Por Diego Mazzei
Los del medio no generaron el circuito habitual y Messi forzó su presencia y padeció el partido; las preocupaciones del DT con miras a lo que viene
El aire de ese recinto hermético y refrigerado se transformó en espesura. El reloj de juego reflejaba 96:12, pasado un poco de los 5 minutos de prórroga que había marcado el uruguayo Andrés Matonte. Hubo un microsegundo en el que el corazón argentino se aceleró, entre la ansiedad y el pánico. Jordy Caicedo, camiseta 19, se estará preguntando todavía cómo no acertó ese cabezazo de cara a Dibu Martínez. Es una escena que acaso no recorra demasiado la memoria emotiva, que no tiene el impacto de aquella tapada a Kolo Muani que aún hoy genera incredulidad. Pero la selección argentina estuvo a segundos del derrumbe. Cuando las pupilas enfocaron bien y la pelota se fue picando por la línea de fondo, recién entonces el sistema nervioso parasimpático ordenó los organismos. Había penales, había esperanzas.
La selección del ciclo Scaloni pasó por varios de estos sofocones en su camino glorioso. Están los de Lusail, claro, los más recordados. Aquellos contra Países Bajos, del 2-0 al 0-2 en un tris, que despertaron al gigante Dibu. Y los de la final, contra Francia, mil veces repasados. Pero más atrás en el tiempo, aquella semifinal de Copa América 2021 contra Colombia, donde nació el mito del “mirá que te como”, fue un síntoma que reapareció de tanto en tanto.
Argentina se topó con un oponente al que había superado claramente casi un mes atrás, en la preparación para este torneo. Pero todo fue distinto. Ecuador lo incomodó, lo maniató, le desnudó los errores; y aun cuando Lisandro Martínez puso el 1-0 en una acción aislada, casi fuera del libreto que se estaba desarrollando, Argentina padeció. Como no le había ocurrido a este nivel, el conjunto de Scaloni se quedó sin reacción a las variantes y modificaciones que hizo su rival, en la desesperación por no quedar eliminado. Y pasó de estar incómoda y de sufrir algún susto a ser dominada y terminar con sufrimiento. Ecuador hizo el mejor partido posible e incluso así se quedó sin nada. Pero tuvo al rey del mundo en el piso para rematarlo.
“No lo disfruté. No sé si se habrá visto en las imágenes, pero no lo disfruté nada”, dijo Scaloni en la conferencia de prensa posterior. Y es una pintura del sentimiento general. No se puede confundir la explosión de desahogo con el disfrute. Argentina padeció, estuvo muy lejos del goce.
En el análisis estrictamente futbolístico, habrá que poner en foco algo que es políticamente incorrecto: ¿fue acertado que Messi, en la condición en la que estaba, jugara de entrada? Se sabe lo que genera el capitán en sus compañeros, lo que transmite su sola presencia. Pero en la noche de Houston fue evidente que estaba físicamente muy condicionado. Sus apariciones fueron muy esporádicas. Pero está claro que a estas alturas es él quien define lo que quiere hacer. Hizo todo para estar.
Este plantel demostró, en la evolución de su construcción, desde 2019, que no es dependiente de Messi, que hay un núcleo que puede apuntalar al 10 en casos así. También falló esa red. La sala de motores. Los tres volantes que patentaron la fórmula de la intensidad en Qatar no cumplieron ese papel. Funcionaron descoordinadamente. Errático De Paul, encajonado y perdido por momentos Mac Allister, sin profundidad Enzo Fernández. No solo Messi fue víctima de esta falencia; Lautaro Martínez, implacable en este trayecto de la Copa, apenas tuvo participación.
Hay que buscar bastante hacia atrás para encontrar un rival que haya superado de punta a punta al seleccionado de Scaloni. Hay un antecedente a mano, el partido con Uruguay, por eliminatorias, en 2023. Sí tuvo momentos de malos en varios partidos. Incluso ante Canadá, en el debut, pasó apuros y Dibu respondió.
Tanto frente a Canadá como contra Ecuador, hubo un aspecto defensivo deficiente y a la vista: el costado derecho de Argentina, superado en cantidad y calidad. Los canadienses mortificaron a Molina con Millar y Alphonso Davies; los ecuatorianos lo hicieron con Moisés Caicedo y Jeremy Sarmiento. Hay en el armado defensivo un agujero negro que se agranda cuando el rival ubica sociedades de peso por ese costado. Un asunto que Scaloni deberá solucionar a medida que la exigencia sea mayor.
Y también deberá meditar si en el eje de la mitad de la cancha no es tiempo de devolverle el overol a Leandro Paredes, de buen rendimiento en el debut. Más allá de la versatilidad de los mediocampistas, queda la sensación de que Mac Allister (como en su momento ocurría con Enzo Fernández) está contenido en ese lugar, más allá de que ha cumplido la función en Liverpool. Es imposible para el DT, que tiene especial predilección por ellos, generar un circuito en el que estén todos.
Otro tema es cómo encaja Nico González en un equipo de pases y sociedades. Es el diferente al resto, por características. Explosivo, muchas veces atropellado y quien puede sorprender con una diagonal o un mano a mano. Pero da la sensación de que queda desconectado en escenarios como el de Houston, cuando el circuito de posesión no fluye por imprecisiones.
Nunca a lo largo del ciclo a Scaloni le ha temblado el pulso para modificar nombres o esquemas. Se ha hablado largo de la riqueza del plantel y del grado de competitividad que hay en cada puesto. Ecuador encendió alarmas y le mostró una foto del abismo. Argentina no cayó, es cierto; por mística, por instinto de supervivencia, por azar. Pero fueron motivos suficientes para preocuparse. La Copa América sigue y hay pocos días para recuperarse del sofocón y revolver y buscar en la esencia de este grupo que marcó una época.
Fuente La Nación