Por Nicolás J. Portino González
Hace 23 años, Argentina protagonizó uno de los episodios más bochornosos de su historia política. En apenas 14 días, el país tuvo cinco presidentes, en una seguidilla que dejó en evidencia no solo la fragilidad institucional, sino también nuestra habilidad para protagonizar el caos. De Fernando de la Rúa (y su helicóptero), pasando por Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y, finalmente, Eduardo Duhalde, aquel desfile grotesco marcó el principio del fin de la convertibilidad y el comienzo de un largo camino de empobrecimiento.
Lo peor no fue solo el papelón. No, eso sería demasiado sencillo. Como si el show de inoperancia no hubiera sido suficiente, a esos cinco actores del desastre les aseguramos su jubilación de privilegio. Porque en Argentina, el fracaso no solo no se castiga, se recompensa. Mientras el resto del país empezaba a hundirse en la pobreza, ellos cobraban sus jugosos sueldos, sin más mérito que haber ocupado brevemente un sillón que no supieron ni quisieron honrar.
De la convertibilidad al abismo.
La salida del “uno a uno” fue vendida como la solución definitiva. Con un peso atado al dólar, el país no podía sostenerse, decían. Había que liberar la moneda, ser “más competitivos”, iniciar una “nueva etapa”. Lo que siguió fue un desastre anunciado: devaluaciones crónicas, inflación galopante y una pobreza que creció año tras año, llevándose por delante los sueños y el futuro de generaciones enteras.
El glorioso $1 = U$S1 pasó a convertirse en $1 = U$S0,0008. En términos reales, no nos empobrecieron; nos exterminaron. Pero, como siempre, los responsables seguían con sus discursos, sus privilegios y, por supuesto, sus manos limpias.
23 años de desidia.
En estas más de dos décadas, los gobiernos de turno se dedicaron a “redistribuir” lo que no había, a inventar soluciones mágicas y a multiplicar la pobreza mientras llenaban sus propios bolsillos. La clase media, alguna vez el motor de la Argentina, fue arrasada por una ola de inflación y confiscaciones disfrazadas de “medidas progresistas”.
Entre devaluaciones, “cepos” cambiarios y una colección de tipos de cambio que desafían la lógica, nos volvimos un país donde el dólar define todo… menos el futuro. Oficial, blue, turista, soja, Qatar… Una economía kafkiana que solo podía sostenerse en un país donde la resignación se había convertido en religión.
Un giro inesperado: el tiempo del cambio.
Sin embargo, como si la historia quisiera dar un respiro, algo parece estar cambiando. Con la llegada de Javier Milei a la presidencia, la Argentina está viviendo un fenómeno que muchos creían imposible: una recuperación acelerada y decidida. Milei, con su estilo disruptivo y sin filtros, no solo ha logrado empezar a desmantelar el laberinto económico heredado, sino que ha devuelto algo que parecía perdido para siempre: la esperanza.
En tiempo récord, su administración ha impulsado reformas profundas destinadas a reducir el gasto público, eliminar privilegios políticos y abrir el país al comercio internacional. Pero la sorpresa llegó ayer, cuando Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y amigo personal de Milei, reconoció públicamente su gestión.
Trump no solo elogió los avances en materia económica, sino que también confirmó que está trabajando en una agenda conjunta de ayuda y libre comercio entre ambos países. “Argentina está regresando al mundo, y lo está haciendo con fuerza”, dijo Trump, anticipando una colaboración que promete traer inversiones y generar empleos.
La relación cercana entre Milei y Trump, basada en una visión compartida de libertad económica y reducción de la burocracia estatal, está empezando a dar frutos. Según fuentes oficiales, Estados Unidos pronto comenzará a implementar medidas concretas para fortalecer los lazos comerciales con Argentina, incluyendo acuerdos que faciliten la exportación de productos argentinos al mercado norteamericano y un nuevo status migratorio.
¿Un nuevo comienzo?
El contraste entre el pasado reciente y este presente esperanzador es tan grande que cuesta creerlo. Pasamos de ser un país que coleccionaba crisis como si fueran medallas, a uno que finalmente parece dispuesto a cambiar el rumbo. Y aunque queda mucho por hacer, lo cierto es que el aire huele distinto.
Por primera vez en décadas, la Argentina parece tener un plan, una dirección y un líder que no teme desafiar el status quo. Milei, en menos de un año, ha demostrado algo que parecía imposible: que con voluntad, decisión y buenas alianzas, incluso el peor de los desastres puede empezar a revertirse.
El camino será largo y difícil, pero al menos ahora tenemos algo que habíamos olvidado: un horizonte. Y después de 23 años de oscuridad, eso ya es un milagro.
Moraleja: en 2002…los activos y cotizantes que hoy tienen + o – 40 años (mayor parte de actuales votantes del padrón) tenían 18 años. Comenzaban su inserción laboral junto a la devaluación.
Será que nadie lo vió?