En el último lustro, la oferta electoral de las potencias centrales parece condensarse en la contraposición de modelos que, aunque muchas veces difusos en lo programático, presentan una constante: la irrupción de una alternativa radical, de ultra o extrema derecha, que busca reconfigurar gran parte de lo hasta ahora conocido. Alemania, primera economía de Europa, no es ajena a estos tiempos.
Si bien estos partidos no son una novedad en la vida política (al menos no en la europea), lo singular del proceso es su evolución de actores marginales a protagonistas del sistema político. Las elecciones federales, que definirán la composición del Bundestag y el próximo Gobierno, tienen en Alternativa para Alemania (AfD) no solo al primer partido de extrema derecha con representación parlamentaria desde la Segunda Guerra Mundial, sino también a una fuerza con la capacidad de moldear el destino del próximo canciller.
Esta coyuntura, en una escala más cercana, suma lo que parece ser otra constante en su configuración: el involucramiento (o injerencia) de Elon Musk. Además de integrar el actual gabinete de Trump, Musk es CEO de Tesla y enfrenta en la principal potencia europea un duro revés como el de haber perdido el liderazgo en un mercado clave como el alemán en lo que al patentamiento de autos eléctricos respecta.
El apoyo explícito de Musk a AfD sintetiza lo que X, bajo el mando de su dueño, mejor sabe hacer: apelar a una emocionalidad predefinida por algoritmos, presentando al electorado una narrativa de “nosotros” y “ellos” que, en el caso de AfD y esta elección federal, opera en tres sentidos: la inmigración y lo foráneo, la tecnocracia multinacional encarnada en la Unión Europea y los cambios en el modelo de la familia patriarcal.
La coyuntura y la cada vez mayor distancia entre los hechos y su alcance, parecerían jugar a favor de esta narrativa. Si bien el colapso de la coalición tripartita que gobierna Alemania desde 2021 ha dejado una economía contraída durante dos años consecutivos por primera vez en décadas, buena parte de la campaña ha estado marcada por el sentimiento antiinmigración que dejó el atentado ocurrido el pasado diciembre en el mercado de Magdeburgo. Aunque el atacante tenía opiniones críticas del islam y había expresado su simpatía hacia AfD, el incidente cristalizó un sentimiento que el partido y el ecosistema digital de Musk promueven intensamente.
Bajo la idea de que “la nacionalidad alemana no debe regalarse”, el partido propone acciones en línea con otros gestos de la ultraderecha de época: abandonar el Pacto Mundial sobre Migración y Refugiados de la ONU, poner fin a la suspensión de órdenes de deportación y promover la Leitkultur (cultura líder), buscando que los valores y la moral considerados “inherentemente alemanes” sean los que se espera que todos adopten.
Insistiendo con esta premisa de que el país no solo enfrenta un colapso económico, sino también cultural, Musk afirmó que AfD representa “el último rayo de esperanza para Alemania”, planteando, en lo que parece difícil no sea una referencia velada a la memoria histórica del Holocausto y en clave con el reciente éxito del partido entre los jóvenes, que “los niños no deberían ser culpables de los pecados de sus padres, y mucho menos de sus bisabuelos”.
En un país donde, a ochenta años del Holocausto, los ataques antisemitas han aumentado un 83%, fue la fábrica de Tesla en Berlín precisamente el escenario de una preocupante proyección: la imagen de Musk y su repudiable “saludo” en el marco de la reciente asunción de Trump, fue proyectado y acompañado por la frase Heil Tesla, en una clara alusión al saludo nazi.
A la oferta electoral y la narrativa del proceso, se suma la expectativa del día después. En este caso, como en otros países, bajo la forma de un “cordón sanitario” que los partidos a nivel nacional pudieran generar para contener el avance de AfD y su eventual participación en la coalición de Gobierno. Esto, incluso antes de la elección, parece haber encontrado ciertas fisuras en tanto Friedrich Merz, candidato por Unión Demócrata Cristiana y favorito a ganar la elección, logró recientemente aprobar una moción en el Bundestag con el apoyo de AfD, sembrando dudas entre lo prometido en campaña y lo factible una vez se abran las urnas.
El 23 de febrero próximo será crucial, no solo para el futuro político de Alemania, sino también para el del bloque. La AfD, gane o no, ya moldea parte de la realidad alemana y, con Musk y la Unión Europea como nueva zona de interés, pareciera estamos asistiendo a la gestación de un mundo diferente, uno en el que, como planteara Gramsci, lucha por nacer. Ahora, claro está, es el momento de los monstruos.
Fuente El Cronista