Por Pascual Albanese- Especial Total News Agency-TNA-
SI bien todavía resulta imposible pronosticar el curso inmediato de los acontecimientos, las medidas arancelarias impulsadas por Donald Trump, incluidos sus avances y retrocesos, constituyen piezas de una estrategia proclamada por el mandatario estadounidense en su campaña proselitista con la consigna de “America First”, una meta que en el actual escenario internacional supone una consecuencia inevitable: “China Second”.
Ese objetivo cuenta con un significativo respaldo en la opinión pública estadounidense, que percibe con alarma que su país está cerca de perder la orgullosa condición de primera superpotencia, conquistada hace más de un siglo y ratificada con su victoria en las dos guerras mundiales y en su triunfo en la guerra fría con la Unión Soviética. Esa constatación genera la demanda de una respuesta acorde con la dimensión histórica de ese desafío.
Los estadounidenses no se equivocan. Desde 1979, cuando comenzó la era de modernización económica impulsada por Deng Xiaoping, la economía china crece a un ritmo que triplica a la estadounidense. En el 2000 el producto bruto estadounidense era el 23,5% del PBI global y el de China el 2,5%. En 2024 el PBI estadounidense fue el 23 % del total mundial y el chino el 18 %.
Entre 2000 y 2024 el comercio internacional de Estados Unidos (suma de importaciones y exportaciones) aumentó un 167%, una tasa de crecimiento anual del 4,2%. En ese mismo lapso, el comercio de China subió un 1.200 % (11,3% anual) y su volumen superó al de Estados Unidos en 2012. En el 2000 el comercio internacional estadounidense ascendía a dos billones de dólares, más de cuatro veces los 474.000 millones de China. En 2024 esa cifra alcanzó 5,3 billones para Estados Unidos y 6,2 billones para China, un 17 % más.
Como consecuencia en el 2000 China era el primer socio comercial de unos pocos países, entre ellos Cuba, Irán Libia, Myanmar, Mongolia, Corea del Norte, Omán, Sudán, Tanzania y Vietnam. Hoy es el socio comercial dominante en la mayor parte de Asia, Europa Oriental, Medio Oriente, Oceanía, África y América del Sur.
El mismo deslizamiento se tradujo en el intercambio chino-estadounidense. En 2024 las exportaciones chinas a Estados Unidos ascendieron a 450.000 millones de dólares mientras que, a la inversa, las ventas norteamericanas a China alcanzaron los 143.000 millones de dólares. El déficit para Estados Unidos fue de 295.000 millones de dólares. China vendió el 73% de los celulares, el 78% de las laptops, el 87% de las consolas de video juegos y el 77% de los juguetes que consumen los estadounidenses.
Pero el problema del sector externo de Estados Unidos no es sólo China, que explica el 45% de su déficit comercial de 650.000 millones de dólares. En relación a la Unión Europea, cuyo proteccionismo desata la furia de Trump, ese déficit asciende a 37.000 millones de dólares con Irlanda, 77.000 millones con Alemania, 40.000 millones con Italia y 16.000 millones con Irlanda.
Las represalias arancelarias de Trump, concentradas hoy sobre China y pendientes sobre los demás países a las resultas de negociones bilaterales a celebrarse en las próximas semanas, son parte de una estrategia orientada a la repatriación de las empresas que se trasladaron al coloso asiático y al mundo en general a partir del proceso de globalización de la economía iniciado en la década del 80.
El objetivo de Trump tiene a su favor un cambio de tendencia. El traslado de las inversiones de las compañías estadounidenses hacia el exterior obedeció a las abismales diferencias salariales. con los países receptores. Hoy, los avances tecnológicos, acelerados por la expansión de la inteligencia artificial, hacen que el impacto del costo de la mano de obra en el precio final de los productos tienda a reducirse drásticamente.
LA LÓGICA DEL PODER
En este nuevo contexto mundial las corporaciones multinacionales empiezan a privilegiar la cercanía de las plantas industriales con los centros de consumo y Estados Unidos vuelve a estar en condiciones de transformarse en una superpotencia manufacturera, ya no fundada en el empleo de mano de obra sino en la aplicación intensiva de la alta tecnología al proceso productivo. Las restricciones arancelarias no suponen entonces una medida permanente, sino que apuntan a acelerar los tiempos de ese proceso de reconversión, obligando a las empresas a hacerlo lo más rápidamente posible.
