El miércoles al mediodía la mesa estaba servida en el Parque de Lomas de Zamora para que almuercen más de 50 comensales. Lo había organizado el jefe local, Martín Insaurralde, como corolario de un acto del plan de infraestructura penitenciaria en el que participó Alberto Fernández. La idea era cerrar el año entre dirigentes territoriales y referentes nacionales. Los invitados estrella eran Máximo Kirchner, Eduardo “Wado” de Pedro y Axel Kicillof. Pero a los party planners les fallaron los cálculos y una parte de los invitados previstos. Un grupo de intendentes bonaerenses le habían buscado vaciar el encuentro. Había comenzado la nueva temporada de La madre de todas las batallas.
Anoticiado de las ausencias, el jefe de los diputados oficialistas reaccionó por primera vez en público e identificó a los díscolos: Juan Zabaleta, Fernando Gray y Gustavo Menéndez.
La disputa formal es por la conducción del PJ bonaerense, que hoy se alternan Menéndez y Gray, cuyos mandatos vencen a fin del próximo año. Máximo había blanqueado su pretensión de asumir ese rol anticipadamente. Según las actuales autoridades partidarias, apuntaba a forzar la renuncia de 49 miembros del Consejo partidario y de 1000 congresales; según el camporismo, solo respondió a un pedido de la mayoría de la dirigencia bonaerense y buscaba un recambio ordenado. Hay una razón objetiva detrás del interés de Máximo: la conducción del partido permite controlar la junta electoral e incidir en la estructura de los concejos municipales. Es decir, le permitiría transformar el poder territorial en poder partidario, una brecha que se creó a partir de 2017 -cuando el kirchnerismo participó como Unidad Ciudadana y el sello le quedó a la lista liderada por Florencio Randazzo– y de la elección posterior en la que el camporismo decidió no participar. Hoy va por la recuperación de ese espacio cedido.
Los intendentes habían tenido un primer anticipo hace un mes, cuando Wado, el operador más sofisticado que tiene La Cámpora, los había llamado para anticiparles la jugada. Pero el movimiento se frenó especialmente ante la negativa de Gray (el más combativo) y algunos gestos de Menéndez (el más oscilante). “No es un capricho de Máximo, la mayoría de los dirigentes le había pedido que asuma en el PJ. No es su estilo sacar a la gente a las patadas ni generar divisiones; no va a avanzar hasta que haya consenso”, aseguran entre quienes trabajan con él. Pero la tensión quedó planteada. Por eso en los últimos dos actos en La Plata, el del viernes pasado donde Cristina expuso su plan de gobierno, y el del último martes que organizó Kicillof con Jorge Ferraresi, la ausencia de algunos intendentes del conurbano llamó la atención. Por ahora todo quedó en stand-by a la espera de gestiones para limar asperezas.
Más allá de las disputas por los cargos, emerge un objetivo conceptual de profundas implicancias detrás del movimiento que impulsa Máximo Kirchner. Anida la intención de acelerar una renovación orgánica e ideológica del Partido Justicialista desde adentro, a partir de la conducción del PJ. “Si es un síntoma de apertura, bienvenidos, porque siempre se caracterizaron por ser sectarios. Pero si quieren conducir todo a los empujones, no es una buena señal”, señala un intendente que los sufrió y que ahora busca acordar con ellos. La estrategia difiere de la utilización táctica que promovió Cristina Kirchner, que fue siempre refractaria a las tradiciones peronistas, pero que no dudó en aliarse son sus caciques para triunfar en las urnas.
Máximo promueve una gradual camporización de las estructuras como un estadio renovado del movimiento, que remueva a dirigentes, intendentes e incluso gobernadores conservadores (“que no atienden las necesidades de la gente”, según su definición), y los releve por jóvenes más comprometidos ideológicamente, dispuestos a dar las peleas contra los poderes fácticos. De allí su interés en sostener las PASO y en evitar que la Justicia bonaerense habilite una nueva reelección de los intendentes.
En la conducción de La Cámpora aseguran que la agrupación “siempre fue peronista transversal”, pero desde afuera es percibida como una amenaza. La provincia de Buenos Aires es el laboratorio de la fase 1 de este experimento, que tendría como corolario una posible candidatura a gobernador del diputado en 2023. En este escenario, Kicillof saldría de su cargo por la puerta de arriba. La reivindicación de Cristina de hace diez días pareció una señal.
