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José Octavio Bordón: “Para sobrevivir, el peronismo tiene que volver a renovarse”

9 noviembre, 2025
José Octavio Bordón: “Para sobrevivir, el peronismo tiene que volver a renovarse”
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Raúl Pedone

Negros nubarrones se divisan en el cielo de Lunlunta, a través del ventanal de un escritorio blanco, tapizado de libros, fotos históricas y recuerdos de una vida política y social intensa. Aunque la amenaza de tormenta es parte real del paisaje exterior, ciertamente, no es la mirada que José Octavio Bordón tiene del país ni de la provincia de Mendoza. La tranquiliad de la zona tampoco implica que se haya retirado de la política, aclara. Y recibe a Mendoza Today con la cálida amabilidad que lo caractetiza. Aprovecha -y lo reconoce- para difundir sus ideas y enseñanzas. Su esposa, Mónica González Gaviola, se encarga del café y las galletitas. Y él se dispone a dialogar largo y tendido. Dialogar -valga la repetición- es un verbo que se reitera, intencionalmente y conjugado de distintas maneras, en esta entrevista.

– A la luz de un presente desfavorable, ¿cree que el peronismo necesita una renovación, como la que usted encabezó en los años ochenta?

– Ciertamente lo necesita, tanto en la provincia como a nivel nacional. El peronismo ha sido una fuerza con mucha permanencia en una porción muy grande del país, por convicción o por opción. Más allá de los años del surgimiento, del liderazgo de Perón y de una figura como Evita. Resistió tantos golpes militares y también el inicio de un proceso de decadencia, que vino después de la muerte de Perón.

– Los años setenta tampoco ayudaron mucho al peronismo.

– Se refiere al gobierno de Perón, de Isabel y de López Rega… Aunque hubo gente valiosa que aceptó estar ahí por la visión de gobierno. Pero terminó despertando en el país una dictadura tan sangrienta como la chilena y otras de la región, aunque a diferencia de aquellas, destruyeron el campo económico. Nosotros ya planteábams entonces la necesidad de una actualización doctrinaria el ’71-’72. Yo hice mi trabajo de tesis sobre el pensamiento de Perón, un intento de sistematización. Fue a pesar de que estábamos bajo una dictadura, en la época más pesada, antes de que me intentaran raptar de la universidad.

– ¿Pensaban ya en el peronismo sin Perón? Porque ese día iba a llegar.

– El objetivo era pensar cómo sigue el peronismo. Primero intenté entender cómo era el pensamiento, y sobre todo la necesidad de actualizar y ordenar sus elementos básicos. Ese trabajo nunca fue un libro formal, pero empezó a copiarse y a circular por muchos lugares. Cuando Perón nombra a Julián Licastro como secretario político de la Presidencia —yo había trabajado con él en los Comandos Tecnológicos, donde la doctrina y la preparación para gobernar eran muy fuertes—, Perón pregunta por mí. Julián le dice: “Está en Mendoza, pero sigue muy activo”.

– ¿Lo llama el mismo Perón?

– Sí, en ese momento dijo: “Necesito gente que se dé cuenta de que ya estamos en una etapa más institucional. Esto de que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino no es renunciar a nuestra visión de las causas, pero es saber que ya las ideas de democracia y de justicia social tienen que marchar de la mano, no elementos de enfrentamiento. Necesitamos gente joven”. Estaba anunciando “Yo me voy, parto”.

– ¡Qué difícil para los peronista en ese entonces saber de qué lado estaban!

– Nosotros creamos con otros compañeros lo que se llamó Convocatoria Justicialista o Peronista. Ciertamente no teníamos tanta trayectoria, pero ahí planteamos la necesidad de renovar el pensamiento y las políticas. Con Roberto Lavagna, con Pablo Gerchunoff, con Antonio Cafiero.

– ¿Es la semilla de la histórica Renovación?

– Déjeme decirle antes, en los años setenta, sin perder mis convicciones, yo ya me había pasado de la Democracia Cristiana al peronismo. Y fui parte del gobierno de Perón en el Ministerio de Estado Social, de donde me fui por diferencias sobre todo con Montoneros y neo Montoneros.

– No estaba de acuerdo con la violencia.