Una vez determinado el “qué” se propone Trump, corresponde examinar el “cómo”, esa modalidad que deja estupefactos a la mayoría de los analistas, pero no sorprende a quienes estudiaron su personalidad, que puede sintetizarse en una frase del economista estadounidense Josep Colomer: “es un error tomarlo literalmente y burlarse de él, porque no es serio en sus bravatas. Mejor al revés: tomarlo en serio, pero no literalmente”.
Resulta sorprendente que la estrategia de Trump pueda rastrearse en su libro “El arte de la negociación”, publicado en 1987, en el que expone las lecciones extraídas de su experiencia empresaria que luego trasladó a su carrera política. En sus páginas resuena un eco de la “teoría del loco”, narrada por Henry Kissinger de un diálogo en la Casa Blanca con Richard Nixon, quien le explicó que a veces era conveniente que el mundo tuviera la sensación de que el presidente estadounidense está mentalmente extraviado porque esa percepción convertiría más prudentes a sus enemigos.
Una primera apreciación de Trump, harto apropiada estas circunstancias, es que “ante una situación crítica durante una negociación es recomendable que primero hayas fijado previamente los mínimos de negociación, es decir hasta dónde estás dispuesto a llegar. Y después tener claro que, pase lo que pase, el dominio de tus emociones es tuyo y no está en mano de nadie más, es decir que la reacción a lo que el otro diga siempre esté en tus manos”.
En su manual Trump recomienda: “Mantenlos ligeramente desconcertados. Lo que no sepan no te hará daño y quizá te ayude más adelante. El conocimiento es poder, de manera que guárdate toda la información que puedas para ti”. Agrega que “a la hora de negociar te encontrarás con muchísimas situaciones en las que no todo es blanco o negro, de modo que sigue tu instinto. Combínalo con tus deberes y llevarás la iniciativa”.
Explica sus idas y vueltas: “no existen reglas exactas y a veces he cambiado de rumbo en mitad de una negociación cuando me ha pasado algo nuevo. Mantente flexible y abierto a nuevas ideas, incluso cuando creas saber exactamente lo que quieres”. Aconseja también mantener una apariencia de ingenuidad para confundir a los interlocutores: ”hacen falta muchos listos para pasar por tonto”.
Trump destaca el valor del tiempo: “He esperado décadas para cerrar algunos tratos y la espera dio sus frutos. Pero asegúrate de que vale la pena aquello por lo que estás esperando”. Asimismo, subraya que “para agilizar las negociaciones muéstrate indiferente. De ese modo sabrás si la otra parte está impaciente por seguir adelante”. Pero, y en un punto fundamental para tener en cuenta hoy, resalta que “en las mejore negociaciones todo el mundo sale ganando. Esta es la situación ideal a la que debemos aspirar”.
La negociación principal que tiene por delante Trump es con China, una nación con una experiencia milenaria y una noción del tiempo mucho más amplia que la propia de Occidente, donde solo es comparable con la del Vaticano. Los comunistas chinos son expertos en estudiar a sus adversarios y han leído e interpretado todo lo que puede saberse sobre Trump con más precisión que los politólogos occidentales.
China, aferrada a su estrategia del “ascenso pacífico”, sabe que en algún momento de este siglo será la primera superpotencia y no está dispuesta a arriesgar esa certeza en una puja en el corto plazo con Estados Unidos, cuya superioridad militar está hoy fuera de discusión. Beijing aplica la máxima de Deng Xiaoping: “esconde tus capacidades y espera el momento oportuno”
Si Trump convierte en innegociable el “America First”, Xi Jinping terminará por aceptar el “China Second”, con la seguridad de que el viento de la historia sopla de su lado. El resultado previsible será un “G-2”, con Trump sentado en el sillón principal de una mesa con Xi Jinping, sin admitir a su alrededor otros participantes que aquéllos que acepten ubicarse en una segunda fila.
- Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico