Por Alejandro Ríos
MIAMI, Estados Unidos.- En la Editorial Gente Nueva, del Instituto Cubano del Libro, las obras clásicas de la literatura para niños y jóvenes eran minuciosamente expurgadas de sus referencias a dios.
El 18 de septiembre del año 1961, 136 sacerdotes fueron montados en el buque Covadonga y expulsados de la isla con destino a España.
Seis días antes, cerca de 4 000 jóvenes católicos se manifestaron y fueron reprimidos en las calles bajo el lema de “Cuba sí, Rusia no”.
El Cardenal Manuel Arteaga consintió el golpe militar de Batista en 1952. Luego trató de lidiar con los barbudos de la Sierra Maestra, pero la estrategia no le funcionó. Lo ningunearon hasta el fin de sus días, cuando murió a los 83 años en completa soledad.
En Cuba, no pocas familias cambiaron el cuadro del Sagrado Corazón que solía engalanar sus hogares por alguna foto de Fidel Castro.
La religión católica, sobre todo, se volvió “el opio del pueblo”, según dejó escrito Carlos Marx.
Todas las festividades de sesgo religioso fueron abruptamente interrumpidas, siendo las Navidades las más notables.
Ni hablar del Día de los Reyes Magos o las menciones al santoral durante el año. La devoción pública por la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba desde la gesta independentista de los mambises, fue cancelada.
La iglesia católica dejó de tener presencia en el sistema educacional nacional, así como en los medios de comunicación.
El Cardenal Jaime Ortega y Alamino sufrió los desmanes de las UMAP. Al morir en el año 2019 el New York Times lo presentó, sin embargo, como puente entre la dictadura cubana y los Estados Unidos durante el secreto proceso del restablecimiento de relaciones diplomáticas.
Hubiera sido mejor identificarlo como un defensor tenaz de su rebaño afligido. Lo cual no ocurrió. Hubo momentos de tanto acercamiento con la predica del régimen que fue capaz de negar la existencia de presos políticos en la isla.
La vapuleada fe de los cubanos no fue salvada por el purpurado, más atento a los vaivenes del poder, sino por sacerdotes humildes de iglesias remotas en la isla, donde la compasión y la verdad se han abierto paso entre feligreses necesitados de pan y apoyo espiritual.
He tenido la suerte de visitar el Vaticano y su despliegue de obras de arte en dos ocasiones. Incursioné, incluso, en las profundidades de sus catacumbas romanas, donde se conserva alguna osamenta mínima de San Pedro.
¡Cuánto lujo y poder!, es lo primero que le viene a uno a la mente luego de tales recorridos.
No se puede afirmar que los moradores del Vaticano hayan sido muy afines con el acongojado pueblo cubano. Los papas son Jefes de Estado, y velan por sus intereses que en ocasiones no coinciden, paradójicamente, con los humildes necesitados.
Juan Pablo II, un pontífice que sufrió los embates del comunismo en su Polonia natal, fue el primero en visitar la isla en 1998. Allí regañó al ateísmo comunista y al capitalismo salvaje por igual, sin darse cuenta que ambos coincidían en el aquelarre castrista.
Tanto su visita como la de Benedicto XVI en el 2012 no tuvieron loables consecuencias para la ordalía diaria del cubano.
Tres años después llegaría el Papa Francisco, quien sirvió de intermediario para el restablecimiento de las relaciones de los Estados Unidos y Cuba, usando a Ortega y Alamino como correo oral de los trámites gubernamentales.
El papa Francisco no pudo sustraerse a la eventualidad de visitar al anciano dictador Fidel Castro, que devastó la frágil cultura católica cubana y no la repuso. Pudo haberse disculpado, pero no lo hizo.
Su silencio con respecto a la rebelión del pasado 11 de julio lo coloca en una posición aún más incómoda, hecho ahora concatenado a la prohibición expresa de que los cubanos libres amplifiquen sus reclamos en un escenario mediático ideal como lo es la Plaza San Pedro, donde otras causas mundiales referidas a los derechos humanos han sido ventiladas.
Los papas llevan 62 años haciendo malabares para que la iglesia no sea totalmente borrada de la isla de Cuba, quizás la intención original del castrismo; y en el interín no han sido justos ni con los mártires católicos que se inmolaron por la libertad.
El primer papa latinoamericano ha mantenido una distancia perturbadora con respecto a las víctimas que suele acercarlo a los victimarios.
El reciente capítulo de sus decisiones en Roma no lo acreditan como un siervo de la libertad y la justicia.
Fuente Cubanet.org