– Muchos de esos muchachos de la Democracia Cristiana y algunos justicialistas empezaron a acercarse a Montoneros. Con mucho afecto, tuvimos mucha discusión en el sentido de que ése no era el camino, sobre todo con un gobierno ya democrático. Podíamos valorar su coraje, la decisión de renunciar a tanto, pero no era el camino. No solamente fue una discusión ética, sino una discusión política, ya que no era la vía, por lo menos para un país como la Argentina y para un movimiento de masas. La mayor virtud del justicialismo frente a la violencia fue la resistencia, la formación de cuadros y el trabajo doctrinario que, más allá de errores y dificultades, le permitió sobrevivir.

-Pero la renovación real llegó con la democracia.

-Sí, pero para mí, la renovación no era un problema de oportunidad surgido de una derrota, por el triunfo de Alfonsín. Veníamos trabajando desde antes. Inclusive, fuimos aliados, pero con una lista totalmente nueva, casi toda gente que no tenía mayor participación en el campo político. Formamos el sector Naranja, que era un equipo muy renovado, con pocas figuras conocidas. Fue necesario plantear el debate frente al sector mas tradicionalista de Mendoza, los verdes, los Rodríguez Flores. Sin agravios, sin hablar mal. Pero con perspectiva de cambio.

José Octavio Bordón
Bordón, sus libros, recuerdos y vivencias.

– Hizo falta una derrota como la del ’83 para que se dieran cuenta. Lo traigo de nuevo al presente: con el avance de Javier Milei, ¿no les haría falta una Renovación capítulo 2?

-En aquel momento, en Mendoza, los sectores tradicionales lo entendieron bastante. Y, por supuesto, la comprensión se profundizó después de la derrota, que fue para muchos una verdadera sorpresa. Y más se entendió con la derrota del ’85. Y ahora no tengo dudas de que esa renovación es necesaria, pero no solamente por un tema de cambio de nombres, porque muchas personas tendrán el derecho a seguir. Ni tampoco porque yo crea que el ciclo de Cristina Kirchner como política esté agotado.

-Complicado pensar en renovación con el kirchnerismo incluido, ¿no?

– Tengo diferencias con ella que le expresé personalmente a Néstor cuando decidí no seguir con Cristina, después de terminar mis cuatro años como embajador en Estados Unidos y por más que hubiéramos tenido una buena relación personal en el Senado. Me acompañó mucho en algunos temas institucionales. Pero ya había perdido la confianza conceptual y política. Cristina fue la primera presidenta en mucho tiempo que heredó una situación mejor que la que ella le entregó a Macri, que no fue la que Macri le entregó a Fernández, y mucho menos lo que Fernández entregó a Milei.

– Hay quienes se aventuran a decir que si no se renueva el peronismo puede diluirse.

– No lo creo. Al justicialismo lo sostuvo desde 1970 una síntesis de academia y militancia. Militancia no solamente política, sino social. He trabajado en los barrios más pobres y carenciados, con catorce o quince años, terminando mi secundaria. Después participé en actividades en la universidad. Incluso estuve ordenando una villa de emergencia para que pudiera pasar una ruta y la gente pudiera vivir con calles, con condiciones mucho mejores. Trabajaba con el cura, con mi mujer haciendo la encuesta y con otras estudiantes de la universidad. Eso está vigente.

– ¿Pero no cree que, al mismo tiempo, tanta vocación de poder, le hace perder los principios al peronismo?

– Siempre creí que no somos una ideología, sino que el justicialismo está basado en valores. En su momento, se basaba en la doctrina social de la Iglesia, lo cual es correcto, y de la cual yo me nutrí. Me gustó que el nuevo Papa se relacionara con las encíclicas de León XIII, que yo empecé a leer en el tercer año de la secundaria, y a tener una visión de lo social que después se convirtió en política. Hoy en realidad uso más el concepto de un humanismo trascendente.

– ¿Era amigo de Jorge Bergoglio?

– Si, y sigo siendo católico. He sido muy amigo de nuestro Papa Francisco. Pero creo que el concepto del humanismo trascendente abarca a todas las religiones, a los no creyentes y también a los agnósticos, que si bien no creen que haya un Dios, son gente de buena voluntad. Y a veces de mejor voluntad que algunos que somos creyentes. Porque el hecho de no creer que hay un más allá y el hecho de no creer en Dios es el tema más dramático del pensamiento del hombre. Nosotros ni empezamos con nuestra vida ni terminamos con ella. Por lo tanto, debemos reconocer nuestras raíces para haber podido volar y ayudar a que nuestra sociedad y nuestros hijos tengan buenas raíces para que puedan volar. No raíces para quedarse en la tierra, sino para que puedan volar y hacer su propio destino. Son valores muy importantes.

