Por Hugo Marcelo Balderrama
Mientras Occidente miraba la llegada del siglo XXI con acuerdos comerciales y políticas de integración, Castro, con ayuda de Lula Da Silva, estaba renovando sus fetiches revolucionarios y sus estrategias desestabilizadoras
El año 1966, concretamente, las dos primeras semanas de enero, la ciudad de La Habana fue testigo de un cónclave que Fidel Castro bautizó como La Tricontinental. Los objetivos eran —el entrecomillado es adrede— «Liberar a los pueblos», «Buscar la paz mundial» y «Apoyar a Cuba contra el imperio de Estados Unidos». La historia nos demuestra que, en realidad, se trató de generar focos guerrilleros en diferentes países de América, exportar pistoleros a África —el Che Guevara, es el caso más famoso— y conseguir financiamiento al régimen castrista.
Hay que admitir que Fidel tuvo un relativo éxito, ya que, por ejemplo, con Salvador Allende logró meterse a Chile en el bolsillo y con el ERP, Montoneros y Tupamarus causó desestabilización en Argentina y Uruguay. Sin embargo, sus planes fracasaron frente a militares que asumieron la defensa de sus países, entre ellos, Augusto Pinochet, Rafael Videla y Hugo Banzer Suarez.
En la región, los años 80 tuvieron dos características: 1) Las dictaduras militares entregan el poder a las fuerzas democráticas, y 2) Los países de las Américas aplican reformas de libre mercado y capitalistas, Bolivia es uno de los casos más exitosos. Adicionalmente, la Unión Soviética se desintegraba y arrancaba el proceso de globalización.
Con un mundo globalizado y en revolución tecnológica parecía que las amenazas totalitarias eran cosas del pasado, o por lo menos reducidas a una pequeña isla del caribe sin mayor peso. Empero, fue un error no percatarse que la miseria que padecía el pueblo cubano era la fachada perfecta para cubrir las intenciones criminales de la mafia de Fidel Castro.
Sucede que, mientras Occidente miraba la llegada del siglo XXI con acuerdos comerciales y políticas de integración, Castro, con ayuda de Lula Da Silva, estaba renovando sus fetiches revolucionarios y sus estrategias desestabilizadoras, puesto que reemplazaron el foquismo por la movilización de masas; pasaron de festejar el quebrantamiento de las relaciones con Estados Unidos a declararse víctimas de un bloqueo, y usaron los recursos provenientes del bienpensante progresismo europeo y los narcodólares para construir narrativas alrededor de matones, militares golpistas y narcotraficantes como Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales. El Foro de Sao Paulo sería una nueva fachada para una vieja intención: Ampliar la esfera de influencia de la dictadura cubana.
Acá es válida una pregunta: ¿por qué tuvo más suerte que en el primer intento?
Encuentro, al menos, dos factores: 1) Sistemas educativos secuestrados por el progresismo, y 2) La ausencia de una estrategia clara de defensa por parte de los Estados Unidos.
Quienes cursamos la universidad entre finales de los 90 y principios de los 2000, en pleno hechos sangrientos de la Guerra del agua, El conflicto de la coca y la guerra del gas, fuimos testigos de un proceso furioso de cancelación, ya que era casi un sacrilegio condenar abiertamente a Evo Morales y sus bandoleros.
Asimismo, casi de manera unánime, mis profesores celebraban que los cocaleros y otros grupos de piratas del asfalto incendiaran propiedad pública, quemaran patrullas policiales y derrocaran autoridades electas mediante voto. Todavía recuerdo los gritos de júbilo de uno de mis docentes luego de la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Años después, viviendo en Argentina, pude comprobar que similar comportamiento tuvieron reconocidos docentes de la Universidad de Buenos Aires cuando Evo Morales ganó las elecciones del 2005. Parecía que el sentido común y la sana crítica habían sido sacados de las aulas y espacios académicos.
Por otra parte, con los Estados Unidos concentrado en luchar contra el terrorismo islámico, Fidel Castro y Hugo Chávez tuvieron carta abierta para crear narcoestados y generar crisis humanitarias, las mismas que ahora son usadas como mecanismos de guerra hibrida contra el pueblo estadounidense.
La cosa funciona así, los gobiernos castrochavistas empobrecen a sus pueblos hasta el punto de que son forzados al exilio. Entiéndase, la mayoría de los latinoamericanos no migran por gusto; lo hacen por miseria, inseguridad, por indefensión, por falta de futuro, por ausencia de libertad. Pero acá viene el detalle más perverso, con las familias divididas, los dictadores se aseguran una fuente de divisas, que en casos como Bolivia superan a las exportaciones de ciertos productos y servicios.
A modo de cierre, la historia ha dado la oportunidad a Donald Trump de cerrar su carrera política impulsando el fin del socialismo del siglo XXI, ese peligroso virus castrista.
Fuente Panampost