La Cámpora es la organización política que más creció en los últimos años, especialmente en el conurbano bonaerense. Pero fundamentalmente, es la que exhibe el proyecto político más claro y el liderazgo más definido dentro del vasto imperio peronista. Tiene una lógica de construcción territorial muy aceitada y un basamento ideológico cohesionado. Ha pasado de la etapa de la militancia para sostener a la Cristina sufriente en su viudez a una expansión capilar en la mayoría de los distritos del país.
Ahora el desafío mayor reside en generar cuadros que puedan liderar los poderes ejecutivos y ser la cara visible de la gestión. Les cuesta mucho la cosecha de votos en distritos más ajenos a sus mensajes cargados de consignas. Por eso ahora buscan atenuar sus modales y ser más pragmáticos. “Aprendieron a no estar todo el tiempo exponiendo sus luchas ideológicas. Siguen pensando lo mismo, pero se esfuerzan por mostrar una imagen más amigable”, retrata un opositor que los conoce de cerca.
La cofradía de los peronistas
Enfrente hay una desordenada cofradía de peronistas que se sienten desafiados, pero que carecen de organización y objetivos. Los gobernadores, que habían apostado por el liderazgo del Presidente, todavía escupen su bronca por la facilidad con que el propio Máximo les congeló el proyecto para suspender las PASO. Se replegaron en sus provincias con la convicción de que la oleada camporista les tardará en llegar. El interior siempre fue más refractario al progresismo ideológico. El gabinete se ha transformado en un club de autoayuda ante los embates de Cristina. Alberto los cobija y los alienta. Aun los que aseguran que el Presidente siempre está tranquilo esta vez admitieron su furia después del discurso que Cristina le enrostró en La Plata. Por eso su contramensaje de Tierra del Fuego, donde reivindicó y agradeció a sus ministros.
Como los intendentes bonaerenses, los integrantes del gabinete se dedican a resistir. Pero adentro se quebraron muchas cosas. Martín Guzmán admitió puertas adentro su profundo desconcierto después de que Cristina Kirchner le vetara su plan de actualización tarifaria para los servicios públicos. El problema no es solo la desautorización del principal negociador con el FMI, sino que el ministro de Economía siente que se quedó sin partitura para encarar el 2021. La reforma jubilatoria fue flexibilizada contra su voluntad, la eliminación de los planes de ayuda por la pandemia entró en duda y la baja de subsidios quedó reducida a un cuarto de lo previsto. Todo lo que le presentó Guzmán a los emisarios del Fondo hace un mes no existe más.
No tiene demasiado para envidiarle Felipe Solá, el único que se animó a responderle en público a Cristina. En el entorno del Presidente admiten que es muy difícil sostener su situación mucho tiempo más. Su enojo por el episodio Biden es palpable y afecta la fluidez de la gestión. Una persona que compartió esta semana una de las reuniones oficiales que tuvo el canciller se sorprendió por el modo en el que intentó eludir definiciones de política exterior. “Parecía que no quería comprometerse con sus palabras más allá de los protocolar”, confesó. A Marcela Losardo no le fue mejor. Quedó sacudida por una denuncia incomprobable en un medio kirchnerista, que tuvo que salir a refutar en público. El fuego amigo ya no solo contiene ráfagas verbales.
En este contexto de confusión y desconcierto, el Gobierno encara la etapa más sensible de su segundo año de gestión, con la apuesta al plan de vacunación, un megaoperativo que terminará de definir su legado frente a la pandemia. La épica que rodeó al vuelo de Aerolíneas Argentinas que trajo las 300.000 dosis de Rusia anticipa lo que está en juego. La evaluación es simple: si para mediados del año próximo el virus está parcialmente controlado, y la economía no se desbarrancó, hay esperanza electoral.