– Socialmente justos, económicamente libres, políticamente soberanos…

– Son valores: la libertad, la justicia social, la solidaridad, y una cantidad de elementos que estaban en el concepto de la Comunidad Organizada. Obviamente, con el tiempo cambian. La actualización doctrinaria quiere decir que, en el diálogo, en la dialéctica entre los valores y la realidad, se van actualizando las formas de acción en lo institucional, lo político, lo económico, lo social y lo cultural. Y todo va cambiando. No es lo mismo la tecnología de hoy que de antes. Uno no debe eternizarse en una ideología cerrada y ortodoxa. Y eso no es un relativismo de valores, sino una actitud pluralista. Es entender que hay gente con perspectivas distintas y con quienes tenemos que convivir en la familia, en el barrio, en la vida y en la política. Eso es la renovación para mí.

– Eso es lo bueno, pero la corrupción -por ejemplo- es un aspecto que sigue relacionándose con el peronismo.

– Es que también hay que actualizar las formas de la política. En el mundo en que estamos, aunque esté en cuestionamiento y habrá que actualizarlo, sigo pensando que el sistema democrático republicano y, además, para nuestro país y por sus características, federal con un sistema representativo, cuya representatividad mejore la participación, y la participación mejore la representatividad. No son temas contrapuestos. Y finalmente, no se necesita ser santos, pero la transparencia, sobre todo en los movimientos populares que supuestamente vienen a representar al pueblo, para mí es un tema fundamental.

– ¿Es una deuda pendiente del justicialismo?

-La transparencia y la lucha contra la corrupción no se resuelve con un candidato que diga “Voy a terminar con la corrupción, los voy a meter a todos presos”. Ahí me empiezo a preocupar, porque en un sistema democrático, pluralista y de alternancia, el encargado de meter a los corruptos no es ni el gobernador ni el presidente. Lo que debe hacer un gobernador o un presidente, por un lado, es tener sistemas más transparentes en el gasto. Por ejemplo, yo impulsé muchísimo el presupuesto por resultados, con mejor capacidad para controlar cómo entra y cómo sale el dinero. Algo similar hice en el financiamiento de la política en mi campaña a presidente, para que más gente pueda controlarte.

-Los que deben poner presos a los corruptos son los jueces. Aunque la política mete sus narices.

-Sí, claro. Se trata de generar métodos que fortalezcan la independencia de la justicia y respeten el diálogo con ella, porque somos parte de un mismo país, pero somos distintas instancias del poder democrático. Lo mismo ocurre con el poder legislativo, con el gobierno nacional y las provincias, y de las provincias con los municipios y los municipios con su comunidad. pero la renovación no es una frase, no es una palabra, es un concepto muy profundo. Por eso, el primer decreto que firmé como gobernador fue anular todos mis derechos absolutos de proponer los miembros de la justicia. Creamos, al principio como comisión, un Consejo de la Magistratura para que hubiera más participación a la hora de seleccionar el personal, y buscamos un diálogo que, por suerte, funcionó muy bien con la oposición y el radicalismo.

Bordón, cargos públicos.

– Milei dice que él no condenó a Cristina, sino la Justicia.

– Pero la renovación, según la visión justicialista de hacer política, es prepararse para gobernar. Uno no puede improvisar dos o tres meses antes. No se soluciona solo buscando ministros y subsecretarios, sino que hay que prepararse viendo cuál es la realidad, cuáles son las virtudes que le van a dejar a uno si gana, cuáles son los defectos, y que la campaña sea fundamentalmente ese debate y esa presencia territorial, no basada en las dádivas que al poco tiempo de empezar la campaña de gobernador decidimos abandonar. Eso fue el origen un poco también del llamado “libro verde” en su momento en Mendoza.

-Se entiende, pero es la política en general la que tiene que renovarse, no sólo el justicialismo.

