Por Rafael Rodríguez Jaraba -Especial Total News Agency-TNA-
Hoy, Chile afronta el mayor desafío de su historia reciente; mantenerse en la senda de la democracia, el progreso y el desarrollo, o, retroceder al populismo comunista.
Ha transcurrido una semana de la proclamación de Gabriel Boric como presidente electo de Chile, y el vandalismo de nuevo se tomó las calles y las instituciones chilenas, y ya existen señales ciertas del desplome de su mercado y economía. Días duros, muy duros y aciagos le esperan a Chile.
Y es que durante cerca de 50 años, Chile ha sido ejemplo de avance y testimonio vivo de la esperanza cierta que deben tener las naciones emergentes de poder alcanzar expansión económica y progreso social.
El milagro de la economía chilena, testimonia el triunfo del Derecho y la Economía, sobre la política y la ideología, así como la derrota del proteccionismo retardatario, que finca el crecimiento económico de las naciones en el aumento de los impuestos, en el fortalecimiento del sistema financiero y en la imposición de restricciones al comercio internacional.
Con más carencias y menos recursos que Colombia, y con una topografía mayoritariamente montañosa y desértica, en donde el ciclo productivo se reduce por efectos de su extrema latitud austral, en menos de medio siglo, Chile le probó al mundo, que las naciones jóvenes y pobres tienen posibilidades ciertas de romper el falso atavismo del subdesarrollo.
El secreto a voces del modelo chileno, ha sido la prevalencia de la inversión en educación y el apego de su modelo económico a la ciencia por encima de las ideologías políticas.
En Chile, la planeación prospectiva, la mesura fiscal, el aprovechamiento de las ventajas nativas, la creación de ventajas competitivas y la determinación de lograr un consumo ampliado fruto de la conquista de mercados externos, ha suplantando la miopía de las prédicas autárquicas.
El modelo chileno inspirado en la doctrina libertaria de Milton Friedman, fielmente seguida y articulada por sus discípulos y seguidores, los llamados Chicago Boys, fundamenta el desarrollo en la educación formativa, orientada a la investigación, la promoción del espíritu empresarial, la inventiva, la innovación y el emprendimiento, así como en la adición de valor a los bienes y servicios.
Para la sociedad chilena, el progreso es el triunfo de la ciencia sobre la ideología, y de la disciplina sobre la providencia. La economía chilena se acostumbró a la calidad, y, para mantenerla, a comprometer el máximo esfuerzo posible y no el mínimo necesario.
Gracias a su inserción al comercio mundial, Chile ha ensanchado su plataforma industrial, agroindustrial, pesquera y minera, diversificado su canasta exportadora, modernizado su infraestructura, y, optimizado sus cadenas productivas, lo que ha mejorado sus niveles de empleo, provocando aumento de la demanda interna y de la capacidad de compra de su población y por ende, logrando una mejor redistribución de la riqueza.
La prosperidad de Chile y el crecimiento sostenido de sus indicadores, es resultado de la estabilidad de su política monetaria y cambiaria; de la seguridad jurídica reconocida a las inversiones extranjeras; de la estabilidad fiscal; del reducido costo del dinero; y, de su moderada carga impositiva.
Mientras que en Chile la internacionalización de la economía ha sido la carta de navegación de su progreso, en naciones como Colombia se mantiene la discusión sobre la conveniencia de la inserción al mercado mundial.
Al modelo chileno no le bastado el comercio basado en exportaciones, también ha buscado y logrado afincar inversiones en otras naciones. Los chilenos, más que los chinos, son los colonizadores del comercio del Siglo XXI. No en vano en el año 2002, Chile suscribió con la Unión Europea el Tratado el Libre Comercio más avanzado y sin precedentes mundiales, asegurando el ingreso de su canasta exportable al más importante mercado mundial.
Honor a Chile, ejemplo del milagro humano que produce la educación y la integración económica. Ojalá que nos contagiáramos del espíritu empresarial chileno y no siguiéramos torpemente condicionado el crecimiento y el desarrollo, al aumento de la tasa contributiva, al fortalecimiento de la hacienda pública, a la distribución de subsidios y a la devaluación.
Pero hoy, Chile afronta el mayor desafío de su historia reciente; mantenerse en la senda de la democracia, el progreso y el desarrollo, o, retroceder al populismo comunista.
Para muy calificados e imparciales observadores internacionales, la disyuntiva que enfrenta Chile tiene sus raíces en la debilidad y los yerros de algunos de sus recientes gobiernos, entre ellos, el de Ricardo Lagos, tolerante y complaciente con la corrupción; los dos períodos de Michelle Bachelet, quien de manera desleal y solapada promovió el debilitamiento de las instituciones, politizó la justicia, ideologizó la educación y legitimó la violencia; así como, el del actual presidente Sebastián Piñera, débil y pusilánime gobernante, carente de carácter y autoridad para hacer respetar el estado de derecho chileno y defender sus instituciones democráticas.
A lo anterior se suma, el aumento desmesurado de la inmigración ilegal al país, atraída por el aventajado bienestar social de su población, así como la consolidación del partido comunista chileno junto con la promoción y avance -como en toda américa latina- de la ideología castrochavista, la que con visible éxito viene penetrando la mente de la juventud, y sembrando en ella, la ilusión y la esperanza de poder alcanzarse la igualdad, no como resultado de la disciplina, del empeño y el esfuerzo, sino de la expropiación, la subvención y la asistencia estatal.
A decir de acreditados analistas, la encrucijada de Chile, también responde a la indiferencia de su amplia clase media, qué, por desconocer el influjo de la política, ha guardado silencio ante la avanzada del populismo y ha sido neutral ante la violencia, el vandalismo y la anarquía.
Ojalá que la sociedad chilena reaccione, y no permita, que la exigencia, la excelencia y la competencia, que han caracterizado su exitoso modelo económico, sean sustituidas por el ocio pernicioso y la quimera de progreso que vende el comunismo, buena para crear ilusión y esperanza, y, también buena, para cosechar frustración, pobreza y miseria.
También, ojalá, que la situación que vive Chile, sirva de ejemplo para que la sociedad colombiana reaccione a tiempo y no siga indiferente e indolente ante la anarquía que promueve Petro y sus corifeos, amigos de la criminal dictadura cubana y del desvencijado y ruinoso régimen de Nicolás Maduro.
Sería lamentable que en Colombia sucediera lo que acaba de suceder en Chile, que los bríos pasajeros, de una juventud desinformada, desorientada y confundida que todo lo quiere sin el menor esfuerzo, llevara a la primera magistratura a una persona sin escrúpulos, que ha demostrado y probado su absoluta incapacidad para gobernar, y que solo busca perpetuarse en el poder para su propio beneficio.
Que nadie se sorprenda, con el triste y doloroso futuro que le espera a Chile.