminadas por las aguas inmundas que han convertido calles en ríos.
Seis derrumbes reportados en una semana. El balcón que se desplomó sobre la cafetería El Tablazo pertenecía a un edificio de la época en que se construía sabiamente, arquitectura de la buena, y se vino abajo. ¿Qué pueden esperar los que viven en solares o ciudadelas cuyos cimientos datan de mediados del siglo XIX? Dos semanas lleva La Habana rezumando humedad a través de ladrillos porosos, rasillas partidas, columnas reventadas, techos de viga y losa carcomidos entre moles de concreto que ceden a la erosión del tiempo y los inventos que han agregado sus residentes.
¿Cuánta más lluvia puede aguantar La Habana sin que su gente se ahogue en pestilencias letales, como si no bastaran el hambre, los apagones, esta miseria crónica que ni siquiera se mantiene en un nivel estable, sino que empeora a diario? El aguante del pueblo cubano rebasa todos los calificativos imaginables, como también los rebasa el cinismo de una dictadura que reparte a mansalva títulos de doctor y avales científicos en un país que no puede destupir sus propias alcantarillas.
Los vecinos de una de las zonas más castigadas en el Consejo Popular “Jesús María” recibieron una jaba de croquetas para capear el temporal. No se ha conocido que les enviaran otras ayudas, ni siquiera botellas de agua. En ese mismo barrio un hombre, con la inundación al pecho, exigía a las autoridades justificar los miles de pesos que les pagan y socorrer a la gente. “¡Aquí hay ancianos!”, se le escucha gritar y nadie aparece. Los voceros estatales que acudieron en tropel a cubrir el incendio en el edificio Girón, tan pegadito a los hoteles cinco estrellas construidos frente al Malecón habanero, no asomaron su seco pellejo por esos barrios en vías de ahogamiento, o de una epidemia de cólera.
Esos barrios abundan en todos los municipios de la capital, y a todos ha llegado el desastre acumulado en 60 años, más 15 días de lluvias. El Gobierno de Miguel Díaz-Canel ya está tarde para declarar “estado de emergencia”, y la prensa nacional está más preocupada por disertar sobre la huella aborigen que podría existir en el ADN de los cubanos, o el apoyo de Cuba a la demanda del pueblo palestino contra Israel, que no es que carezca de importancia el asunto, pero aquí dentro nos estamos enfermando y muriendo sin que le importe a Palestina, a Israel ni a nadie.
Sigue el limitado presupuesto estatal evaporándose en reuniones, asambleas, revisiones, encuentros, visitas oficiales e intercambios mientras los basurales se multiplican en cada esquina de La Habana. No hay combustible para los carros colectores. Las autoridades municipales reciben por estos días alertas de residentes en edificaciones precarias porque se ha desprendido un alero, se ha extendido una grieta en la fachada, ha caído una torta de repello desde el cielo raso de la saleta. Los informes se acumulan hasta conformar expedientes, legajos, mamotretos. La funcionaria de turno toma nota y dice que lleva todo el día archivando quejas similares.
La gente pide protección en esta temporada ciclónica, pero no habrá que esperar a que un huracán termine de arrasar el legado de Fidel Castro. Esto que vemos no es nada. Deja que salga el sol.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org