-Sí, hay que recuperar también la política como la mejor manera en democracia a la hora de gobernar y también de ser oposición. Fíjate que cuando yo gané la elección para la presidencia del partido, que fue la primera que gané, lancé mi candidatura a gobernador al día siguiente de que perdimos la elección de medio término. Dije: “Con esto ya aclaro que, aunque soy diputado por dos años más, voy a ser candidato a presidente del partido y candidato a gobernador para ayudar a renovar el justicialismo, pero bajo ningún punto de vista voy a ocupar ninguna otra candidatura”.

-Basta de candidaturas testimoniales ni estrategias engañosas…

-Me acuerdo que terminé de jurar en la Legislatura y mi discurso comenzó con la misma frase que estaba en la primera página del “libro verde”: “No vengo a fundar Mendoza. Vengo a continuarla y a mejorarla“. Basta de fundacionismo que tantas frustraciones nos ha traído, porque así nunca hay políticas de mediano o largo plazo. Entonces, lo que hice, mientras venía para que mi amigo el doctor Felipe Llaver me entregara la banda de gobernador, fue parar en el local del partido que quedaba justo de camino. Bajé, nadie sabía que bajaba. Los periodistas pensaron: “¿Va a dar un discurso acá también?”. Llegué y firmé mi renuncia como presidente del partido. Si uno fue electo presidente del partido sin reelección y gana la elección, es lícito. El día que asume como gobernador, no es más el presidente del partido. Si uno es gobernador y se vota una reforma constitucional para reelegirlo, uno debe ser esclavo de la regla de juego con la que fue elegido. ¿Para qué? Para evitar el caudillismo que poco tiene que ver con el liderazgo democrático y con la conducción política. Caudillismo, en los tiempos modernos, es la negación de lo que es la conducción y el liderazgo moderno, democrático, republicano y federal.

-Usted fue gobernador con gobierno nacionales de distinto y del mismo signo político. Es pertinente preguntarlo porque los gobernadores siempre fueron manejados por criterios de premios y castigos.

-Nuestra consigna general fue “Arriba Mendoza”. Consignas para la sociedad; primero, para que la sociedad y los militantes justicialistas supieran de qué se trataba, y para que los que me fueran a votar supieran que lo importante era Mendoza. “Primero la patria”, para nosotros es Mendoza. “Después el movimiento”, para nosotros sería el partido. Y “por último los hombres”, porque no se trata de los seres humanos, sino a veces de los intereses personales de los dirigentes. Esas frases también hay que expresarlas de nuevo. Y fuimos muy federales. Por ejemplo, hablamos de que somos el Justicialismo de los mendocinos. Renunciar a tener un proyecto nacional como partido no, bajo ningún punto de vista. Sino que, si uno es gobernador, la prioridad es entender, trabajar y buscar las soluciones de la provincia; después negociar, como lo hicimos con Alfonsín, como después lo hicimos con Menem. La primera lealtad de un gobernador es con su provincia.

-Usted ubicaba estratégicamente los cuadros en su despacho cuando era gobernador.

-En mi oficina tenia la foto de Perón y Evita —pero no de la política, una foto donde están sentados en el Parque San Martín, creo que en una Fiesta de la Vendimia, como dos seres normales mirándose casi confidencialmente como diciendo: “Por fin un ratito tranquilos, acá estamos los dos solos, aunque haya gente charlando”—. Puse la foto de Emilio Civit. Puse la foto del Gaucho Lencinas, y puse la foto poco recordada del coronel Manuel Olascoaga, quien se hizo cargo de la situación para el terremto de 1861. . .

Bordón asume como gobernador. / Prensa Mendoza.

-Es coherente: en una democracia real debería haber lugar para todos.

-Ese es el otro tema de la renovación: el diálogo. Se puede dialogar con todos. A veces es difícil, pero hay que tratar de dialogar con todos y después dialogar con la mayoría. Y si uno no puede dialogar con nadie, entonces uno está equivocado. Porque lo mejor es enemigo de lo bueno.

-¿Se refiere a las cerrazones de Cristina, en su momento, y de Milei ahora?

