
Es grave, gravísimo. Y ocurre casi todos los fines de semana, acá nomás, en uno de los lugares más granados de Mendoza, donde se entrecruzan la crema y la nata de la provincia, Chacras de Coria. En algunos casos son “los hijos” de la crema y la nata, lo cual vuelve el tema más complejo.
Refiere al descontrol, en todas sus aristas, que puede verse en los boliches bailables. Todos. Ninguno zafa.
Allí, entre sobredosis de “pepas”, cocaína, alcohol y otros estupefacientes, se da un cóctel mortal, que termina en violaciones, muchas veces grupales. Y las que sucumben son adolescentes que en la mayoría de los casos no supera los 16 años.
Que a fuerza de tanta sustancia prohibida desconoce lo que les ocurrió. Y cuando se acuerdan, o se los recuerdan sus amigas, prefieren callarlo. Por vergüenza, o decoro, o temor a los padres. O lo que sea. Y esos pibes que abusaron adquieren coraje para seguir haciéndolo, porque la impunidad está regalada.
En algunos casos es peor, porque hay pibes que drogan por la fuerza a las chicas a las que después van a violar. Les ponen psicofármacos en la bebida. Drogas como flunitrazepam u otras, que provocan estados de amnesia posterior a la violación.
El fenómeno se deja ver en chats de Whatsapp, tanto de los abusadores como las abusadas. Cada uno contando la cosa a su manera. Pero todos reconociendo que ocurre. Y, lo que es peor, casi no hay denuncias de ello. ¿Pruebas? A montones.
Como se dijo, las mujeres temen reconocer lo que les ocurrió. Primero, porque en muchos casos no lo recuerdan —se lo suelen decir sus propias amigas, que suelen ser observadoras casuales del abuso—; segundo, porque les avergüenza lo que les pasó.
Ello permite que los hechos sigan ocurriendo semana tras semana, sin solución de continuidad. En una suerte de paso de comedia donde todos juegan su papel para que ello suceda.
-Los abusadores: son intocables. Nadie les hace nada, a pesar de que abundan sus nombres y fotos en grupos de Whatsapp.
-Los boliches: saben, pero callan. Porque solo les interesa recaudar dinero, no solo con la venta de entradas, sino también con la comercialización de alcohol. Algunos, de paso, venden estupefacientes. Negocio redondo.
-Los padres: permisividad al palo. No importa lo que hacen sus hijos. “Solo se divierten”, se excusan. Encubren de esa manera a los varones abusadores. Los padres de mujeres —nenas, en realidad— prefieren cambiar de canal directamente.
-El Estado: se muestra más ausente que los propios padres. Jamás controles en los locales, ni tampoco prevención sobre el abuso del alcohol y las drogas. Nada de nada.
Y cuando se habla de Estado, refiere a todo: el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Nadie hace nada de nada. Ni lo hará.
El problema es que estamos ante una situación que podría compararse un auto a 200 kilómetros por hora que anda sin frenos y cada vez acelera más y más, cruzando semáforos en rojo todo el tiempo. Ello solo termina de una manera: con un impacto brutal, del cual nadie saldrá indemne.
Lo que se está incubando a lo largo de los últimos tiempos es eso mismo, y lo insólito es que todos miran a ese imparable auto mientras sonríen, como si fuera algo gracioso y divertido. Pero es trágico. Y mortal.
No es algo que solo sea potestad de Mendoza, es cierto, ocurre en muchas partes del país. Pero ello no le quita dramatismo. Todo lo contrario.
Y encima sucede en un contexto agobiante, mientras una veintena de personas murieron en Buenos Aires por consumir cocaína presuntamente envenenada.
Si fuera una película, sería “Pesadilla”. Cualquier parecido con la realidad, NO es pura ficción (Continuará).
Fuente Mendoza Today