El proyecto larretista
Así como la provincia de Buenos Aires es el territorio de consolidación para el plan político de La Cámpora, también es el espacio de definición crucial para el otro gran proyecto que apunta a 2023: el larretismo. En los últimos diez días el jefe de Gobierno porteño se reunió con María Eugenia Vidal y un grupo de intendentes a almorzar en Lanús, y después regresó al mismo distrito para acompañar al intendente Néstor Grindetti en un acto. Rodríguez Larreta pisa la tierra santa bonaerense cada vez con más frecuencia a partir de una convicción básica: no hay futuro sin un resultado digno en la madre de todas las batallas.
También influyó el desorden que Juntos por el Cambio evidencia allí. Un grupo de operadores históricos del espacio (curiosamente ninguno de Pro), compartió su alarma en una cena reciente en la cual evaluaron que había que desarrollar una estrategia integrada en la provincia y no dejarla a merced de emprendimientos particulares. Es decir, que exista una articulación consensuada entre las distintas ramas internas, y coordinada con una visión nacional.
La figura clave allí es Vidal. Cuando le preguntaron hace unos días qué pensaba hacer ella respondió: “Hay un 33% de posibilidades de que vaya en la provincia, un 33% de que vaya a Capital, y un 33% de que no me presente a nada. Hay que evaluar la situación económica, que es la que define las elecciones. Y para eso hay que esperar a marzo”. La exgobernadora le transmitió a Larreta que no tiene demasiada vocación de volver a competir en la provincia. Parte de un planteo básico: cree que una nueva derrota electoral terminaría con su carrera.
En su fuero interno pesa la percepción de que el año pasado pagó un costo excesivo por ser funcional a una estrategia general del espacio (sin desdoblamiento electoral y sin acuerdo con Sergio Massa) y que esta vez quiere autoprotegerse más. “No tengo en claro qué quiere hacer, pero debe definirse después de las fiestas. No nos explica mucho”, expresa ansioso un intendente del espacio. “Que lideren la boleta los otros postulantes a gobernador“, torean desde el entorno de Vidal, a sabiendas de que hay más anotados para 2023 que para 2021. Uno de los macristas que mejor maneja los números en la provincia, es muy frontal al plantear: “Es poco probable que ganemos si ellos se mantienen unidos. Tampoco estamos obligados a ganar. Nosotros sacamos 39 puntos en 2015, 41 en 2017 y 38 en 2019. Vamos a andar por ahí. Si perdemos 46 a 41 está muy bien. Lo importante es recortar los 14 puntos que nos sacaron el año pasado”.
En este vacío desembarcó Lilita Carrió anunciando su regreso al ruedo, esta vez por la provincia. “Está acordado con María Eugenia. Había que ocupar el espacio porque lo estaba copando todo el kirchnerismo”, transmitió la líder la Coalición Cívica. Vidal la saludó afectuosa por su cumpleaños dejando en claro que estaban en sintonía. La jugada sorprendió a algunos referentes del espacio, pero no generó resistencias. En cualquier caso sirvió para recordar que todos los movimientos en la provincia van a tener una correlación en la Ciudad, donde observan expectantes figuras como Martín Lousteau o Patricia Bullrich.
Pero más allá de las candidaturas, un ejercicio para el que falta demasiado, lo importante es lo que representa la provincia de Buenos Aires para la articulación de Rodríguez Larreta. Es la primera vez que asume el protagonismo de un armado fuera de la Capital. Es una prueba importante para su liderazgo, pero sobre todo para su planteo conceptual. ¿Cómo se traduce a la realidad su aspiración de promover una construcción política amplia? ¿Cómo acordará con Mauricio Macri? ¿Qué va a decir respecto de la gestión nacional de Cambiemos, reivindicación o distanciamiento social? ¿Y de la de Vidal? ¿Cuáles son las ideas centrales que permitirían identificar al larretismo como una instancia innovadora del macrismo?
El día de la elección todos van a mirar dos datos en los resultados: si el oficialismo alcanzó la mayoría en la Cámara de Diputados y quién ganó en la provincia de Buenos Aires. Por detrás de esos dos indicadores clave para el 2021, también quedarán elementos cruciales para las perspectivas de 2023. No porque los comicios de medio término anticipen las presidenciales (de hecho en 2009, 2013 y 2017 fue al revés), sino porque exhibirá la densidad y el potencial de los dos principales proyectos políticos que están en desarrollo. El de Máximo y el camporismo, y el de Rodríguez Larreta y el neocentrismo.