– Mire, la renovación es una palabra para seguir haciendo lo mismo, cambiando solo las figuritas. El justicialismo no puede adaptarse a modas para cometer viejos errores; el peor es no adaptarse a la nueva realidad. Tiene que renovarse en serio para sobrevivir con espíritu, sin disfrazarse, porque sigue siendo la oposición más fuerte. Aunque eso no es una virtud, si quiere perdurar debe ser capaz de una verdadera renovación. Yo me digo justicialista, no peronista, porque creo que Perón quería que el justicialismo sobreviviera. Pero si las ideas y la doctrina no se actualiza con los valores y las conductas que se propusieron en sus orígenes, no funcionará. Nadie puede moverse simplemente por sus intereses personales o por los intereses chiquitos de una coyuntura. Hay que trabajar con el resto del país.  para, no va a funcionar. Así como el sindicalismo no es el dueño de un país democrático, tampoco lo son los empresarios, ni los intelectuales.

-¿Qué parecidos y diferencias tiene esta época con los años noventa de Menem?

-Yo le veo bastantes parecidos y diferencias. Creo que el liberalismo tiene una cantidad de cosas de las cuales el justicialismo, no renuncia ni desdeña, y otras a las que le pone ciertos límites y actualización. También hubo formas de liberalismo, sobre todo en Europa y en Estados Unidos, que se actualizaron muchísimo para no caer en los errores del capitalismo salvaje del siglo XIX. Fue entonces que se levantó la Iglesia, se levantaron muchos líderes y muchos movimientos. Obviamente no comparto ni la dictadura del proletariado ni el anarcocapitalismo. Estoy en contra del privatismo porque niega el rol del Estado, y estoy en contra del estatismo porque niega el rol del conjunto de la sociedad y también el rol de los privados. O sea, ambos niegan al conjunto de la sociedad.

-Algunos dirigentes salomónicos dicen: “tanto Estado como se necesite, todo el mercado posible”.

-Bueno, yo puedo compartir y acompañar un movimiento liberal que se pare en el centro de la sociedad con visiones un poco más conservadoras y con un poco más de mercado, que a veces son correcciones que en política son buenas. Cuando hay demasiado Estado, es bueno corregir con un poco más de privado, porque el Estado tiene el tamaño necesario para garantizar que las instituciones funcionen, para que la sociedad viva con la mayor libertad posible. Pero no la libertad de negarle, en función de mi poder circunstancial —ni desde el Estado, ni de la Fuerza Armada, ni de un sector concentrado económico—, la libertad al resto de la sociedad.

-En resumen, esas son diferencias con Milei.

-Es que no comparto esa filosofía que el presidente ha expresado públicamente. Tampoco estoy apostando a que pierda, sino a que corrija errores, aproveche algunas cosas que ha conseguido, y que entienda que necesita un diálogo para que algunas cosas sean sustentables. Así como no estoy de acuerdo con el populismo de izquierda, tampoco comparto el populismo de derecha. Me gusta la república democrática y la democracia republicana. Porque hay algunos que se llaman republicanos y le niegan el derecho al voto popular y a la participación, y hay otros que se llaman democráticos y renuncian a la república, concentrándose de alguna manera en el señor que alguna vez fue elegido para que rompa las reglas de juego de la sociedad sin mecanismos constitucionales.

– ¿Milei y Menem son lo mismo?

– Milei y Menem se parecen en un intento de hacer algunos cambios rápidos y en que ambos han tenido un respaldo popular importante al ser elegidos. Pero tampoco se pueden comparar, primero porque era otro mundo. El mundo, después de la caída del Muro de Berlín, venía creciendo frente al marxismo, frente a formas excesivas del estatismo, hacia formas más participativas, más descentralizadoras del poder, no de la desaparición del poder. Primero, a Menem le inventaron una interna muy movilizadora: “Muchachos, tengan cuidado, porque Carlos no camina unidades básicas, camina fiestas populares desde hace veinte años”.  Menem venía con un partido muy fortalecido.

-El camino inverso a Milei, que crea sus estructuras territoriales después de ser presidente.

– No es comparable. No tienen nada que ver el origen de uno y otro. Porque además Menem utilizó también gente de la renovación. A mí me ofreció tres cargos. Quería gobernar junto a quienes éramos más independientes y a las personas que él valorizaba del equipo de Cafiero. Su estilo fue muy impactante, porque más que hacer una actualización doctrinaria, hizo un cambio muy abrupto para salir de la crisis. Así que no es lo mismo. Tenía buen diálogo con el sindicalismo y con las otras fuerzas políticas.

-Hay un parecido en el alineamiento con Estados Unidos.

