Por Sergio Crivelli
Javier Milei pudo derrotar a la inflación, pero no a Cristina Kirchner por el control del Senado. Kueider: internas, barbarie institucional y peligrosa feria de vanidades por la expulsión.
El resultado de la gestión del ministro Luis Caputo es tan sorprendente como extraordinario. Consiguió controlar la inflación que no para de caer y clavó la cotización del dólar hasta el punto de que hoy en la Casa Rosada hay más preocupación por la revalorización del peso que por una eventual corrida cambiaria, azote histórico de todos los gobiernos de los últimos 80 años con la sola excepción de Carlos Menem (ver “Las efectividades conducentes”).
En cambio, el presidente Javier Milei y su consejero político -sobrino y homónimo del ministro de Economía- están lejos de conseguir los mismos resultados en el Congreso. En la semana en la que la inflación se redujo al 2,4% -su nivel más bajo en cuatro años- el kirchnerismo del Senado les infligió una grave derrota.
Al mismo tiempo los bloques “dialoguistas” o amigos exhibieron una fragmentación alarmante y una conducta caótica por falta de una estrategia mínima, que es responsabilidad exclusiva de la Casa Rosada. En ese plano las idas y vueltas para destituir a Edgardo Kueider reflejaron que el sistema de partidos quedó en ruinas tras la llegada de los libertarios al poder.
En ese marco la debilidad intrínseca de La Libertad Avanza en el Senado -apenas seis legisladores- no sirve de excusa del desastre parlamentario del jueves. Con esa inferioridad numérica había conseguido otros resultados. Aprobar, por ejemplo, la Ley de Bases, la reforma fiscal y el blanqueo.
De todas maneras lo central de la expulsión del ex senador Edgardo Kueider es que significa un retroceso de dos casilleros en la lucha por el control de la Cámara: el gobierno no sólo perdió un voto seguro a favor, sino que sumó uno en contra. Y además el bloque que responde a Cristina Kirchner consiguió que Oscar Parrilli superara la votación en la que el oficialismo intentó suspenderlo para que rinda cuentas por su participación en el oscuro pacto con Irán.
El principal responsable del revés parlamentario fue Milei. En primer lugar, porque erró la estrategia. Inicialmente en un rapto de pragmatismo intentó bloquear el ingreso de una camporista al cuerpo. Para eso era necesario solo suspender a Kueider. Pero el día anterior a la votación dijo que había que echar a patadas a los corruptos.
Esto convirtió automáticamente a Kueider en un apestado y descolocó a la tropa de LLA que tuvo que dar un volantazo pocos minutos antes de la votación. Contra todo lo dicho en los días previos los senadores de LLA terminaron apoyando la expulsión. La comunicación de la Casa Rosada con sus senadores es cero. No se sabe si Milei los ignora o los desprecia.
Milei no paga costos políticos. Puede arrojar sin pensarlo dos veces al fuego a funcionarios y aliados (y a su vice) porque no tiene compromisos. Llegó solo al poder y seguirá igual. Prefirió perder dos bancas en el Senado cuando podría haber sido una, por intentar que la política no lo “manchara”. En la próxima votación del cuerpo se verá si el haberse llevado ante el pelotón de fusilamiento de Kueider es rentable en términos de poder.
Capítulo aparte merece Victoria Villarruel que vive de la exposición mediática y no quería perderse la conferencia de prensa explicando cómo se expulsa a un corrupto. Lo logró pero al precio de generar incertidumbre sobre la validez de lo actuado porque a esa hora debía haber estado en la Casa Rosada reemplazando al presidente que la descolocó declarando “inválida la sesión”.
Los demás bloques no lo hicieron mejor. El del PRO se partió en dos. De sus siete miembros cuatro votaron a favor de la suspensión y tres votaron con el kirchnerismo por la expulsión lisa y llana, entre ellos el presidente del bloque Luis Juez. Mauricio Macri quedó desautorizado y contempla impotente como su partido se desgrana. Tenía lógica su postura de sólo suspender a Kueider porque el juicio sumarísimo seguido de ejecución del acusado sin permitirle ejercer su derecho a defenderse es una forma agravada de barbarie institucional. Pero la racionalidad de nada le sirvió, porque la Constitución no era lo que estaba en juego, sino las internas políticas.
El partido del ex presidente va camino de la diáspora, si no escucha a los dirigentes que le reclaman una alianza incondicional con Milei.
Los radicales tampoco se lucieron. Tuvieron un solo voto en contra, el del presidente del radicalismo bonaerense, Maximiliano Abad, otra voz en defensa de los derechos más elementales del encartado. Pero también en este caso la interna metió la cola. Abad está enfrentado con Martín Lousteau que no abrió la boca en los últimos días y que votó con los kirchneristas, algo que al bonaerense le sirve para diferenciarse. En suma, un espectáculo político e institucional lamentable, pero no sólo por Kueider.
Fuente La Prensa