Por Nicolás J Portino González
En los laboratorios narrativos del peronismo, donde todavía suena un tango de 1945 y la globalización es una conspiración imperialista, alguien tuvo la ocurrencia de clasificar a Javier Milei y Donald Trump en categorías de manual: Milei, el globalista; Trump, el nacionalista. Una reflexión que combina la profundidad de un mate lavado con la lucidez de un sketch de gasista político, y que revela, una vez más, el talento peronista para analizar el presente con los ojos de un pasado pisado.
Un prisma que el peronismo nunca entenderá: proteger lo más abierto y abrir lo más cerrado.
Trump, ese showman que el peronismo no termina de descifrar, liderará en 2025 la economía más abierta del planeta. Estados Unidos, con un comercio exterior que representa 25% del PBI, no necesita abrir nada porque ya está abierto. Pero claro, en un gesto de genialidad estratégica, Trump decide proteger sectores clave como la industria y la tecnología, porque proteger lo que funciona no es proteccionismo; es sentido común.
Milei, en cambio, lleva 11 meses intentando desmantelar la economía más cerrada del mundo occidental. Cuando asumió en diciembre de 2023, el comercio exterior argentino apenas representaba un escaso 17% del PBI, una cifra que no reflejaba autosuficiencia, sino un sistema deliberadamente diseñado para aislar al país del mundo. En su breve gestión, Milei ha comenzado a desmontar las trabas y a tender puentes con mercados internacionales, dejando en claro que abrir la economía no es ideología, sino necesidad urgente para sacar al país del atraso.
Milei: el libertario que rompió el molde peronista.
Javier Milei, un libertario de manual pero con la teatralidad de un caudillo criollo, no llegó al poder para ser el mesías de Davos ni el emisario de las multinacionales. Llegó para dinamitar el Estado bobo que el peronismo construyó como una catedral de la ineficiencia. En apenas 11 meses, ha desregulado sectores clave, eliminado retenciones, desarticulado progresivamente el cepo y creado las condiciones iniciales para atraer inversiones.
Lo que Milei está haciendo no es “globalismo”; es pura lógica: desactivar las bombas económicas heredadas y convertir a Argentina en un jugador competitivo en el mercado global. El problema del peronismo con Milei no es ideológico; es práctico: no saben cómo combatirlo porque, por primera vez en décadas, los números respaldan el discurso presidencial.
Trump: el proteccionista pragmático que el peronismo no entiende.
Mientras tanto, en Estados Unidos, Donald Trump, que asumirá su segundo mandato en enero de 2025, sigue jugando al proteccionismo estratégico con la misma maestría con la que cierra acuerdos millonarios. Su política de aranceles a China y subsidios a la industria nacional no es un capricho ni una barrera: es una herramienta para negociar. Y el resultado está a la vista: Estados Unidos sigue siendo el principal receptor de inversiones extranjeras y exportador de tecnología, mientras protege empleos y capitales.
Pero al peronismo, tan aficionado a las frases grandilocuentes, esto no le entra en la cabeza. Para ellos, Trump es un “proteccionista aislacionista”, como si ese Estados Unidos cerrado fuera el mismo país donde cualquier empresario argentino quiere invertir. Es decir, el peronismo describe un mundo que no existe. Lo de siempre.
El análisis peronista: una máquina del tiempo rota.
Es fascinante la habilidad del peronismo para meter a Trump y Milei en su vieja máquina del tiempo. Según ellos, Milei sería un “globalista entreguista”, mientras que Trump es el “nacionalista peligroso”. Por supuesto, estas etiquetas no tienen ningún contacto con la realidad, pero sirven para mantener vivo el relato peronista: ellos, los guardianes de la soberanía, y el resto, los lacayos del imperialismo.
En este esquema simplista, el peronismo no tiene que responder preguntas incómodas, como por qué un país con “soberanía económica” no tiene reservas, o por qué la “industria nacional” es incapaz de exportar algo más allá de cortes congelados. Mejor quedarse con el eslogan y la mitología. Al fin y al cabo, el peronismo no quiere entender el mundo; quiere seguir interpretándolo como una obra teatral donde siempre son los héroes incomprendidos.
Conclusión: el peronismo contra la realidad.
La lectura peronista de Trump y Milei es tan absurda como predecible. Mientras Trump se prepara para asumir su segundo mandato en la economía más abierta del planeta y Milei avanza en los primeros 11 meses de su gobierno libertario, el peronismo sigue atado a un relato que ya no se sostiene ni en la sobremesa de un asado.
Trump protege la economía más abierta del mundo; Milei intenta abrir la más cerrada. Y el peronismo, mientras tanto, sigue cantando la marchita, convencido de que la realidad es una conspiración contra ellos. Quizás algún día el peronismo deje de analizar el presente con los manuales de 1945. O quizás no. Pero mientras tanto, el mundo sigue girando, aunque ellos no quieran aceptarlo.