-Si bien pareció que Menem jugaba todo con Estados Unidos, tuvo un gran cuidado. Yo era el secretario de la Comisión Internacional y me ofreció dos veces la cancillería, y otros cargos más importantes en otros momentos, porque teníamos muy buena relación con Carlos, aunque éramos de estilos diferentes. Pero, igual que después lo hizo Macri, priorizó la relación con sus principales vecinos, y en particular la importancia que tenían, lo que había empezado Alfonsín y el viejo pensamiento de Perón con Brasil y con Chile, que fue un cambio total de la geopolítica del Cono Sur. También lo hizo con Uruguay y con todos los otros vecinos. Esto es un cambio también importante de Menem. Él no rompió con Europa, no rompió con Rusia, no rompió con China.

-¿Le parece mal entonces que Milei haga depender todo nuestro futuro de EEUU?

-Milei está alineado con (Donald) Trump y el primer ministro de Jerusalén, pero hay poco esfuerzo por mejorar las relaciones con Chile y Brasil, que son gobiernos democráticos respetuosos del sistema republicano. Ni Lula ni Boric han intentado romper ese sistema. En Chile, desde 1990, siempre ha habido diálogo, incluso con gobiernos de centro derecha como los de Piñera. Tampoco eso ocurrió nunca en Uruguay. Y así tienen que ser las democracias. A algunas les va mejor, a otras les va peor, pero ninguna ha tenido el retroceso que hemos tenido nosotros. Esta es la primera gran diferencia: no hay buenas relaciones con los vecinos.

-¿Cree que Milei está cambiando? ¿No lo ve más dialoguista después de golpazo de setiembre en la provincia de Buenos Aires?

-No quiero decir que sean incapaces, quiero decir que todos vienen del mismo lugar y todos tienen una formación parecida. Gente con esa formación, o de pertenencia a alguna de las empresas de donde casi todos vienen. Son útiles. Pero, obviamente, yo hubiera tenido a Roberto Lavagna y hubiera pensado en liberales más heterodoxos y algunos justicialistas un poco más ortodoxos que los tradicionales. Sobre todo, hubiera abierto el juego a distintas posiciones, sobre todo si soy minoría. No era como Menem en el ’89. Son diferencias.

-Después del triunfo de octubre parece que algo cambió en ese sentido.

-Yo los alerto, como les decía a los peronistas con Menem: como decía Napoleón: “El momento más peligroso es el de la victoria“. Si uno no sabe interpretar que vino un cambio para dejar a otro o para uno cambiar. En el caso de Menem fue después de cinco años y la posibilidad de seis años más. Y toda esa mayoría no tiene nada que ver con este Milei. No tiene nada que ver, y no lo digo por hablar mal de Milei, no tiene nada que ver con esto.

-Con que mejoren algunos indicadores de la economía por sí solo no alcanza.

-No, la gente le está diciendo: “Señor, entienda que tiene que mejorar su manera de hacer política”. Yo sé que hay gente con la que no se va a poner de acuerdo porque lo único que quiere es que usted se caiga. Pero la mayoría de la gente y muchas de las instituciones empresarias y sindicales no quieren que el país se caiga, porque hoy no hay alternativas preparadas. En dos años podrán haberlas. Sería bueno, ganen o pierdan. Hoy no están preparadas para asumir mañana el gobierno. Una catástrofe nos hundiría más. Pero para no tener una catástrofe hay que entender el desafío que hay, político y también de la macroeconomía.

-¿Coincide con quienes dicen que este gobierno se olvida de los más débiles y vulnerables?

-Es que el país necesita al mismo tiempo una economía que permita conservar su soberanía, con una inflación baja, con estabilidad, con previsión y equilibrio fiscal, sin seguir ajustando a sectores a los que ya ajustaron, que ese es el resultado. Las provincias y los jubilados son las dos principales causas del ajuste. Lo cual no quiere decir que todas las provincias hayan sido afectadas; las que tienen más responsabilidad fiscal, entre ellas Mendoza, son las que más sufren. Las que tienen menos por ahí se la rebuscan mejor porque tienen otros mecanismos para salir.

-El riesgo es el “clientelismo” con la pobreza. A usted le pasó algo parecido cuando perdió con Menem.

-Pero yo entendí el voto del ’95, cuando a la gente le dijeron: “Mire, que si gana Bordón, ¿cómo va a pagar usted su heladera, cómo va a pagar la máquina que se compró?”. Y mucha gente dijo: “Me gustan más los de la Alianza, los del país, pero la verdad, estos muchachos jóvenes, nuevos, qué sé yo, yo tengo que pagar la máquina, tengo que pagar la heladera”.

-El justicialismo y algunas tendencias liberales como las de Alsogaray han tenido idas y vueltas en la  historia argentina.

-No quiero que fracase el gobierno pero tampoco que se impongan las ideas anarcoliberales, anarcocapitalistas. Creo que eso es malo para el país. Pero sí me gustaría que si llegó con esta idea y pensamiento personal, algunas cosas ha demostrado ser más flexible y más realista. Esto es como el ajedrez. Primero juegan las blancas. Y a partir de ahí juegan los dos. Por eso, es más difícil ganar con las negras, es más fácil hacer tablas. Entonces, ¿quién juega con las blancas y tiene más poder que el resto? Milei y su coalición, que es débil, pues es el 40%. Y no va a tener mayorías en ningún lugar solo. Es el liderazgo más poderoso en la Argentina. Después hay otro poderoso que es, por ahora, la primera minoría de una fuerza minoritaria, que es el kirchnerismo. Pero tiene que llamar a la oposición y a la sociedad civil, a quienes se les hace más sencillo sentarse a dialogar y conceder. Si juega diciendo: “Sumate, y si no sos mío, no existís”, es muy difícil el diálogo.

-La intolerancia de Milei con los que piensan distinto, ¿es una cuestión de formas o de contenidos?

-Las fomas también dicen. Son parte del contenido de una democracia. . En una dictadura por ahí la violencia, sea verbal o física, funciona. Creo que no por mucho tiempo, ¿no? Decía alguien que no se puede gobernar sentado en bayonetas. Pero en democracia no. También depende de que la oposición, si se abre el juego con transparencia y buena voluntad, juegue a no a ganarle al otro, no a destruirlo. Por eso, el encuentro de Boca y River entre los dos capitanes, que lo escuché por la radio, es bueno. Se juntan y dicen: “Somos rivales, no somos enemigos”. Esto es clave que se lo transmitan a la hinchada.

-Con la reforma laboral, parece que la inmensa mayoría política está de acuerdo, no sé los trabajadores…

-¿Necesitamos una reforma laboral? Sí. ¿Tenemos que volver al siglo XIX? No. ¿Tenemos que seguir en mil novecientos treinta, en mil novecientos cuarenta y cinco o en mil novecientos ochenta? No. ¿Tenemos que cambiar? Sí. ¿Para volver para atrás? No. Y para eso el diálogo es importante. Porque en el diálogo hay gente que está más inclinada a una cosa, algunos están más inclinados al siglo XIX, otros están más inclinados a quedarse en otro pasado. Y lo que necesitamos es que se pongan de acuerdo para pensar desde el presente y el futuro.

-Lo traigo a Mendoza. Aunque ahora llegó la sobra de Luis Petri, ¿le parece sano que (Alfredo) Cornejo maneje tantos resortes del poder provincial (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, organismos de control, universidades)? ¿Es democrático eso?

-Tenemos una buena relación con Cornejo, pero ciertamente hay una mayor concentración de poder en los planos institucionales y en los organismos de control. Esto se puede leer como que “bueno, si llevamos tres mandatos ganando, ganando bien y con mucha división y deterioro de la oposición, esto no es producto de que queramos quedarnos con todo, sino que nos vamos quedando con todo”. No es que queramos ser los dueños de la provincia, pero la verdad es que nos quedamos con muchas cosas de la provincia. Así como ser muy débiles es un problema, que es lo que vive hoy Milei, es muy malo también tener el poder absoluto.

-Se supone que la República tiene remedios para eso.

-El propio gobierno de Cornejo debe pensar cómo modera su control en beneficio propio. Ha habido  intentos de diálogo. No se ha avanzado lo suficiente. Pero esto no es poco en un país tan polarizado. Voy a ir más lejos. Cuando algunos me dicen “esto es como Formosa”, yo les respondo: “Por favor, no nos falten el respeto a los mendocinos”. Ni siquiera lo quiero defender a Cornejo, pero hay ciertos excesos que Mendoza no se permitirían.

-Igual, por lo bajo, muchos radicales lo critican por eso a Corneo.

-Hay que moderarlo, creo que sí. Hay que ver si alguno de los que hacen las tareas de control lo hacen de manera transparente, pero no digamos que este gobierno se ha vuelto autoritario. Una cosa es decir: “No es bueno tener tanto poder”. Otra cosa es decir que todos los señores que están de alguna manera votados y puestos y muy cercanos al actual gobierno y en algunos casos al actual gobernador, están actuando fuera de la Constitución y las leyes o están facilitando hechos de corrupción. Comentarios se escuchan, como se escuchan de cualquier gobierno. Como he sido gobierno y sé las cosas que tuve que cambiar y las cosas que no tenía que cambiar, yo no sigo habladurías.

José Octavio Bordón y Matías Stevanatto.
Arturo Lafalla, Matías Stevanato y José Octavio Bordón, en 2023. / Diario Mendoza Today

-El periodismo ha sido pilar de la democracia, sobre todo en el siglo XX. ¿Es usted de los políticos que menosprecia al periodismo por la irrupción de las redes sociales, las grandes plataformas y la inteligencia artificial?

-Hay una nota excepcional que de Jorge Fernández Díaz. Hay que leerla, es una enseñanza para el periodismo porque no está siendo corporativo. Está hablando de lo que debe ser el buen periodismo. Es una nota que yo le pido a todos los políticos, a los empresarios y a los periodistas que la lean. Sirve para enseñar a los políticos cómo tienen que comportarse. Y no quiere decir que sean perfectos. No quiere decir que no haya temas discutibles.

-Fernández Díaz se animó a jugar con las blancas…

-Las blancas juegan para que las negras después jueguen bien. Yo ahora soy parte de las negras ahora, porque soy un opinólogo, tengo algunos proyectos de carácter internacional, académicos de integración, y tengo mis bienes acá. Digo: “Si las blancas te juegan clarito, no les firmes un cheque en blanco, pero jugá bien como juega él”.  Yo diría que este periodista, te guste o no lo que dijo, ha jugado con las blancas para abrir el juego, no para cerrar.

-¿Hay futuro entonces, después de la IA?

-El periodismo como propuesta, va a seguir teniendo futuro. Todas las innovaciones se reformulan. Soy de los que nació sin haber visto televisión. De muy chico iba con mi papá a ver las peleas que transmitían a un café cerca de casa o a la casa de Doña María, que no tenía hijos y nos tenía a nosotros como sobrinos. Entonces, íbamos a ver el Llanero Solitario. En esos primeros momentos, pensaron que iba a desaparecer la radio. Hoy el potencial de la radio es impresionante. Después, sí, ha perdido peso el cine, pero el cine como arte no ha desaparecido, aunque estén las plataformas. Por eso es muy importante que el periodismo y los medios periodísticos no se confundan ni caigan en el error de las redes, porque rápidamente han tendido a uniformarse y a dividirse. Incluyen sólo a los están de acuerdo o los que se odian. Puede haber más diversidad, pero también menos influencia. Los medios que tengan más diversidad y pluralismo tendrán más futuro.

-Sin embargo, las RR.SS son parte de la vida cotidiana de la gente. Imposible imaginarse lo cotrario.

-Pero las redes no pueden ser la manera de saltear la justicia. No pueden ser la manera de saltear la representatividad. Y como se deteriora la representatividad, mucha gente va a votar en función de alguien que no tiene nada que ver, que no se prepara. ¿Es la culpa de la red? No. ¿Es la culpa del que gana la elección? Yo digo, las debilidades que tiene Milei en el fondo no son la culpa de Milei. Porque lo eligieron. Sino la culpa es de que no tuvimos ni la política, ni el periodismo, ni el debate social, ni la reflexión empresaria, en la reflexión social, en la reflexión sindical suficiente como para exigir otra manera de partidos políticos que garantizaran estos principios.

-¿Algún consejo final?

-Yo escribí cuando era gobernador la necesidad de enfocarse en “las tres D”: desestatización —no destrucción del Estado, que no es lo mismo—, descentralización y desburocratización. Y después las premisas ascendentes: la participación y consenso. O sea, también un proceso de abajo hacia arriba que mejorara la representación y mejorara la participación y le otorga mayor riqueza al funcionamiento del Ejecutivo.

Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.

Fuente Mendoza Today

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